28.8.06

Aprendizaje VII

Aprendizaje VII
(último)
Miguel Torcida

Miguel fue alguien que conocí por el trabajo de mi marido. De profesión ingeniero, tenía una forma de ser que me chocaba. Daba cursos en empresas tratando de imprimir una nueva orientación en la comunicación y relaciones interpersonales dentro de las organizaciones, hablaba de otro tipo de liderazgo, explicaba lo que era la manipulación, pero no dejaba de mostrar lo perjudicial de esa forma de trato que disminuía el valor de quien la utilizaba. Víctor hablaba maravillas del curso que le había dado. Recuerdo que me enojé mucho porque aceptaba lo que Miguel decía, pero no lo que yo decía. En realidad yo peleaba para que reconocieran el valor de mi palabra. Normalmente me sentía la “tilinga del grupo”, con muchos pajaritos en la cabeza. No entendía porqué lo que tantas veces le había dicho cuando Miguel lo decía se convertía en Santa Palabra.
Al final hice un curso sobre Asertividad, en el sindicato. junto con otras esposas. Miguel lo planteaba como necesario porque sus maridos podían cambiar. Luego continué un cuatrimestre en un curso con otras mujeres, a partir de él empecé a leer algo sobre el Tao.
Pero Miguel seguía sin convencerme, sobre todo porque había escuchado a otras mujeres hablando mal de él y el colmo fue su hermana. Entonces me resultaba un tipo egoísta, un tipo que no se ocupaba ni de su madre, etc. etc.
Con el tiempo lo que Miguel había dicho fue tomando forma, un día descubrimos un libro escrito por él en una librería y lo compramos. Para mí comenzó a ser otra persona. Cuando aplico la técnica del disco rayado, o cuando digo lo que me parece aunque pueda molestar y trato de hacerlo de manera cortés, cuando arrojo un “lo siento” de manera sincera ante una metida de pata mía, etc. etc. me acuerdo de Miguel.
Ese Miguel que un día Víctor y yo encontramos, por casualidad, en el Rosedal y se acercó a saludarme (porque a Víctor no la había visto). Entonces le sonreí sinceramente y lo saludé afectuosamente, le dije “compramos tu libro, es un poco tu curso, me pareció importante tenerlo”. Se quedó sorprendido y yo tranquila, había sido capaz de reconocer el valor de su trabajo, decírselo y apropiarme de parte de su conocimiento. Aprendí que mi error, en ese caso, era insistir sobre cierta “forma” de decir; además de no convencer a nadie quería imponer mi palabra. Con el tiempo empecé a sentir que si alguien quería aprovechar lo que le daba estaba bien, si no les servía de nada también estaba bien; eso sí: QUE NO ME ATACARAN, alguna ironía horrible se me escapaba (tal vez se me siga escapando estúpidamente).

------------

Los dejo que digan…
En el CBC conocí a un grupo de mujeres que querían ingresar a la facultad, la profesora de Conocimiento científico, cuando quería tener éxito sobre algún material que había enviado a investigar, preguntaba “¿A ver las del PAMI?” Nosotras prestas respondíamos. Éramos algo así como la tercera parte de esa comisión. Tiempo después, cada una en su carrera nos seguimos cruzando en la facultad, una de ellas seguía Historia y cierta vez me comentó “Antes discutía cuando opinaban sobre algo que consideraba erróneo, ahora no. El domingo en una cena, alguien dijo algo sobre el Siglo de Oro español, estuve ahí de corregirlo y lo dejé hablar. Dijo una tontería tras otra, los que estaban allí lo escuchaban con atención. Me separé de la ronda y los empecé a observar. Cuando me preguntaron contesté que era un tema largo de debate y que en una reunión así no estaba en vena para contestar. Me sentí bien, allí no era más que un espectador, no sentí ganas de corregir, ni de oponer mi palabra, me reservo para cuando tengo que dar clases.” Ha pasado de esto más veinte años, hace unos días me dijeron “Me hubiera gustado que vieras la película que vimos… para ver qué explicación le encontrabas”. Me pregunté si querían tomarme examen (ya me habían jugado ese chistecito más de una vez), si les interesaría mi palabra, si realmente buscaban mi explicación… contesté que no había visto la película en cuestión. Recordé el día que hice un comentario sobre una serie de televisión y todos me quedaron mirando como si estuviera alcoholizada. Quince días después salió una crítica en el diario, decía más o menos lo que había comentado. Después me preguntaron si la conocía, si había escrito algo. Les contesté que no tenía ni idea de esa crítica, que me la alcanzaran para sentir que no era un bicho raro a la hora de decir.
No escuché bien qué decían sobre la película vista, la mujer (de la que no recuerdo su nombre) estaba diciéndome aquello de reservarse para cuando se da clases dentro de mi cabezota. Miré a mi interlocutor y no dije palabra, en ese día me habían pedido dos veces que explicara algo. Sentí que dar una clase estaba bien, pero la deformación profesional está bien siempre y cuando uno no sea consciente de esa situación. Así fue que me sentí muy bien conmigo guardando un tranquilo silencio.

----------

¿Por qué no traducís a nuestro nivel?
Una de mis hijas y su papá estaban discutiendo sobre historia argentina, la cosa llegó al peronismo, cuando quise dar mi punto de vista no aceptaron lo que decía. Cuando traté de explicar, empezaron las resistencias, las contraopiniones, sentí que era mucho trabajo decir, que tenía que ordenar un montón de datos, que era muy largo, que mi concepción sobre causas y efectos podría ser contrarrestada por explicaciones no lineales, por sentimientos, emociones… que estábamos de vacaciones… Entonces los miré y solté un “No tiene sentido ponerme a hablar sobre este tema”. Mi hija me increpó con un “¿por qué no traducís a nuestro nivel?” Cerré aquello con que no opinaba igual, que para llegar a esa opinión me había llevado años y que probablemente no era una cuestión cerrada, que si tenían ganan buscaran en otro lado porque yo no tenía ganas y me fui a cocinar. Las cacerolas y yo nos llevamos bastante bien y el resultado se traduce en algo satisfactorio para todos.
______
Aprendizaje VII ¡¡¡han sido un montón!!!
El número siete (también sus múltiplos) y yo nos llevamos bien. Nací un día 7 del antiguo mes siete a las 21 horas, me puse de novia con Víctor un día 21, me casé un día 14, mi primera hija nació un día 21... Viendo que ya no tengo más escrito sobre mi aprendizaje los dejaré de lado... Aunque todos los días sigo aprendiendo de las personas, aún en aquello que no debo hacer. Mis alumnos son una fuente permanente de un libro que no deja de escribirse al igual que todos aquellos con quienes me pongo en contacto. Una palabra, un gesto, un dato... Creo que esto no es privativo de mi persona. Mi profesora de semiología dijo una vez en clase "somos como un coro polifónico. A través nuestro hablan todos aquellos que nos dejaron su voz, sus palabras".

25.8.06

Aprendizajes VI

De tan secundaria no sirve para nada...
Alumno de 5º año dice: Profesora ¿Me quiere decir para qué son cinco años de secundaria?
Profesora: Primero para que aprendas a pensar, para que adquieras herramientas que te sirvan para seguir estudiando y para que tengas conocimientos que puedas utilizar en tu trabajo o en la rutina de todos los días.
Alumno: Son muchos años. Me parecen totalmente inútiles.
Profesora: Si lo tomás como pérdida de tiempo, si sólo te interesa zafar… no dudo lo que te va a pasar cuando entrés a la facultad.

Tres años después
- Hola M… ¡Tanto tiempo! ¿Cómo estás? ¿Cómo te va con abogacía?
- No aprobé el CBC y me pasé a una privada, no me iba bien y ahora estoy haciendo el ingreso para el profesorado de gimnasia.

Varios años después, me enteré que aquel alumno había abandonado los estudios y sentía una profunda frustración.
----------------


Ser diplomática no está demás

Hace unos días leí un mail dirigido a un grupo de docentes firmado por alguien que conocía. La persona en cuestión muy diplomáticamente pedía que la borraran de la lista. Lo hacía de la forma que siempre le admiré (quizás tuve envidia). Era elegante para decir y borrarse de los compromisos como muy pocas personas saben hacerlo y pocos perciben que detrás de esos modales basta con que te des vuelta para que te despellejen.
No sabía que ella estaba en el mismo proyecto. Recordé mi relación con esa persona en el taller literario que coordinaba. Hablaba mal de todos los integrantes y me pedía que hiciera algún comentario sobre sus textos porque no se sentía con ganas, no valían la pena, “eran un horror”. Devolviéndole el favor de participar gratis en su taller, hacía la tarea de analizar textos de otros, para disparar el intercambio, a mí me servía para poner en práctica mi anquilosada sesera, además no hay texto que trabajado no pueda ser mejorado y analizado. Por consejo de mi psicólogo dejé el taller. Años después quiso la vida reunirnos por azar, me encontré con ella a cientos de kms de donde vivimos y me comentó: “¿Sabés? Ernesto (su esposo) me hablaba de lo que fuimos a ver al galpón de empaque, pero creo que nunca le presté atención. Son esas tantas veces en que uno pone cara de escuchar y no escucha nada.” Si pensaba que esta mujer era la reina de la apariencia, ella me lo confirmaba con esas palabras. ¿Cuántas veces le habría dicho algo y ella me habría puesto cara de escuchar? ¿Sería por eso que no entendía algunas de mis demandas sobre el trabajo de mis textos? ¿Le aburrían soberanamente? ¿Eran los míos un horror o no valían la pena? Al leer el mail no pude dejar de sentir su manipulación del lenguaje.
Pero si algo aprendí de ella es que: si yo fuera diplomática de algún país, seguro que estaría en problemas permanentemente porque lo de “al pan, pan y al vino, vino” no es lo que mejor se ve.
Mi padre decía “lo cortés no quita lo valiente”.
----------

La razón de los locos

No hay nada que me moleste más que den la razón después que lo que predije se hizo realidad. Preferiría que guardaran un sano silencio. Cuando la Guerra de Malvinas, me sentí ambivalente por un lado un sentimiento nacionalista, acunado desde mi infancia, me invadió del mismo modo que ese puñado de soldados obligados a tomar una tierra que les era desconocida y sin los pertrechos necesarios. Por el otro, sentía que todo era una perfecta farsa. Por un lado, recuperar las tierras, por el otro: van a morir innecesariamente, son carne de cañón, nos van a traicionar, los yanquis jamás se enfrentaran con la madre que los parió. Son cortados del mismo molde, tienen intereses que se suman, mientras nosotros no les servimos sino como fuente de recursos, de negocios oscuros, de gobiernos estúpidos que firman acuerdos, que adoptan la Doctrina de la Seguridad Nacional (donde lo nacional no tiene nada que ver con nosotros y sí mucho con lo de ellos). En mi ambivalencia, puteaba contra la guerra y muchas veces me tuve que comer más de una burla por ese "zurdaje" de cuarta con que me etiquetaban. Cuando la guerra llegó a su fin alguien me dijo: “tenías razón”. Me puse a llorar, le dije "no me interesa tener la razón, me interesan los que han muerto por la sinrazón de una guerra".
Me pasó otras veces el anticiparme a los hechos, estúpidamente me hice malasangre antes de tiempo, dije lo que estaba pasando y en el primer momento obtuve la burla, el rechazo, las etc. Cierta vez, trabajaba en un colegio, le dije a mis compañeros lo que estaba pasando, la maniobra del dueño del colegio era antieducación, mis compañeritos se horrorizaban de mi falta de solidaridad, de que no me pusiera la camiseta, de los problemas que les implicaba quedarse sin esas horas. Tuve un ataque de presión y la espalda de los que creí mis amigos y del resto de mis compañeros de trabajo. Entonces en el límite de lo saludable renuncié. Unos cuantos me dijeron que yo podía hacer eso porque tenía quien me mantuviera, que era una mala persona, que era egoísta, etiqueta más etiqueta me quedé sola detrás de la línea que alguien me había trazado con "sos una irresponsable". Lo que no sabían era que yo me había “cagado” mi jubilación, con la antigüedad que tenía nadie me iba a dar trabajo, ni siquiera en el Estado y me faltaban pocos años para lograrla.
Me dolió, pero ya estaba hecho. Me fui sin indemnización, sin amigos, sin nada.
Poco tiempo después lo que había pasado se tradujo en el cierre del colegio, algunas de las personas que me habían maltratado verbalmente se vieron mezcladas en despidos, en falta de pago del sueldo, en demandas al colegio y otras yerbas.
Por esos accidentes del destino me encontré con tres personas en un colegio durante una suplencia, muy breve por cierto, en una localidad vecina a Bs. As. Una de estas personas me dijo que nos debíamos una charla, con la voz entrecortada le dije “Antes sí. Ahora ya no tenemos nada que decirnos.” Salí de la sala porque sentía ganas de llorar, yo había creído que G. era mi amiga, era algo que no podía digerir. Supe que alguna vez alguien dijo que al final tenía razón, pero ya no era importante. Durante dos años (que me parecieron interminables) busqué trabajo, encontré algo, pero nada ha vuelto a ser igual. Sé que debería estar acostumbrada, “las cosas se oxidan, se rompen, dejan de funcionar” ¿y las personas? Se van, se mueren o, lo que es peor, te abandonan o te traicionan. Era irónico había llegado a ese colegio porque trabajando 14 años con curas eran demasiado, no estaba de acuerdo como se hacía lo que se hacía. Lo extraño fue que cuando presenté mi renuncia, en la última reunión de profesores, me encontré con que otras 10 personas hacían lo mismo y que pronto se sumarían otras tantas (parecía que nos habíamos puesto de acuerdo) pero no había sido así. Cierto es que después se confirmó la falta de pago de los aportes jubilatorios, el intento de incendio por parte la secretaria, los problemas con el rector… además del trabajo con los alumnos, pero siempre se puede uno caer de la sartén directamente al fuego. El nuevo colegio donde fui a trabajar era una reproducción en pequeño del país.
Me gustaría ser completamente taoísta en este sentido: "lo que ha de suceder, sucederá, de nada sirve que me anticipe y me sienta mal". Los problemas no resueltos en las instituciones son como el agua, tarde o temprano perforan hasta las rocas. Podemos decir, pero no todos están de acuerdo y no sólo se trata de aquellas instituciones de las que podemos ingresar y salir cómodamente, incluyo a las relaciones de familia en este revuelo.

------

22.8.06

Si digo ¡basta!

Mañana digo basta.
No, eso era el título de una novela
De una señora muy aseñorada.
De señora gorda con que me confunden
¿Y por qué mañana?
¿Y si empiezo hoy?
Si digo:
Me cansé
No puedo
No quiero
No sé
¡Basta!
Pero hoy, simplemente hoy
Digo NO y me afirmo
Y soy yo
¿Quién es yo?
No sé
Un deítico, un fantasma
Un conjunto de definiciones
Alguien indeterminado
Que está cansado de decir Sí
Pero teme
al círculo cerrado que expulsa a los expatriados
al pobre sucio y triste río del rechazo.

20.8.06

Aprendizajes V

De cómo se puede aprender a echarle la culpa al otro

Una niña de unos cuatro años jugaba a correr de un lado para otro en la vereda, fue así que entró corriendo en la casa de los abuelos y se llevó por delante una mesa pequeña. Enojada, la niña dijo “¡¿Quién fue el idiota que dejó esta mesa aquí?! Yo me golpeo”. Una de sus tías, a la que no le gustaba para nada la educación de su sobrina, le explicó: “Está mesa hace mucho que está aquí y nadie se la llevó por delante. Si en lugar de correr a ciegas mirás lo que tenés enfrente vas esquivar la mesa. Esta es la casa de la abuela y tenés que respetar el lugar. La abuela te dijo que no corras adentro. Si querés correr, andá al patio”.
La niña se puso a llorar y vino la mamá, y le gritó a su hermana “¡¿No te da vergüenza hacerla llorar?!”
Ambas hermanas comenzaron una discusión sobre la educación de los hijos, la madre sostenía que no se podía hablar si no se era madre, etc. etc. y la tía le dijo a la madre que el no ponerle límites a su hija, tarde o temprano a la única que iba a perjudicar era a la nena.

La pequeña creció dándose tropezones y, de igual forma, como cuando se tropezó con la mesa, siguió echándole la culpa a los otros de su divorcio, de la falta de trabajo, de la falta de dinero, de los malentendidos con su descendencia…

-----------


Una mamá criticaba, a menudo, a algunos profesores de la secundaria donde iba su hijo. La “preferida” de las críticas era la profesora de literatura; “No sé el porqué de tanta exigencia ¿Para qué les exige tanta interpretación? ¿Tanta lectura? Un libro se lee y punto.”
Mi respuesta fue “todo intercambio comunicacional es manipulación o, en forma más livianita, persuasión; en un tipo de lectura –más allá de lo literal- los chicos ejercitan las posibilidades de interpretar lo que le dicen”. Discutimos algo sobre el tema y terminé callándome, era enero, mejor disfrutaba de mis vacaciones, sentí que tarde o temprano aquella mamá podría ver cómo continuaba la historia.

Años después el hijo estaba en la facultad y aprobó menos de la mitad de las materias del primer año.
Tuve oportunidad de ver a la mamá muy enojada con el rendimiento de su hijo.
(¡Glup! Me atraganté, pero tuve ganas de recordarle la exigencia de la profesora de literatura)

-----------------

Un alumno reprobó un examen de lengua y literatura. Verdaderamente no había alcanzado los objetivos del mismo.
La mamá averiguó si no había problemas con la licencia de la profesora que le había examinado.
El alumno pidió hablar con los dueños del colegio y llevó con él a un compañero que también había reprobado.
La rectora le ofreció a la mamá del alumno una fotocopia de la prueba y que viera la prueba original. A la mamá no le interesó. Lo que pretendía era encontrar los motivos para impugnar la mesa.
La madre, del “niño” en cuestión, era abogada.

Recordé que en una charla casual con un abogado defensor, le plantee: “Si ves que un ‘asesino’ es apresado por un procedimiento que, por descuido o negligencia, no cumple con todas las formalidades ¿vos harías todo lo posible para dejarlo libre?” Me contestó que sí, que ese era su trabajo.

Por analogía sentí que el adolescente aprendió, en ese momento: no importa la inocencia o la culpabilidad de alguien, sino el procedimiento; quien no sabe puede cuestionar al profesor, pero no su propia ignorancia.

19.8.06

Sobre la tarea de escribir

“…Usted es escritor, tiene, como dijo hace poco, obligación de conocer las palabras, sabe que los adjetivos no sirven para nada, si una persona mata a otra, por ejemplo, sería mejor enunciarlo así y confiar que el horror del acto, por si solo, fuese tan impactante que nos liberase de decir que fue horrible, Quiere decir que tenemos palabras de más, Quiero decir que tenemos sentimientos de menos, O los tenemos, pero dejamos de usar las palabras que los expresan, Y, en consecuencia, los perdemos, Me gustaría que me hablases de cómo vivieron el la cuarentena, Por qué Soy escritor. (…) Un escritor es como otra persona cualquiera, no puede saberlo todo, ni puede vivirlo todo, tiene que preguntar e imaginar.”
De Ensayo sobre la ceguera, José Saramago.
________
Los textos de Saramago me dejan imágenes, ideas, valores, teoría sobre la escritura y una profunda necesidad de reflexionar sobre mi condición de ser aquí, en esta tierra y en este tiempo.
Si tuviera que elegir libros para llevarme a una isla, creo que los de Saramago estarían en mi bolso. No sé si todos, por lo menos un par me harían una buena compañía.

13.8.06

Día del niño

“Pido perdón a los niños por dedicar hoy este saludo a personas grandes.” Quizás yo tenga la excusa de que no hay niños que lean este blog, tal vez debiera contar el porqué de mis asociaciones paradigmáticas.

Hace unos cuantos años salí del subte, frente a la Facultad de Ciencias económicas, verdaderamente angustiada. Alguien se había arrojado a las vías. En ese momento, en que tenía muchos deseos de llorar por la desesperación de ese alguien desconocido, que se había marchado de este mundo de una forma dolorosa… quizás por falta de alguien que le escuchara o por falta de una caricia para el alma.
Quiso la casualidad que Alejandro, un ex alumno, me sacara de ese ensimismamiento, me gritó “¡Profe! ¿Cómo le va? Usted sigue igual”. Lo miré, abrí grandes mis ojos, no sabía quién era. De repente me acordé de “Solo sé que soy un hombre feliz”. Era él, mi alumno feliz. Le conté que tenía que buscar un colectivo para seguir, que la casualidad me había puesto allí. Intercambiamos palabras y al final me dijo “no abandone la niña que hay en usted”. Hace rato que dejé de ser niña, Ale. Le respondí. “No, nunca dejamos de ser niños” aseguró ese ex alumno ya convertido en doctor.
Y junto a eso rememoré la dedicatoria que Saint- Exupery escribió en El Principito. Así que sé, que en un día como hoy: hay algunas personas “grandes” que deben tener necesidad de consuelo. Quiero (parafraseando a Saint Exupery) dedicar estas líneas “al niño que estas personas grandes fueron en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan).” Aún así, hoy quiero decirles: ¡Feliz día del niño, personas grandes y no olviden que un día fueron niños! (Sé que inocencia, pureza, felicidad, etc. etc. no siempre acompañaron, acompañan o acompañaran la niñez de las personas, pero sí podemos tener asombro, y muchas ganas de salir adelante.)
Un abrazo de oso.
Amalia

9.8.06

Aprendizajes IV

¿Y quién se ocupa de los alumnos malos?

Hace muchos años llegué despotricando contra los alumnos que se portaban mal, que no entendía para qué había elegido ese trabajo, que estaba harta, que el rector, que la escuela, que los padres…
Mi madre, que había venido a visitarme desde el sur, me miró y me dijo en tono seco y en son de crítica:
“Es fácil ocuparse de los buenos alumnos ¿Y de los malos quién se ocupa?
Una vez más mi madre me había parado el carro, yo tenía para ese entonces más de treinta años. La miré, no le contesté y pensé que tenía razón.
A partir de ese día me iba a ocupar de los llamados “malos”.
Así fue que “Quique” un día me firmó una tarjeta diciendo “A la única que me aguanta” o Martín (después de pelearse conmigo durante tres años) un día dijo en voz alta: “Al final, la única que nos entiende es Carioli”… o Davor después de decirme que era una boluda, pelotuda como todos los adultos a fin de año me abrazó y me dijo “mi hermano y usted son mis modelos, la quiero profe” (este caso merece un renglón aparte, en realidad debí hacer que lo sancionaran por faltarme el respeto).
Estuvo también aquel alumno de tercero que un día descubrí que le gustaba el cine, él me aconsejaba películas y yo las alquilaba, a la clase siguiente le dedicaba el recreo a comentar las películas, él no molestaba en clase, es más: ¡estudiaba! Y cuando estábamos en un idilio perfecto lo echaron del colegio por pelearse con la de lengua.
Así fue que cuando entraba a un curso hacía un recorrido panorámico por el aula y detectaba a los “malos” y decía “si no los conquisto, voy a tener problemas”. Fue el caso de Matías que de once materias aprobó dos, gimnasia (con el rector) y administración conmigo, y no porque le regalé la nota, él mismo reconoció que había estudiado. Las demás profesoras tenían que sufrir las groserías del “pequeño”. Sin quererlo, él fue mi tarjeta de presentación en un instituto. La dueña me dijo que el secretario había hablado maravillas de mí, que yo había sido su profesora en la secundaria, era Ezequiel, otro alumno del curso amigo de Matías. Los dos nos reíamos de ese encuentro fortuito que nos había reunido una vez más.
Pero fue Nati (Natalia) la que me recordó una vez más el ¿quién se ocupa de los malos? Nos habíamos cruzado a la salida de la facultad de Filosofía y me había preguntado ¿por qué me quiso? Y sólo le sonreí y la dejé con la intriga.
Unos años después, un día salí antes del colegio donde trabajo, volví a encontrarme con ella me saludó y me preguntó ¿se acuerda de mí? Por supuesto, no recuerdo tu nombre, pero todavía tengo el libro de Pergolini que me diste. ¿Qué hacés por acá? Trabajo en este colegio. ¿En este? Yo también.
Las dos estábamos trabajando en la misma fundación, sólo que ella en otra sede. Ahora estamos en la misma, ella en primaria y yo en la secundaria. Las compañeras me dijeron: Era buena alumna ¿no? Nada que ver, respondí. Ella comentó que yo no le ponía los unos que se merecía. Entonces le aclaré “Si te ponía los unos te perdía para siempre”.
La materia que les daba era sobre historia económica argentina, después de todo le enseñé a querer la historia aunque no soy profesora de historia. Ella ahora estudia “profesorado de historia”. En una reunión de docentes la escuché hablar, me quedé embobada, las colegas que estaban en mi mesa preguntaron quién era por lo bien que hablaba. Dije con orgullo “Es Natalia, fue mi alumna en la secundaria”.


Tenés que organizarte
Cuando me casé mi madre me vio corriendo de aquí para allá, fastidiada, renegando porque quería dejar la cama tendida antes de salir para el trabajo. Trabajaba, iba a estudiar, tenía más de una hora de viaje de ida y de vuelta desde donde vivía al trabajo y al instituto.
Mi madre me dijo “tenés que organizarte y lo vas a poder hacer”. Eso equivalía a fijate los horarios, no pierdas tiempo, elegí lo que tenés que hacer.
Cuando nacieron las mellizas, Paula tenía un año y medio. O sea, de repente tenía tres criaturas con pañales y no había descartables. Eran pañales de tela que había que hervirlos con vinagre. Mi mamá vivía a mil kilómetros y mi suegra a unos 20 kilómetros. Me las iba a tener que arreglar sola. Víctor estudiando, el sueldo pequeño había que estirarlo. No podía darme el lujo de pagar ayuda alguna. Y mamá volvió a repetirme “tenés que organizarte y lo vas a poder hacer”. Me convertí en un relojito. Víctor me dijo de conseguir otro trabajo, de quedarse para ayudarme y lo saqué corriendo. Le dije que lo mejor que podía hacer era recibirse. Ese año él fue una máquina de aprobar materias. Y con dos hijas prematuras, con mamaderas cada tres horas, con pañales de tela, con una nena mayor que no la pasaba nada bien con dos hermanas de un solo golpe, salí adelante. Sobre todo porque Celeste había superado sus males y había vuelto a la vida con toda naturalidad.
Cuando algo estaba a destiempo me reprochaba el no haberme organizado como era el mandato materno.
Ahora que no tengo la vitalidad de antes, en que me doy muchos permisos para no tener todo a horario, recuerdo a mi madre y su “tenés que organizarte”.
Para mi sorpresa he visto cómo una de mis hijas es super organizada sin que yo le haya dicho algo al respecto.
----
Mientras mi madre vivió difícilmente discutía con ella. Mamá era conciente de que yo era una cabezona que iba a hacer lo que me parecía, pero también tenía claro que la escuchaba y que su palabra, mal o bien, siempre tenía un sentido para mí. Quizás por ese respeto ella escuchaba con igual atención mi palabra. Lamento las dos o tres veces que tuve una pelea por alguien que no lo merecía.

7.8.06

Aprendizajes III

El sabor de la impotencia
GABY

En el medio de la rueda, que parecía un escenario más de la vida cotidiana, Gaby se paró y dijo:
- No hay problema. Yo voy a contar. Tomó aire. Hizo un breve intervalo. Miró más allá de nosotros. En un desdoblarse de poner distancia o de acercarse a personas concretas o a un público abstracto, comenzó a decir con actitud desafiante:
- Mi historia es corta. Tengo 19 años, una hija de dos años. Mi mamá me abandonó cuando yo era muy chica. No la recuerdo. Se fue porque mi papá le pegaba. Es alcohólico. A mi hermana y a mí él también nos pegaba. Con el tiempo nos fuimos. Me fui de casa como pude. Me junté con el José. En la casa de él nos recibieron bien. Todo estaba bien. Pero no sé…
La cara de Gaby se empezó a poner roja, los ojos le brillaban y se inundaron de lágrimas. La boca de Gaby parecía que no podía articular el sonido que le venía desde el pecho hasta que soltó con fuerza:
- Vine aquí… Vine aquí porque no se cómo puta puedo sacarlo de la droga, se me va a morir. Ya tuvo dos hemorragias.
Y se deshizo en llanto. Nadie pudo decir palabra. Solo hubo abrazos.
--------

“Mi” dolor es el más grande…

H.

- Se separaron, me jodieron. Me jodieron la vida. Cada uno por su lado como si mi hermana y yo no existiéramos. No nos preguntaron para nacer, ni ahora qué pensábamos.
- Bueno, quizás si siguieran juntos… las peleas, las discusiones, todo sería peor. Ahora se llevan bien. Hay gente que está mucho peor en este mundo. ¿Por qué no mirás a tu alrededor? Vas a ver lo afortunado que sos. Se separaron, pero te quieren. No te abandonaron. ¿No sentís el afecto que ellos sienten por vos? Te mandan a un buen colegio, en tu casa te atienden, tenés una cama limpia, comida en la mesa...
- No quiero saber nada del dolor de los demás. Nadie puede saber lo que siento.

(Ni Gaby ni H. fueron alumnos míos de la escuela, la vida nos puso en contacto por azar y nuestra relación en el primer caso fue muy breve; en el segundo, duró un par de años solamente. H- tenía 16 años, su mamá ya no está entre nosotros. Él se fue del país. No sé cómo sigue su historia.)
-------------------

Necesito una oreja

“Fin de siglo, debo cambiar esta manera de ver la vida”. Con este pensamiento me anoté en un curso de calidad de vida. Durante tres años fui pateando la decisión para adelante. Me inscribí, dudaba de la efectividad de aquello. En un primer momento el curso se desarrollaba durante tres días intensos viernes, sábado y domingo (desde la mañana a la noche), luego se prolongaba en encuentros de una vez a la semana. Los que habían hecho el curso mostraban los resultados, pero no soltaban prenda sobre qué se hacía.
En el grupo nos designaban un compañero de ruta un “boddy”. Si no nos sentíamos bien debíamos ponernos en contacto con él para intercambiar impresiones; las reuniones eran verdaderamente movilizadoras. Si nuestro compañero no estaba podíamos llamar a cualquiera. Un sábado me llamó “X” (a decir verdad ya no recuerdo su nombre) sí que era una chica rubia, delgada, de modales suaves y que tenía una nena de ocho años. En el grupo no sabía el nombre de todos, dijo que necesitaba hablar, no encontraba a su boddy. Entonces le dije que la escuchaba, se puso a llorar y me contó que el marido la había golpeado.
Sentí que aquello iba para largo, me temblaban las piernas, no sabía qué decir, sólo tenía que escuchar, salí de mi casa y me senté en la escalera con el teléfono inalámbrico en la mano, entonces en medio de llantos me contó:
- Se droga. Los fines de semana se droga. No quiero. La nena. Tenemos que pensar en la nena. Antes yo también me drogaba, lo acompañaba. Quiero salir de esto. Voy a salir de esto…
- Sí, sí. Me parece bien que quieras proteger a tu hija. No puede hacer esto, no puede. Todos los fines de semana. La nena la mandé con los abuelos. Pero se van a dar cuenta. Tengo la cara morada.
- ¿Él trabaja?
- Sí, es gerente de un banco.
- La puta! ¿y cómo?
- Empezó por joda, después siguió. Hoy le dije que la terminara. Que se fuera hacer tratar. Me dijo que estaba harto. Que era su tiempo, que era su dinero. En realidad no es su tiempo, no es nada. Debemos el alquiler, nos van a cortar el teléfono… no sé qué hacer, no se qué hacer. Le saqué las tarjetas, la plata, la llave del auto y sacó el estéreo del auto. Se autorrobó el estéreo. ¿Te das cuenta? Lo enfrenté y me golpeó. Me dejó desmayada en el piso. No aguanto. No aguanto más.

Ella había ido al curso porque tenía ganas de salir de ese enredo, ella amaba a su marido y a su hija, pero no sabía qué hacer, él no quería tratarse. Ella pensaba que todo iba en aumento, que lo que había empezado como un chiste los estaba consumiendo, que en ese momento eran los fines de semana, pero no había duda que no iba a terminar allí, que él iba a empezar a drogarse durante la semana, que iba a perder el trabajo, que ella estaba pagando todas las cuentas con su sueldo. Ella repitió lo mismo, lloraba, me decía que la escuchara, que no podía hablar con su familia ni con la de él sobre el tema. Decía que no tenía con quien hablar en ese momento, que sentía mucha vergüenza…

En la reunión siguiente, la vi. Me acerqué, le di un beso y le sonreí. Estaba con su boddy. Le pregunté ¿Todo bien? Me sonrió con tristeza. Me dijo gracias. Y me alejé. Nada tenía que hacer si ella no lo pedía. Recordé lo de la vergüenza.
-----
No he contado esto ni a mi marido, pienso que escribirlo está bien, sólo con el nombre de “X” ¡hay tantas como X! Después de todo no creo que sea una indiscreción. Creo que un día se lo voy a contar. A veces, la vida nos pone frente a experiencias límites para que aprendamos algo de ella.
(Tanto fue mi esmero de ponerle X, que me olvidé del nombre. Le conté a mi marido, después de siete años, esta historia, ayer mientras caminábamos por la Reserva ecológica en Costanera Sur. Miré a un grupo de jóvenes sentados en el pasto y comencé a contarle. Quizás porque pensé en la diferencia entre ellos y otros que habíamos visto en Vicente López. En cómo circula la droga, en cómo nos agredimos y agredimos a los otros… Me acordé de ese día en que me convertí en una oreja para alguien desesperado.
Tengo que aclarar que muchos de los textos que forman esta serie de Aprendizajes, los empecé a escribir después de los cincuenta. Un día me acordaba de alguien o algo y escribía una especie de diario de recuerdos y de las cosas que me proponía hacer, pasó un tiempo y dejé esa escritura de lado. Han pasado desde entonces unos seis o siete años.)

Aprendizajes II

Aprendiendo a vivir después de los 50¿Aprendiendo a vivir? ¿Qué es esto de empezar a escribir utilizando un gerundio? Este verboide, según María Moliner, “revela siempre pobreza de recursos y su uso -en algunos casos- es francamente incorrecto”. Pero en este caso doña “María” es también parte de lo que usted dice, puesto que: “expresa una acción de duración limitada en proceso de ejecución”. Y aunque no se tome en serio estoy aprendiendo mi materia más difícil, para colmo de males, no sé cuánto aprendo, ni cuanto tiempo voy a necesitar, ni si dispongo de él porque la vida decide que ya no hay más vida. Y aunque es un poco ociosa la aclaración, aunque sea indeterminada la persona y el número en el gerundio, el sujeto de la acción en ejecución relacionada con el aprender soy yo, la que escribe.
¿Por qué aclaro esto? Porque al escribir sobre lo que estoy aprendiendo es posible que sienta la tentación de compartirlo con “otros”, quizá para perfeccionar mi aprendizaje, quizás para comprometerme conmigo misma. Además, al intentar comunicarme con otro construyo un puente con infinitos gestos y palabras, en algún lugar habrá contacto y así podré superar aquello de la separatidad que planteaba Erick Fromm allá lejos y hace tiempo.
--------------
E. Fromm dice que el hombre tiene conciencia de su “separatidad”, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida semejante a una prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otro forma con los demás hombres, con el mundo exterior.
(...)
La necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad.
-----------

Regla número 1º: disfrutar de las pequeñas cosas.
En el cumpleaños 80 de Flori, la mamá de unas amigas, miramos un video sobre su vida –hecho por mi hija Paula a partir fotos de diferentes años. Flori dijo: “Viví bien. Siempre fui feliz con lo que tuve, las pequeñas cosas. Nunca me preocupaba por lo que no tenía”. Y así se la veía en todas las fotos, siempre sonriente.

Han pasado algunos años, sin embargo, recuerdo aquellas fotos de Flori. En una época en que poca gente se iba de vacaciones ella estaba en “La Feliz” y lucía una esplendida sonrisa del brazo de sus amigas y su novio, en otras estaba con su marido y sus hijas o junto a los nietos. La ausencia de Homero (su esposo) apenas le cambió la sonrisa, aún cuando ella lo amara.
Realmente fue afortunada, tuvo mucho más que otras mujeres y menos que otras, sin embargo no perdió tiempo en sacar diferencias, supo saborear la vida a través de las pequeñas cosas.
Esto se contrapone con algunas de mis fotos con cara triste o a la queja de alguien que, un día, se molestó mucho porque le dijeron que todo lo que obtenía era porque tenía suerte.
Ese alguien se ofendió porque, a toda costa, quería que le reconocieran los “sacrificios” de su vida. ¿Sacrificios en su vida? ¡La pucha! Eso es estar desagradecida de toda la fortuna que tuvo frente a mujeres golpeadas, prostituidas, hambreadas, hijos abandonados, etc. etc. que andan de aquí para allá.
A partir de esos extremos, examino mi vida, sé que he sido afortunada, tuve a mis padres, me alimentaron en un mundo que hay padres que abandonan a sus hijos o que la comida escasea, me inculcaron valores, el deseo de estudiar y trabajar cuando pocas veces un chico puede acceder a ello, tuve la suerte de trabajar desde pequeña y pude estudiar – en una época en que muchas mujeres no podían hacerlo, mi salud es bastante buena –mientras otras mujeres padecen enfermedades terminales-, la vida me dio como premio a mi marido y a mis hija –en un mundo en que el divorcio es moneda corriente y el problema con los hijos es duro de afrontar…
¿Y no hubo dolores en la vida de Flori? Por supuesto que sí, hubo algunos. Irremediables consecuencias de la vida: los adioses que no queremos, pero ella atesora los buenos momentos compartidos con quienes partieron para siempre.

Flori, sin quererlo, en su cumpleaños 80 me regaló una forma diferente de mirar la vida.
-------------

Etiquetas:Una vez alguien dijo de mí que “era un señora gorda de barrio norte”, otros opinan que soy un zurdita de cuarta, más otros han dicho de mí que era sindicalista y otros una burguesa.
No vivo en barrio Norte, vivo en Villa Crespo –barrio modesto sin pretensiones, típico de clase media, antiguamente de taitas y malevos, ahora se puso un poco de moda por la vecindad con Palermo.
Si trabajar es costumbre burguesa, lo soy. Mi primer trabajo con salario fue durante cuatro meses a los 11 años. Luego ayudé a mis padres en el negocio sin que me pagaran salario, ellos me daban todo lo necesario.
A los 15 fui a trabajar a una semillería, cumplía horario de adulto -8 horas diarias y sábado inglés.
Es decir, con sueldo o sin sueldo el trabajo forma parte de mi vida. La vez que no tuve empleo fijo deambulé de aquí para allá sintiéndome al margen de una sociedad que se maneja en tiempo presente, tanto que niños y viejos (futuro y pasado) son expulsados.
Si pensar que el hambre es un crimen, que tiramos recursos mientras hay gente que muere de hambre, que la economía liberal de mercado es una farsa porque no hay libre competencia y etc. etc. me convierte en zurdita, LO SOY.
Si ser solidaria con quien comparto el lugar de trabajo me convierte en sindicalista, LO SOY.
Así contradictoria, transito por la vida.
-----------
Escritos después del Cincuentenario.

4.8.06

Aprendizajes I

Dicen que cuando el alumno está listo el maestro aparece.

A lo largo de mi vida, tuve muchos maestros. Las cosas que creo buenas las tomo, asimilo y repito; las que creo malas, trato de evitarlas por aquello de no tropezarme dos veces con la misma piedra aunque, la primera vez, la tropezada haya sido de otro.
En el trabajo de enseñar he aprendido mucho, treinta años de docencia me contactó con miles de padres y alumnos, ellos fueron “un conjunto de capas fibrosas que conforman el interior de la corteza” de mi aprender juntando signos en lo que me rodea. En algunos casos, después que los alumnos dejaran la escuela, pude comprobar como la ausencia de límites y exigencias tuvieron consecuencias frustrantes.
Muchas veces recuerdo la frase que decía un boxeador: “la experiencia es lo que el peine a un pelado”. A veces, nos acercamos a alguien para decirle que por ese camino no hay salida, que si lo hace de esa forma está condenado al fracaso, que sería bueno que evaluara lo que va a hacer, que las posibilidades hay que tomarlas… y todas esas cosas que uno vivió o vio. El receptor de nuestras palabras suele poner cara de fastidio y te dice que prefiere vivir su experiencia. En otros casos puede ser un poco más amable, pero se convierte en sordo o a propósito trata de probar que tiene razón. Espera vencer con su sabiduría joven al anciano “enfermo mental que se mete a aconsejar” (sic).
He visto con dolor a una joven que no escuchó a los padres cuando decidió casarse, después no la pasó nada bien, debe afrontar la crianza de sus hijos no sólo en la tarea de mamá, debe trabajar para mantenerlos. Por supuesto que sus padres la ayudan. Aceptar su equivocación, quizás, fue lo más doloroso. Hubiera sido tan simple, sólo prestar atención a lo que los padres vieron en su momento.
Cierta vez vi el novio de una joven, después que el “noviecito” se había marchado le dije “Se sigue drogando, te está mintiendo”. Se enojó mucho y me dijo que cómo podía hablar si no lo conocía, qué podía saber yo de drogadictos. Le dije que me había bastado hablar con él para darme que hacía poco se había pichicateado. Me preguntó cómo me había dado cuenta. Le contesté que había bastado con mirarle a los ojos y por la forma en que se le trababa la lengua. Nadie me había explicado sobre drogadictos y alcohólicos, lo había aprendido de ver a jóvenes en estado lamentable y alguna vez había sido víctima de alguna mentira, de que alguno pidiera ir al baño y terminara drogándose y me llamaran la atención por dejar salir alumnos en horario de clase. Tardó bastante en asumir que él no tenía intención de cambiar, sobre todo en un medio donde fumar un “porrito” estaba bien y “solo los viejos que se dan con pastillas lo pueden ver mal”. Le conté sobre gente joven y sobre gente no tan joven que no la estaba pasando bien al lado de un drogadicto, de que es muy difícil ayudarlos sino se dejan ayudar… Le conté de un caso en que un hombre casado y con hijos en edad escolar, enfurecido porque no tenía droga empezó a golpear a su mujer, ella asustada subió a los hijos a su auto para irse a la casa de los padres. El marido comenzó a romper los vidrios del auto sin importarle que los hijos estuvieran allí. Se separaron, la mujer no pudo ocultar que los moretones que tenía en el cuerpo no eran por caídas, los padres de la mujer dejaron de ser espectadores y tomaron cartas en el asunto logrando que se divorciaran. El padre iba cada tanto a visitar a los hijos, un día se llevó a uno de ellos a pasear con la bicicleta, cuando regresaron el niño no tenía la bici, no quería decir qué había pasado, el padre la había canjeado por droga. El niño tuvo serios trastornos de conducta… No era el único caso, lamentablemente había visto algunos más.
La joven, a la que le narré distintos ejemplos sobre las relaciones con drogadictos, se enojó conmigo, dejamos de hablarnos. Nunca más me metí en su vida, ella sigue teniendo relaciones poco saludables. También ella fue golpeada. Lo lamentable es que mientras tanto la vida se pasa… la joven, que no escuchó a sus padres a la hora de casarse, ante la imposibilidad de tirarle la culpa a alguien se ha vuelto contra sí misma, su cuerpo ha comenzado a sentirlo, tuvo (quizás todavía los tiene) problemas de salud. Ella aseguró que algo bueno iba a salir de todo eso, no sé más de ella. Sólo tengo el sabor amargo de cómo armó su vida.
----------------
Esto forma parte de una serie de textos que fui escribiendo mirando la vida como si fuera un libro (sucesivas cortezas llenas de signos). Quizás a alguien pueda serle útil. Los voy a ir publicando de uno en uno. Digo para no agotar al que quiera leer, soy verborrágica, la síntesis es uno de mis problemas.