29.3.07

Pequeña crónica de una tarde lluviosa


Un hombre se cae en la vereda, una mujer lo miró. El hombre está en el suelo, apenas se mueve. La mujer se detuvo, un adolescente preguntó

- ¿Está borracho?

- No sé. No es normal que un hombre esté tirado de esta forma en la vereda.

La mujer no sabe si tocarlo, piensa a quién puede llamar, el hombre se mueve. La mujer le dice

- ¿Querés que llame a alguien?

- No. No. Ya estoy bien. Tengo que seguir.

Se acercó otra mujer y un hombre corpulento que sacó un celular y dice ¿llamo a una ambulancia?

-No, no. Es por la angustia, estoy angustiado –balbucea el hombre caído. Tiene la mejilla izquierda grisacea por el golpe. El hombre corpulento insiste en llamar a la ambulancia.

El hombre caído repite que tiene que seguir, está temblado, no dice demasiado, no pide nada más que descansar. Está viajando a dedo, salió el día anterior desde Santa Fe en medio de la lluvia. Repite que tiene que llegar a la ruta 2 para seguir.

Por algunas preguntas los presentes se enteran que el hombre no ha comido desde el día anterior. La primera mujer que se paró fue hasta un autoservicio y compró agua mineral y sándwiches. Le dio lo comprado más el dinero para el colectivo como para que llegue hasta la ruta. El hombre que se había caído se sienta, dice “no, no gracias” finalmente acepta, sigue en el umbral de una puerta para tranquilizarse y poder seguir. Tiene los zapatos mojados, en el bolso las escasas ropas, bien ordenadas, son vistas cuando saca una botellita con agua. Se dice a sí mismo: tranquilizatetranquilizatetenésqueseguirtenésqueseguirtenésqueseguirasínosepude.

Las consonantes se pierden, las eses son un silbido.

¿A dónde tenía que ir? ¿Por qué tenía que seguir?

El hombre caído se queda sentado en el umbral de una puerta; los demás rehicieron sus caminos.

Insomnio

Tic!

tiempo

tac!

Como agua entre mis dedos

Tic

No te escucho

Tac

relojes silenciosos

trazan una línea

¿Y el tiempo?

¿Qué es el tiempo?

¿Un eterno presente

donde vamos envejeciendo?

Un inexistente presente

Un rostro bifronte

del sido y del por ser

siendo y no siendo la misma

a mis 13, a mis 25 o a mis 56

HOY

el amanecer de Nicolás

quien sabe, no sé, tal vez

resuelva la incógnita.

27.3.07

¿Todo tiempo pasado fue mejor?

Recuerdo a un alumno mío, de hace unos cuantos años atrás, que quería que privatizaran Segba. El argumento: ¿cómo puede ser que le den la luz más barata? ¿Y los remedios? ¿Sabe que no pagan nada? Sí lo sé, le contesté. Lo que no le dije era que mi marido trabajaba en Segba, que su papá había trabajado en Segba. Mi marido sigue trabajando en una empresa de electricidad, en un primer momento le pagaban más, ahora por ahí anda. Tenemos cobertura médica ventajosa. Particularmente creo que no nos afectó demasiado la privatización, salvo alguno que otro cortecito de luz. Hubo un momento que por reestructuración mi marido estuvo entre los posibles para ser dado de baja, no era porque era malo en su trabajo, simplemente querían menos gente. Alguien dijo que no querían a los de Segba en la empresa, pero de repente se dieron cuenta que necesitaban gente con experiencia. En el ’98 se quemó una subestación de Edesur (mi marido no trabaja en esa empresa). Tengo como postales grabadas de esos días. Una noche venía de un curso de calidad de vida desde Quilmes. Hoy me parece una locura el haber regresado después de las doce de la noche y cruzar por una ciudad que parecía en guerra. En la calle había cubiertas encendidas con cajones de verdura o fruta. El colectivero quiso desafiar el fuego y cruzó. ¿Resultado? No sé si pinchó una rueda o qué cosa, pero el colectivo no pudo seguir. Nos tuvimos que bajar y caminar por una calle sin luz, que de tanto en tanto los faros de los coches alumbraban. En camiones del ejército repartían agua, supongo que el ejército también estaba a cargo de una parte de la seguridad. La gente estaba muy enojada, alguien quiso pegarle al colectivero. Creo que dije que nos estábamos atacando entre nosotros y eso no era solución. Caminé, no sentía miedo. Sentía dolor. Recordé a los que querían la privatización cuando lo mejor era que asumiéramos el control, con orden y honestidad, de los recursos propios. A mí Hernández no me gusta, siempre me cayó mal como persona, pero reivindico aquello de “los hermanos sean unidos porque sino nos devoran los de ajuera”. Y nos van a devorar no más. El crisol de razas dio un revoltijo, sólo basta ver cuando nos toca de cerca algún desastre comenzamos con las protestas, sólo las protestas sin sentido de solidaridad “¿no nos une el amor sino el espanto?”. Creo que ni eso. No hay luz ¿cómo es posible que a los negocios (que sí tenían luz) de la zona no se les pidiera que economizaran encendiendo menos lámparas? ¿Por qué el parque estaba lleno de luces y no lo habían cerrado? Pasé cerca de la protesta, con ganas de distancia, como para poder ver mejor dentro de la ceguera. Le dije a mi marido que recordaba el otro incendio… Vinieron a mi memoria todos los años en que me enojé por la política del menemato, y las críticas que me ligué por “zurdita” fuera del tiempo. ¿Cómo explicar que era sentido común, aún cuando el sentido común es el peor de los sentidos?

Y pasan los años y los gobiernos y seguirán llevándose los dinerillos para afuera, y seguirán los Borques como con los Quilmes traicionándonos, aunque Borques no era aborigen. Pensándolo ni siquiera soy de la tercera generación nacida en estas tierras, pero cómo me duele tanta estupidez humana. Tal vez ni nos quede la dignidad de los Quilmes, en una ciudad que se transforma dentro de la moda de la “verdad incómoda” del despilfarro de recursos y el recalentamiento global.

Y siguen creciendo las torres con sus superlujosos departamentos con pileta, aire acondicionado y muchos chiches que no economizan nada, y se caen casas por las obras que se hacen a sus costados, reventaran los caños de cloacas, faltará la luz y el agua… nos seguiremos peleando y los dinerillos… Los dinerillos me recuerdan los versos de don Atahualpa “las penas son de nosotros y las vaquitas son ajenas.”

25.3.07

Divagues a partir de la lectura

Mi sobrina nieta mayor, Paula (que se llama igual que mi hija mayor), es una de esas pocas adolescente que gusta de la lectura. En el verano quería llevarle un par de libros, uno de ellos Los ojos del Perro Siberiano, consulté con el vendedor, leí la contratapa y se lo compré. Resultado: la niña ya lo había leído. Entonces me lo quedé y decidí darlo a leer a alumnos de tercer año. Una alumna de otro curso me señaló que ese era un libro para niños de 10 a 12 años. Entonces le respondí: la literatura infantil deberías “estudiarla” cuando dejaste el placer de la lectura, lo emocional, entonces es posible que te des cuenta de muchas cosas. Ahicito le empecé a preguntar por el paratexto, el significado del título, el manejo de la tipografía, los espacios, el juego entre el saber y o saber, el me acuerdo y no me acuerdo, los temas literarios alrededor de los viajes del personaje (el periplo del héroe –que le dicen), la descripción de los personajes, los prejuicios, la cuestión de la mirada, el ser y el parecer y la presencia en todo el libro de la frase “el hombre, un ser para la muerte”, aún cuando no es enunciada como tal. El final fue: es un libro breve, pero no pequeño. Hay mucho para leer desde otro lugar.

Intercambiando pareceres con Carola, la mamá de Paulita, sobre lo bien que me había venido, el libro en cuestión, para empezar con el género literario y luego seguir con el libro El cazador Oculto, de Sallinger (le conté qué actividades estaba haciendo -ella es maestra y estudió letras, según me dijo abandonó por culpa del mito de Sísifo en griego II) entonces me acotó: “vos enseñás crítica literaria”. “Eso trato de hacer”, le respondí.

Unidos estos intercambios (el 2º vía Messenger) a mi asistencia a un seminario sobre “lo inefable en la literatura de Borges”, recordé otro intercambio sobre literatura que fue más o menos así:

- Ahora que no puedo hacer tanta actividad física, a lo mejor empiezo a leer.

- Me parece bien. Yo, en cambio, voy a tener que empezar a hacer más actividad física por orden del médico.

- A lo mejor me compro algún libro de Gabriel García Márquez (GGM). ¿Te gusta?

- Más o menos. No es santo de mi devoción. La primera vez que leí Cien años de soledad, entendí que estaba de moda. Prefería otro tipo de lectura. Claro que tenía 20 años. Después me compré otros libros de él, que leí con más cuidado. En la facultad estudié Cien años… pero creo que mi gran desilusión fue en otro momento, cuando encontré un gran parecido entre Relatos de un Náufrago y el relato del náufrago que hace Byron en su Don Juan. Sobre todo porque GGM lo presenta como un relato dentro del género periodístico. Además encontré como muchas repeticiones en sus textos, no me entusiasma demasiado. Es buen escritor, pero…

- GGM ganó el premio Nobel.

- Sí ¿Y?

- ¡Ah! Vos sos de las que leen Borges.

- Sí me gusta. No soy una experta. Siento que a Borges lo podés leer desde distintos lugares, es como que nunca vas a tener la misma lectura de sus textos, no me aburre leer muchas veces un mismo poema de él o un cuento, siempre encuentro algo nuevo. Sé que siempre me quedo afuera de lo mucho que él sabía.

- Mirá no te entiendo ¡¿cómo te va a gustar más Borges que GGM?!

El intercambio siguió un poco más y mi interlocutor terminó diciéndome

- No sé, siento que no sabés nada.

El jueves fui a la clase, el cuento que se analizó fue “La secta del Fénix”. La profesora (que es de filosofía) empezó con el relato de las fiestas orgiásticas arcaicas, lo cruzó con Foucault y la historia de la sexualidad más interpretaciones a partir de Bataille, yo no entendía nada. Cuando el cuento fue leído, se me cayó la mandíbula. Esa lectura cerraba perfecta.

Entonces recordé mi primer trabajo escolar sobre Borges, yo empezaba diciendo “que se trataba de una aproximación”, además, estaba lleno de “tal vez”, “se podría decir o pensar”… el ayudante que corrigió mi trabajo me señaló que era falsa modestia, que a lo largo del texto se daba cuenta que yo era “dueña de una extensa biblioteca”[1]. Mis razones sobre los defectos de lo que había escrito, la falta de conocimientos, etc. en ese momento no las aceptó y creo que se sintió molesto.

Después de tantos años confirmo: sé muy poco sobre la obra de Borges, pero cada día me gusta más.



[1] Lo de la biblioteca es una metáfora, en el mismo curso hacíamos referencia al robo de la biblioteca en una novela de R. Arlt como cuestión autobiográfica, dado que él fue, largamente, maltratado por su gramática y las lecturas que se percibían en sus escritos.

Cuento que a mí no me gustaba ni oír ni hablar de Borges, todo por ciertos comentarios políticos. Una vez alguien me leyó un cuento, luego descubrí Génesis y otros poemas, en el taller literario al que iba (a comienzos de los ’80) decidieron ir a otro taller donde iba a estar Borges. Dudé, pero fui. Nada de lo que me habían dicho sobre su persona, ni lo que dijeron configuró lo que percibí en él. Sentí que estaba frente a un personaje mítico, a un ciego que veía más allá de lo que nosotros, mortales que creíamos ver, no veíamos.

21.3.07

Torpezas de un dinosaurio

MIB me dejó un comentario sobre el post eliminado, ella lo recibió por bloglines y por correo… UUUAAAUUUU!!!! Si reciben los post que yo publico ¿qué pasa cuando corrijo un post unas 10 veces? ¿Reciben las 10 versiones corregidas? Además, lo reciben aún cuando después los elimino, queda constancia de mis exabruptos. ¡¡¡Me cacho!!! Cuánta ignorancia la mía. No sabía que uno podía recibir la publicación de lo nuevo y menos que pudiera bombardearlos con versiones corregidas al descubrir mi torpeza. El último no me gustaba cómo quedaba el tamaño de la letra y alguna que otra pavada y lo republiqué: mínimo unas SEIS VECES!!! ¿Recibieron SEIS VECES LO MISMO?

Si esto es así y si alguien más recibe los post como MIB, disculpen. Prometo ser cuidadosa en adelante.

Por favor, me pueden explicar ¿cómo funciona eso?

La verdad es que después de leer el comentario no podía parar de reírme… ¡qué bruta! Me cacho! con la tecnología, siempre me quedo a miles de kilómetros atrás…

Gracias MIB, por tu ofrecimiento, cuando vuelva a escribir sobre el tema trataré que sea por otro camino.

20.3.07

La amistad tiene un sorprendente poder curativo

Tal afirmación la hizo Goleman, en parte, a partir de un caso cercano, el de un amigo que padecía cáncer y que luchó con la enfermedad por más de diez año.

Goleman dice: A pesar de que nadie pudo probarlo nunca, sospecho que uno de los muchos ingredientes que contribuyeron a su longevidad fue ese flujo de gente que lo quería.

Su amigo era de esos profesores que los ex alumnos los recuerdan con cariño y lo visitaban dándole muestras de afecto.

Según parece (aún cuando la sicología es continuamente desacreditada por los temerosos de enfrentarse con sus propios males) hay una fuerte conexión entre las relaciones afectivas y la salud física; así quien está felizmente casado o en pareja, tiene amigos o participa de grupos amigables de actividad laboral o religiosa se recupera fácilmente de las enfermedades y vive más.

Creo que en algún otro post mencioné las “neuronas espejo”, “una clase de células cerebrales ampliamente dispersas que operan como "redes neuronales inalámbricas" (las mencioné dando fe a lo que los científicos dicen, la medicina es otro de los tantos terrenos que ignoro. A pesar de mi ignorancia sobre su poder para curar, siempre me inclino por agregar técnicas alternativas a la alopatía). “Las neuronas espejo rastrean el flujo emocional, el movimiento e incluso las intenciones de la persona con la que estamos, y reeditan en nuestro propio cerebro el estado detectado, al alborotar en él las mismas áreas que están activas en el de la otra persona”.

Contagio emocional

Las neuronas espejo ofrecen un mecanismo neuronal que explica el contagio emocional, esto es, la tendencia de una persona a adoptar los sentimientos de otra, particularmente cuando éstos se expresan de manera vehemente. Esta conexión de cerebro a cerebro también puede funcionar respecto de los sentimientos de compenetración que, según los descubrimientos de investigaciones, dependen en parte de sincronizaciones extremadamente veloces de la postura, el ritmo vocal y los movimientos de las personas mientras éstas interactúan.

En resumen, estas células cerebrales parecen permitir la orquestación interpersonal de cambios fisiológicos.

Semejante coordinación de emociones, reacciones cardiovasculares o estados cerebrales entre dos personas ha sido estudiado en madres con niños, en matrimonios e incluso entre gente que se reúne.


Y si no entendí mal, así como mi buen ánimo puede beneficiar al que tengo cerca, mi hostilidad puede hacerle subir la presión sanguínea o contribuir a que le caiga mal la comida si lo ataco antes, durante o después de la misma. O sea, “potencialmente, somos los aliados o enemigos biológicos de los otros”.

El sugerir, aunque sea de manera remota, que estas interconexiones tienen beneficios para la salud generará, sin duda, revuelo en los círculos médicos. Nadie puede jactarse de contar con información sólida que demuestre un efecto médico significativo de la interrelación de las psicologías.

Al mismo tiempo, ya no hay dudas de que esta misma conectividad puede ofrecer un consuelo emocional con bases biológicas. Más allá del sufrimiento físico, una presencia curadora puede mitigar el sufrimiento.

Un caso significativo es el estudio por imágenes de una resonancia magnética funcional de una mujer que esperaba un electroshock. Cuando soportaba su aprehensión sola, subía la actividad en las regiones neuronales que incitan las hormonas del estrés y también la ansiedad (…), cuando un extraño le sostenía la mano mientras esperaba, la mujer encontraba poco alivio. Cuando su esposo le sostenía la mano, no sólo ella se sentía calma, sino que sus circuitos cerebrales se tranquilizaban, revelando la biología del rescate emocional.

Así es que: cuando no vamos a ver una persona que está enferma se suma en ella el sentimiento de sentirse rechazada y la privación de los beneficios del contacto cariñoso. La visita sirve aún cuando no sepamos qué decirle. Y esto me afecta personalmente por algo que no estoy haciendo en función de mi propia salud. En las relaciones con los otros, a veces, tenemos alivio y posibilidad de sanar. Pensando en la contracara barajo la posibilidad de que frente a individuos pesimistas, malhumorados, insatisfechos, caracúlicos empedernidos, rígidos recalcitrantes, con complejo de superioridad o inferioridad, agresivos empedernidos y las etc. nos enfermemos, perdamos el deseo de vivir una vida feliz. Ciertas posturas extremas en los comportamientos de algunas personas que se autodesprecian, inconformistas a ultranza, retorcidos incapaces de disfrutar de los simples placeres de la vida trasladan toda bronca hacia el “otro” y lo enferman. En más de una oportunidad he tenido la sensación de estar frente a vampiros que absorben la energía de quienes están a su lado, lentamente uno de los que conforma la pareja se va poniendo gris, pierde el buen humor, deja que el otro lo maltrate, que le niegue esto o aquello.

De todo esto sería bueno ponernos a pensar en contagiar buena salud a través de nuestro ánimo y evitar que nos enfermen aquellos que, enojados con la vida, nos tiran su basura.

Así que, como práctica de buena salud, invito a quien lea estas líneas a que se tome unas cuantas grajeas de buen humor, se rodee de los mejores afectos (esto no implica abandonar a aquellos que por ahí tienen un episodio de tristeza repentina). Sonría, no se trata de una filmación de control en alguna institución que quiere protegerse de robos, se trata simplemente de la vida.

Escrito a partir de un artículo en La Nación (on line) 15/10/2006

Daniel Goleman - The New York Times
Daniel Goleman es el autor del libro La inteligencia emocional

19.3.07

He eliminado un texto:


Hasta hoy a la mañana había un texto en el blog que decidí suprimir. Vivió un día.

Si el lenguaje es la casa del ser, di existencia a un engendro del que, tal vez, un día me tuviera que arrepentir. Tota dejó un comentario sobre lo escrito, me hizo repensar la cuestión, era demasiado evidente lo que hacía presente. En este caso necesito madurarlo, despegarlo de la circunstancia y posiblemente lo haga florecer más allá de la inmediatez de lo acontecido. Tal vez deje el lugar del sido y lo haga siendo, de lo acontecido lo haga aconteciendo. Tal vez… no sé, necesito tiempo. Gracias Ro… un comentario a tiempo retroalimenta nuestras neuronas y puede hacernos pensar, no en el mismo sentido sino en otros posibles caminos.

11.3.07

Grajeas sueltas para un fin de semana

En un reportaje radial, escuché a una vedette decir que Babel le había parecido tan aburrida que se levantó a los 10 minutos de empezada la película y se fue del cine. No me pareció extraño. Eso me dice que: además de esa opinión, no comparto otras tantas con la muchacha.

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En una clase de literatura y filosofía en Borges, la profe leyó un texto en que se refiere a un poeta que escribió cuarenta mil versos, pero ninguno superó la presencia de una rosa. Tras la explicación de la profe, uno de los asistentes dijo que no había que darle tantas vueltas; lo real él lo tenía en las palabras del texto, allí está Borges. Pensé que tal simplificación hacía feliz a la gente y no pude con mi embrollo de ideas, me hice cargo de mi infelicidad. De inmediato visualicé el dibujito de las clases de F. de Saussure: una masa amorfa de pensamiento que se ordena y se traduce de una masa amorfa de sonidos a un forma de sonidos (fonemas) o grafemas articulados. Y me animé a decir “¿Pero el lenguaje no es mediación?” y me arrepentí de hablar. Recordé que no había que cantarle a la rosa, sino dejarla florecer como dice Vicente, mientras que Gertrude Stein dictamina que “la rosa es la rosa”. Alejandra Pizarnik le contesta “tu rosa es rosa/ Mi rosa, no sé”, pero Michael F nos aclara “el hombre es tan sólo un desgarrón en el orden de las cosas” y después de leer El idioma analítico de John Wilkins, según entendí, las palabras no son las cosas, todo se corresponde con un artificio al ordenar los elementos, las especies. El hombre un elemento más en ese orden, que bien puede desaparecer cuando el orden sea reinterpretado, se debate en un mundo de representaciones. Y quizás como el Quijote leemos el mundo para demostrar los libros. Quizás los libros no sean de hojas de papel, sino simulacros de las sucesivas cáscaras de la vida.

Así, rodeados de tanta representación ¿se imaginaban los uruguayos que su presidente (primer representante) de rojo pasaría a rosadito y recibiría a Bush? Bueno, y de esta orilla a Chávez. ¡Qué lo tiro! ¿Era Rulfo el que decía que México estaba lejos del cielo y muy cerca de EEUU? Así les va, queriendo pasar el muro en busca de la felicidad. Las innovaciones acortan las distancias y en la aldea global estamos todos pegoteados.

Así como “Heráclito no hablaba griego”, según el Papa Borges, yo ni siquiera entiendo el castellano de esta gente que se reclasifica en el orden de la representación y ya no sé qué cuernos es lo real. Bueno… Bueno… a no desesperar, debe ser propio de una perfecta ignorante.

8.3.07

Versión corregida

La ayudanta

Sir William

Emily fue la última en acercarse al ataúd. El silencio de los presentes creaba una tensión digna de una escena de Hitchcock. Despidió a su padre con un leve roce de labios en la frente fría. Su mirada se posó en los ojos de Emma, que desvió la vista. La escena no tuvo desenlace; la tensión se disipó cuando Emily salió primera a esperar el cortejo. La gente la abrazaba, la saludaba. Se compadecía. Ella se vistió de silencios.

A partir de ese día viviría con su hermano, su cuñada Emma y sus tres sobrinos. Siendo menor de edad no podía decidir, aunque al día siguiente del entierro habló con su hermano y le dijo que quería salir a trabajar. El hermano la miró incrédulo, pensando que lo único que sabía hacer bien eran las tareas domésticas. Y eso era lo que Emma pretendía que hiciera mientras conviviera con ellos, y él se lo hizo saber. Emily no dudó. Contestó que quería independizarse, que le faltaban pocos meses para la mayoría de edad y que quería, en cuanto pudiera, irse a vivir sola. No le dijo lo que había escuchado a Emma decir a sus hermanas y a la madre: “...como si fueran pocos los gastos, ahora tenemos que alimentar y vestir a la parásita de mi cuñadita”. El hermano hablaba, ella lo miró y concluyó que viviría ahí hasta que se acomodara un poco y cumpliera los dieciocho, en junio. Tenía dinero en una caja de ahorros que le había abierto el padre, y que ella iba nutriendo con los trabajos que hacía en arreglos de ropa y cuando cocinaba para las vecinas del barrio. Una de ellas, Enriqueta, era modista y en una época le había dado costuras sencillas.

Iba a ir a verla.

No esperó demasiado. Enriqueta le explicó que tenía poco trabajo, y encima no era sencillo. Emily le explicó secamente: “No quiero depender de mi hermano. Usted sabe que puedo cocinar, limpiar si es necesario”. Quedó en contestarle. Al otro día, Enriqueta la llamó diciéndole que aceptaba. Una enorme casualidad fue que justamente la mucama se había enfermado y pronto se iría a su pueblo. Una dura sonrisa se dibujó en el rostro de la adolescente.

Esa noche Emily ayudó en la cocina a Emma, tomó apenas un poco de caldo y se fue a dormir, tras el cuchicheo de su hermano y su cuñada. Tenés que comprender, vivió con papá hasta hace poco”. Al día siguiente se levantó temprano, tal como lo haría en adelante, evitando así ver a su actual familia. Caminó las veinticinco cuadras que la separaban de la casa de Enriqueta, con un bolso que contenía un pedazo de pan, un mate y un termo. Imitando a su madre dijo en voz alta: “Cuida los centavos que los pesos son más difíciles de que los gastes”. En su primer día, observó dónde estaba cada cosa, preguntó sobre la rutina, la forma de hacer la limpieza y la libertad que tenía para modificar algo. Recordó las indicaciones de la odiada profesora de administración: “ubicarse e informarse del estado de situación, hacer mentalmente una evaluación de qué se tiene, cuál es el objetivo y trazar un plan”. Había tenido demasiados problemas con esa profesora, al punto de quedar libre por una discusión, pero, no había duda, algo había aprendido. Tenía que organizarse, administrar recursos y tiempo como lo hacía en la casa de su padre. Comenzó por la limpieza. Salió a barrer la vereda y, en ese momento, llegaron un par de vecinas. A través de la ventana, escuchó que le contaban a Enriqueta que se casaba la hija de una de ellas y querían vestido para la novia, las madrinas y un par de tías. Entró apurada, dejó la escoba y las atendió amablemente. Emily supo estar a la altura de las circunstancias: les sirvió té y les preguntó brevemente sobre el acontecimiento. Ella sabía que a esas mujeres había que dejarlas hablar, se sentían felices de decir, bastaba una pregunta, una sonrisa y una mirada atenta. La modista calculó el tiempo que tenía para hacer los vestidos, le pidió a Emily que se quedara hasta la noche, que le daría el dinero para el colectivo, que al día siguiente viniera desde la mañana hasta la tarde, que iba a almorzar y merendar con ellos. Ella pidió solo una hora de descanso después del almuerzo y de limpiar la cocina. A partir de ese día, Emily tomó las riendas de la casa. Se ocupó de la comida, las compras, de tener lista la ropa de toda la familia, de ir a pagar las cuentas antes del vencimiento. La modista, la miraba sorprendida, era tan joven y manejaba todo como una experta en tan poco tiempo. Cuidaba cada elemento como si fuera propio y sabía dosificar los elementos de limpieza para que rindieran más. La comida que preparaba era sabrosa, sana y económica. Por la tarde siempre había pan, bizcochos o budines caseros. Las clientas elogiaban el servicio de té con que Emily las recibía y mitigaba la espera de probarse los vestidos; ir a casa de Enriqueta ya era una salida social, más que ir a ver a una modista. Y para muchas de ellas, la capacidad de escuchar de Emily les proporcionaba una sesión de terapia gratis y provechosa.

Dijeron, en tono de sana envidia, que era mucha suerte conseguir a alguien tan eficiente y educada. Emily se había convertido en una suma de detalles bien calculados. Por ejemplo, la manera de hacer el té. Nada de un saquito por cada taza: había puesto en uso la tetera. Cuando Enriqueta le cuestionó el método, Emily le hizo un rápido cálculo de lo que economizaba por mes, por año. Y ni que hablar sobre los otros gastos. Hasta aprovechó las frutas de los árboles del fondo para hacer dulces frescos.

A la casa de su hermano volvía entrada la noche, pero no cenaba. Ayudaba a sus sobrinos con la tarea y, después de tomar un té, se iba a dormir. Emma la miraba pasar y cada vez sentía más rabia; también por los comentarios de ciertas vecinas que ponderaban la labor de la ayudanta, como ahora la llamaban. La joven no compartía con ellos ni siquiera los almuerzos dominicales. Prefería ir a la plaza a estudiar, llevando su termo cargado de caldo.

Los primeros días de Junio, Emily le pidió tres mañanas libres a la modista porque tenía que ir al colegio. El último día llegó sonriente y dijo simplemente: “terminé la secundaria”. Enriqueta la miró con temor: en ese momento se dio cuenta de que Emily se había convertido en alguien indispensable. No sólo ayudaba en las tareas de la casa –cocinaba, compraba, limpiaba, planchaba y ordenaba todo como si tuviera en sus manos una varita mágica- sino que era la maestra particular de los chicos, cada vez era mejor costurera, y nunca perdía la sonrisa cuando trataba con las clientas, por más pesadas que éstas fueran.

Un buen día decidió que no dormiría más en la casa de su hermano. Se lo comunicó, y aparte le pidió la mitad del alquiler de la casa paterna. Caín y Abel en un desierto de palabras. Pelearon. Él adujo estar mal por las deudas contraídas por la enfermedad de su padre y Emily le explicó con detalles pormenorizados que la enfermedad del padre estuvo con todos los gastos cubiertos por la obra social. Y el sepelio fue solventado por un seguro.

- Papá dejó todo arreglado. No se debe un peso de servicios o impuestos de ninguna de las dos casas. Ni de ésta –señaló el techo y las paredes- en que vivís y que quedó a tu nombre, ni la que vivía él, que está a nombre mío. Así que si lo pensás bien, me tenés que dar todo el alquiler de mi casa. Y de esto está al tanto el abogado de papá. –finalizó. Guardó sus pocas pertenencias en un bolso y salió sin derramar una lágrima.

Arregló con la modista quedarse cama adentro, con un sueldo y los domingos libres. Cuando venció el alquiler de la casa de su padre, se ocupó de administrarla. Cada día que pasaba se la veía más amable y más concentrada en las anotaciones de su cuadernito.

- Estoy estudiando –fue la respuesta tajante cuando le preguntaron que anotaba.

Al cabo de cuatro años, Emily le dijo a Enriqueta que se buscara otra ayudanta. Se iba a su casa y había terminado su tecnicatura. La mujer la miró espantada. ¿Qué iban a hacer sin Emily? Desde que ella había venido el trabajo había aumentado mucho, sin embargo “todo” estaba más que en orden y a tiempo. Le rogaron que se quede. Ella les soltó que nadie es indispensable. Tornillos reemplazables.

- Perdí a mis padres y tuve muchos pequeños duelos por pérdidas voluntarias o no, y seguí viviendo. Han pasado más de cuatro años ya. Terminé mi carrera, es hora que haga algo diferente. Aparte, están por terminar los arreglos de mi casa, que voy a convertir en hospedaje para estudiantes. Eso da dinero. Además, terminé de pagar el departamento que también pienso alquilar. Le agradezco todo lo que hizo por mí – y siguió limpiando la casa como el primer día.

Años después, Emily comentó en un entrenamiento dirigido a jóvenes emprendedores “Mi madre me dijo antes de morir que las Emily son flexibles, hábiles para infiltrarse e imponerse. Muchas veces son violentas y muestran un aspecto de ser superior. No sé si es verdad, pero desde entonces decidí ser fiel a ese mandato. Tal vez pueda ser que el resentimiento sea mi estímulo para cobrarme los malos tratos de la vida. Si algo puedo aconsejarles que reflexionen qué camino quieren seguir”.


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Gracias Sir!!!!! Pero me gustaría ver su estilo. Es un ejercicio, en mi caso no me pude despegar de muchas influencias evidentes, aunque de repente me parece que se agregan otras menos visibles.

7.3.07

Si esto es un hombre

Deber de memoria

El 11 de abril se van a cumplir 20 años de la muerte de Primo Levi.

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Hace un tiempo leí fragmentos de Frente al Límite de Tzvetan Todorov, él trataba de hacer una semiosis, de reconstruir la moral en los campos de concentración. Entre los testimonios que analizaba estaba el de Primo Levi, que yo no había leído directamente, pero que sentí deseos de leer.

Los ratones de bibliotecas siempre nos topamos con los libros en algún lugar, Internet como si fuera El libro de arena borgeano procura información, pero no siempre de manera completa. Entonces, las librerías siguen teniendo ese no sé qué, como las callecitas de Buenos Aires ¿No? Un día trasladaron el centro médico de la prepaga, en que me atiendo, a una cuadra de una librería ¡Voilà! (se escribe así ¿no? Me encanta decirlo, pero no sé nada de francés, es una expresión que me suena a “he aquí” o “aquí está) decía: he aquí que hay una librería y la tentación es fuerte. Paso por allí y miro los libros. Un día vi la trilogía de Auschwitz de Primo Levi y pregunté el precio, me pareció costoso, pero faltaba poco para mi cumple así que se lo pedí a mi maridito. El libro permaneció en la biblioteca hasta las vacaciones.

Mi hija Pauli me vio leyéndolo y me dijo algo sobre la adecuación de cierta literatura para el verano. Pienso que si lo hubiera leído durante la época en que ando a las corridas no lo hubiera terminado y me habría deprimido de manera estéril. Así que si me toca algún acto escolar sobre genocidios leeré fragmentos del libro de Primo Levi.

Terminé de leer los tres libros editados en uno, miré la fecha de edición y la editorial, el cartelito de “prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio...” me dio escalofrío. P. Levi se suicidó en 1987. ¿Quién cobra los derechos de autor de este libraco? ¿Por qué está prohibida la reproducción cuando Levi intentó por todos los medios transmitir el horror de los campos para que no cayeran en el olvido? ¿Por qué poner trabas a su testimonio? Su preocupación era que se supiera lo vivido en Auschwitz, comunicar para que las historia no se repitiera. Menciona entre los nuevos hechos de violencias en la década del ’70 (semejantes a las prácticas de los nazis) a lo acontecido en Argentina y los desaparecidos.

Después de un mes de lectura, me quedé con una suma de emociones que necesito ordenar (tal vez compartir y la escritura es una buena herramienta). Levi dice no odiar a los alemanes, quiere intentar comprender lo ocurrido, la degradación que sufrió, esa lucha feroz por la vida en soledad, aún cuando en el campo fueran muchos. Las condiciones del campo le revelaron la fragilidad del barniz llamado civilización. La crueldad gratuita, la importancia del lenguaje…la animalización del “otro”, como si la otredad fuera delito.

Han pasado más de 60 años desde que la segunda guerra terminó, nací después de esa guerra. En mi pueblo vi a sobrevivientes con el número tatuado, escuché los delirios de un polaco en días de tormenta… escuché testimonios, historias de los que escaparon del exterminio… leí, vi películas con una versión manipulada por los EEUU, tuve noticias de otras guerras, leí sobre la guerra civil española, tengo en mi casa una reproducción del Guernica, pero sobre todo visité Dachau. Dachau, el campo escuela para los campos que le siguieron.

Cuando Si esto es un hombre fue publicado en Alemania, Levi recibió cartas de alemanes y su conclusión fue que quienes leían el libro eran los que menos lo necesitaban.

Hace unos días estaban viendo, en mi casa, una película sobre la rebelión de los jóvenes alemanes pertenecientes a La Rosa blanca, Sophie Scholl”. Uno de los presentes elogió la eficiencia de la GESTAPO que tenía toda la información para condenar a los jóvenes opositores al régimen. Y me quedé muda. ¿Cómo medir la eficiencia de quienes repiten órdenes a ciegas? Órdenes cumplidas para el presente sin ver el futuro ¿es eficiencia o ceguera?[1] ¿Cómo se puede ser tan obtuso?

Tiempo atrás un adolescente argentino, radicado en Alemania me decía algo contra los turcos. Le dije que estaba invadido del mal espíritu alemán, ese que había dado origen al nazismo. Discutiendo sobre el tema, él terminó diciéndome que la guerra había sido culpa de la propaganda manejada por Goebbels y la fascinación que ejercía Hitler (por lo menos eso es lo que le enseñaron en el gimnasium -la escuela). Me resisto a creer, aún en contra de lo que dice Levi, que todo ese horror tenga solo dos culpables. Hay en los pueblos cierta idiosincrasia, cierta cosa que hermana a sus integrantes para bien y para mal, cuestión de la que no estamos ausentes los argentinos con nuestros 30.000 desaparecidos. Hubo toda una sociedad mirando para otro lado, por distintas razones, justificadas o no. El año pasado en la escuela no podía creer la justificación del terror de estado por parte de muchos alumnos descendientes o familiares de militares.

Entre los horrores de las guerras recordé a Armenia, Corea, a Vietnam, Afganistán, Irak, los revoltijos de frontera de los israelitas que pasaron de víctimas a victimarios, pero sobre todo recordé cierto texto, que he perdido, de Adorno cuando estuvo exilado en EEUU. En 1945 advirtió que ese país tenía todo para ser como los nazis. Entonces pienso en las investigaciones de los periodistas del W.P. en el tratamiento que se da a los ex combatientes de Irak (¡total! son latinos que quieren la green card que no pueden obtener de otra forma), en la cuestión de espionaje, en las publicaciones de cierta periodista que le hacía el jueguito a la Casa Blanca… y W o recuerdos de la Infancia de G. Perec y esa sociedad que volvía a las costumbres de Esparta, mucho deporte, mucha competencia hasta morir.

Si esto es un hombre

Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:

Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.

Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.

O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.

Primo Levi

(Me pregunto siempre en la dignidad de quienes se ven reducidos a la mendicidad, a revolver en la basura, a vivir en la calle o en las villas... y me pone de mal humor escuchar ciertos comentarios de quienes quieren esconder u obviar nuestras propias miserias enroscadas en el egoísmo.)

[1] En este caso debo aclarar que cuando leí Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, sentí la presencia de una sociedad totalitaria y ciega, cuando leí Si esto es un hombre me di cuenta que había mucho de este libro en el de Saramago.

4.3.07

La ayudanta

Este cuento es largo, pegajoso, desde hace mucho tiempo tengo el tema rondando en mi cabeza, creo que desde que vi El Sirviente (con Dick Bogarde, adaptación de la novela de Pinter) hace como cuarenta años atrás. Hace bastante que no escribo en el blog, la otra cuestión que me ronda es las imágenes de dos sueños. Uno fue una noche, al día siguiente tuve otro que completó el primero. Me molestó bastante. Quise hacer “catarsis”, purgar mi espíritu de malos pensamientos, por diferentes razones, a como diera lugar. Quiero pensar en escribir otra cosa. Si es posible. Así la ayudanta salió primero.

Sir… hagamos un juego, usted toma un par de tijeras amputa este engendro, lo reescribe y yo me siento feliz… quería escribir una página, pero Emily fue creciendo, la veía claramente, quizás no me animé a hacerla bien jodida como el personaje de la película, como alguien que parece someterse, es de muy buenos modales y con el tiempo se convierte en el dominante del otro, en el amo de la casa. Quizás no pasó así porque tiendo a mirar desde otro lado. Cuando la gente dice “hijo de la Malinche”, la que traicionó a su pueblo, me enojo y grito ¿Por qué? ¿No fue ella primero vendida, maltratada, entregada como una cosa? ¿Qué vínculo tenía con su pueblo?

Así mi Emily, no llegó a ser lo que quería que fuese.

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La ayudanta

Emily despidió a su padre con un leve roce de sus labios en la frente. En perspectiva miró a Emma, su cuñada, parecía una escena de Hitcoch, todos los elementos presentes auguran el desenlace. Bajó la cabeza, ni una sola lágrima descendió por sus mejillas. Se frotó los brazos desnudos, en gesto de tener frío aunque era cálido verano. Sus ojos estaban acuosos y enrojecidos. No dijo una palabra. Salió a esperar el cortejo. La gente la abrazaba, la saludaba. Ella se vistió de silencios. A partir de ese día viviría con la familia de su hermano, así se lo habían dicho. Era inevitable, era menor de edad. A su alrededor corrían sus tres sobrinos, ella los quería, aún cuando los niños no la trataban bien. Cierta vez dijo que era por influencia de Emma.

Al día siguiente del entierro habló con su hermano:

-Voy a buscar trabajo. No lo hice hasta ahora porque alguien tenía que cuidar a papá.

El hermano la miró incrédulo. De qué iba a trabajar. No estaba calificada para un buen trabajo y eso era un problema en épocas de desempleo. No había terminado la secundaria, por su forma de ser había dejado pendiente seis materias; solo sabía hacer bien las cosas de la casa y cocinar. Emma estaba buscando una muchacha para que la ayudara en la casa, se lo dijo. Emily contestó que quería independizarse, que le faltaban pocos meses para la mayoría de edad, prefería vivir sola. No dijo una sola palabra de lo que había escuchado a Emma decirle a sus hermanas y a la madre: “como si fueran pocos los gastos, ahora tenemos que alimentar y vestir a la parásita de mi cuñada”. Ellas no la vieron. El hermano hablaba, ella lo miró y concluyó: “viviré aquí sólo hasta junio, hasta mi cumpleaños. Tengo dinero ahorrado en una caja de ahorro, que me abrió papá, y de los trabajos que hacía en arreglos de ropa y cuando cocinaba para las vecinas del barrio. Enriqueta, la modista me dio trabajos sencillos para hacer. Iré a verla.”

No esperó y fue a ver a Enriqueta, pero ella le habló de la crisis de la que no había escapado, tenía muy poco trabajo, no iba poder pagarle mucho porque ella no sabía coser bien. Emily le explicó secamente: “no quiero depender de mi hermano. Usted sabe que puedo cocinar, limpiar si es necesario”. Enriqueta aceptó, justamente la mucama se había enfermado y pronto se iría a su pueblo.

Esa noche Emily ayudó en la cocina a Emma, tomó un poco de caldo y no pudo comer más. Se fue a dormir tras el cuchicheo de su hermano y su cuñada. Él dijo “tenés que comprender, vivió con papá hasta hace dos días”. Al día siguiente se levantó temprano, tal como lo haría en adelante, evitaría ver a su supuesta familia. Caminó las 25 cuadras hasta su trabajo, no quería gastar ni un centavo, no sabía dónde iba a comer, por las dudas se llevó un pedazo de pan, el termo y el mate. Imitando a su madre dijo en voz alta: “Cuida los centavos que los pesos son más difíciles de que los gastes”. Primero observó dónde estaba cada cosa, preguntó sobre la rutina, la forma de hacer la limpieza y la libertad que tenía para modificar algo, recordó las indicaciones de la odiada profesora de administración: “ubicarse e informarse del estado de situación, elaborar aunque sea mentalmente una evaluación de qué se tiene, cuál es el objetivo y trazar un plan”. Por esa mujer no había terminado quinto año, tenía demasiadas faltas, le contestó mal, la suspendieron y quedó libre, pero no había duda, algo había aprendido. Tenía que organizarse, administrar recursos y tiempo como lo hacía en la casa de su padre. Cuando estaba empezando a limpiar la vereda, llegaron un par de vecinas, se casaba la hija de una de ellas, querían vestido para la novia, las madrinas y un par de tías. Emily supo estar a la altura de las circunstancias, las atendió amablemente, les sirvió té, les preguntó brevemente sobre el acontecimiento. Ella sabía que a esas mujeres había que dejarlas hablar, se sentían felices de decir, bastaba una pregunta, una sonrisa y una mirada atenta. La modista calculó el tiempo que tenía para hacer los vestidos, le pidió a Emily que se quedara hasta la noche, que le daría el dinero para el colectivo, que al día siguiente viniera desde la mañana hasta la tardecita, iba a almorzar y merendar con ellos. Ella pidió solo una hora de descanso después del almuerzo y de limpiar la cocina. Emily tomó las riendas de la casa, se ocupó de la comida, las compras, de tener lista la ropa de toda la familia, de ir a pagar las cuentas antes del vencimiento. La modista, la miraba sorprendida, era tan joven y manejaba todo como una experta en tan poco tiempo. Cuidaba cada elemento como si fuera propio, después de una semana se dio cuenta que la casa estaba más limpia y que había gastado muy pocos artículos de limpieza. Se lo dijo, Emily le respondió que lo había aprendido de su madre, no hacía falta gastar demasiado para respirar el lujo de una casa limpia y ordenada. La comida era sabrosa, sana y económica. Por la tarde había pan, biscochitos o budines caseros para comer. Las clientas elogiaban el servicio de té con que Emily las recibía y mitigaba el tiempo de probarse los vestidos, hasta les parecía una salida divertida ir a casa de Enriqueta. A ninguna se les escapaba la capacidad de escuchar de la ayudanta, como habían comenzado a llamarla, la habían convertido en una isla de tranquilidad en sus vidas. Dijeron, en tono de sana envidia, que era mucha suerte conseguir a alguien tan eficiente y educada. Emily se había convertido en una suma de detalles bien calculados. Había puesto en uso la tetera y no un saquito de té para cada taza, cuando le preguntaron por qué lo hacía detalló: se usan cuatro o cinco saquitos menos por día, solo los días que vengo yo suman100 saquitos menos al mes igual a 2 cajas de 50, al año son 24 cajas menos. Si te fijás en los otros gastos de esta forma, a fin de año te vas de vacaciones con ese dinero.” En el jardín trasero había un par de árboles frutales, ella convirtió las frutas en dulces frescos que todos disfrutaban. Plantó hierbas aromáticas, como las que tenía en la casa de su papá. Llegaba cansada a la casa del hermano cuando ya era de noche, saludaba tomaba un té, ayudaba a sus sobrinos con alguna tarea escolar y se iba a dormir. Emma no disimulaba su fastidio, se había enterado de lo bien que Emily estaba llevando la casa de la modista. La joven no compartía con ellos las comidas ni siquiera los domingos, prefería irse a la plaza donde la veían leer sin descanso y hacer apuntes en papeles sueltos, compraba fruta, se llevaba un termo con mate o caldo. Los primeros días de Junio, Emily le pidió tres mañanas libres a la modista porque tenía que ir al colegio. El último día llegó sonriente y dijo simplemente: “terminé la secundaria”. Su familia adoptiva enmudeció. Si Emily había terminado el colegio era posible que se fuera. Ella no agregó palabras, se había convertido en indispensable, no sólo ayudaba en las tareas de la casa –cocinaba, compraba, limpiaba, planchaba y ordenaba todo como si tuviera en sus manos una varita mágica- era la maestra particular de los chicos, día a día aprendía sobre costura, tomaba medidas, ayudaba a probar, hacía terminaciones, tenía acaparada la hechura de las prendas más sencillas, entregaba los trabajos a domicilio con una tierna sonrisa.

Junio llegó y decidió que no dormiría más en la casa de su hermano. La casa de su padre la habían alquilado, le pidió la mitad del alquiler al hermano. Fue el primer roce, la primera piedra como si fueran Caín y Abel en un desierto de palabras. Él le dijo que había contraído deudas por la enfermedad del padre, que se tenía que recuperar. Emily le pidió que le rindiera cuentas. Fue terminante “Papá tenía obra social, los remedios los cubría con su jubilación, no tuviste necesidad de enfermera porque lo cuidé las 24 horas durante todo un año, lo mismo fue con mamá. Los gastos de sepelio los cubrió el seguro. Papá dejó todo arreglado. No se debía un peso de servicios o impuestos. La casa en que vivís quedó a tu nombre, la que vivía él, al mío. No me pertenece la mitad del alquiler, sino todo.” El hermano la miró con dureza. Ella le aclaró “ya hablé esto con el abogado de papá”. Ni una sola lágrima se deslizó por las mejillas de Emily cuando puso todo en una bolsa y se fue a vivir a la casa de la modista. Le ofrecieron una habitación con baño al fondo del jardín, viviría sola. Ella pensó en que eso estaba bien. Seguiría trabajando allí mientras estudiaba. Nada dijo en la casa. Solo aclaró que cumpliría horario de 8 a 12 y de 15 a 19 todos los días incluido el sábado, que por ese trabajo le pagaran un sueldo y que ella pagaría el alquiler de la habitación. Quiso todo por escrito. Se sabía que Emily tenía dinero ahorrado, el hermano intentó averiguarlo, pero no pudo llegar muy lejos en su búsqueda. A las 19 Emily partía a pie con un cuadernito y una bolsa en su mano. Regresaba cerca de medianoche. Así pasaron los días y las noches. El hermano le dio la mitad del alquiler hasta que se terminó el contrato. Emily había sido tajante “Cuando hayan pasado los dos años de contrato, MI casa la administro yo”. Cada día que pasaba se la veía más amable y más concentrada en las anotaciones de su cuadernito. Lo único que mencionó fue “estoy estudiando”. Una vez cada tres o cuatro meses pedía alguna tarde o mañana, que luego compensaba con el horario de descanso o con algún domingo. Todos prestaban atención a si salía con alguien, si se compraba ropa o si iba a algún lado. Emily, parecía siempre vestir la misma ropa, los mismos zapatos, el mismo corte de pelo, la misma figura delgada. Pasaron cuatro años y Emily le dijo a Enriqueta “Voy a dejar de trabajar; me voy a mudar a mi casa dentro de uno o dos meses. Tiene que buscar una nueva ayudanta”. La mujer la miró espantada. ¿Qué iban a hacer sin Emily? Desde que ella había venido el trabajo había aumentado mucho, sin embargo “todo” estaba más que en orden y a tiempo. Cuando lo comentó con el marido y los hijos le dijeron “Ofrecele el doble de dinero, no le cobres el alquiler. Vas a ver que se queda”. Emily se mantuvo firme y aconsejó “busque a alguien sin ambición de cambios y tendrá una ayudanta permanente. Nunca dije que me quedaría para siempre. Soy como un tornillo en el engranaje de esta vida, en su casa; puedo ser reemplazada en cualquier instante. Suponga, me muero. Ustedes van a seguir viviendo. Perdí a mis padres y tuve muchos pequeños duelos por pérdidas voluntarias o no, seguí viviendo. Han pasado más de cuatro años ya. Terminé mi tecnicatura en administración hotelera, es hora que haga algo diferente. Están por terminar los arreglos de mi casa, la voy a convertir en hospedaje para jóvenes extranjeros. Eso da dinero. Además, terminé de pagar el departamento que también pienso alquilar. Le agradezco que me diera un lugar, pero es hora de partir.”

Tres años después Emily comentó en un entrenamiento dirigido a jóvenes emprendedores “Mi madre me dijo antes de morir que las Emily son flexibles, hábiles para infiltrarse e imponerse. Muchas veces son violentas y muestran un aspecto de ser superior. No sé si es verdad. Desde entonces decidí ser fiel a ese mandato. Tal vez pueda ser que el resentimiento sea mi estímulo para cobrarme los malos tratos de la vida o de las personas. Si algo puedo aconsejar es que: ustedes deberá reflexionar sobre qué camino quieren seguir”.