28.8.06

Aprendizaje VII

Aprendizaje VII
(último)
Miguel Torcida

Miguel fue alguien que conocí por el trabajo de mi marido. De profesión ingeniero, tenía una forma de ser que me chocaba. Daba cursos en empresas tratando de imprimir una nueva orientación en la comunicación y relaciones interpersonales dentro de las organizaciones, hablaba de otro tipo de liderazgo, explicaba lo que era la manipulación, pero no dejaba de mostrar lo perjudicial de esa forma de trato que disminuía el valor de quien la utilizaba. Víctor hablaba maravillas del curso que le había dado. Recuerdo que me enojé mucho porque aceptaba lo que Miguel decía, pero no lo que yo decía. En realidad yo peleaba para que reconocieran el valor de mi palabra. Normalmente me sentía la “tilinga del grupo”, con muchos pajaritos en la cabeza. No entendía porqué lo que tantas veces le había dicho cuando Miguel lo decía se convertía en Santa Palabra.
Al final hice un curso sobre Asertividad, en el sindicato. junto con otras esposas. Miguel lo planteaba como necesario porque sus maridos podían cambiar. Luego continué un cuatrimestre en un curso con otras mujeres, a partir de él empecé a leer algo sobre el Tao.
Pero Miguel seguía sin convencerme, sobre todo porque había escuchado a otras mujeres hablando mal de él y el colmo fue su hermana. Entonces me resultaba un tipo egoísta, un tipo que no se ocupaba ni de su madre, etc. etc.
Con el tiempo lo que Miguel había dicho fue tomando forma, un día descubrimos un libro escrito por él en una librería y lo compramos. Para mí comenzó a ser otra persona. Cuando aplico la técnica del disco rayado, o cuando digo lo que me parece aunque pueda molestar y trato de hacerlo de manera cortés, cuando arrojo un “lo siento” de manera sincera ante una metida de pata mía, etc. etc. me acuerdo de Miguel.
Ese Miguel que un día Víctor y yo encontramos, por casualidad, en el Rosedal y se acercó a saludarme (porque a Víctor no la había visto). Entonces le sonreí sinceramente y lo saludé afectuosamente, le dije “compramos tu libro, es un poco tu curso, me pareció importante tenerlo”. Se quedó sorprendido y yo tranquila, había sido capaz de reconocer el valor de su trabajo, decírselo y apropiarme de parte de su conocimiento. Aprendí que mi error, en ese caso, era insistir sobre cierta “forma” de decir; además de no convencer a nadie quería imponer mi palabra. Con el tiempo empecé a sentir que si alguien quería aprovechar lo que le daba estaba bien, si no les servía de nada también estaba bien; eso sí: QUE NO ME ATACARAN, alguna ironía horrible se me escapaba (tal vez se me siga escapando estúpidamente).

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Los dejo que digan…
En el CBC conocí a un grupo de mujeres que querían ingresar a la facultad, la profesora de Conocimiento científico, cuando quería tener éxito sobre algún material que había enviado a investigar, preguntaba “¿A ver las del PAMI?” Nosotras prestas respondíamos. Éramos algo así como la tercera parte de esa comisión. Tiempo después, cada una en su carrera nos seguimos cruzando en la facultad, una de ellas seguía Historia y cierta vez me comentó “Antes discutía cuando opinaban sobre algo que consideraba erróneo, ahora no. El domingo en una cena, alguien dijo algo sobre el Siglo de Oro español, estuve ahí de corregirlo y lo dejé hablar. Dijo una tontería tras otra, los que estaban allí lo escuchaban con atención. Me separé de la ronda y los empecé a observar. Cuando me preguntaron contesté que era un tema largo de debate y que en una reunión así no estaba en vena para contestar. Me sentí bien, allí no era más que un espectador, no sentí ganas de corregir, ni de oponer mi palabra, me reservo para cuando tengo que dar clases.” Ha pasado de esto más veinte años, hace unos días me dijeron “Me hubiera gustado que vieras la película que vimos… para ver qué explicación le encontrabas”. Me pregunté si querían tomarme examen (ya me habían jugado ese chistecito más de una vez), si les interesaría mi palabra, si realmente buscaban mi explicación… contesté que no había visto la película en cuestión. Recordé el día que hice un comentario sobre una serie de televisión y todos me quedaron mirando como si estuviera alcoholizada. Quince días después salió una crítica en el diario, decía más o menos lo que había comentado. Después me preguntaron si la conocía, si había escrito algo. Les contesté que no tenía ni idea de esa crítica, que me la alcanzaran para sentir que no era un bicho raro a la hora de decir.
No escuché bien qué decían sobre la película vista, la mujer (de la que no recuerdo su nombre) estaba diciéndome aquello de reservarse para cuando se da clases dentro de mi cabezota. Miré a mi interlocutor y no dije palabra, en ese día me habían pedido dos veces que explicara algo. Sentí que dar una clase estaba bien, pero la deformación profesional está bien siempre y cuando uno no sea consciente de esa situación. Así fue que me sentí muy bien conmigo guardando un tranquilo silencio.

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¿Por qué no traducís a nuestro nivel?
Una de mis hijas y su papá estaban discutiendo sobre historia argentina, la cosa llegó al peronismo, cuando quise dar mi punto de vista no aceptaron lo que decía. Cuando traté de explicar, empezaron las resistencias, las contraopiniones, sentí que era mucho trabajo decir, que tenía que ordenar un montón de datos, que era muy largo, que mi concepción sobre causas y efectos podría ser contrarrestada por explicaciones no lineales, por sentimientos, emociones… que estábamos de vacaciones… Entonces los miré y solté un “No tiene sentido ponerme a hablar sobre este tema”. Mi hija me increpó con un “¿por qué no traducís a nuestro nivel?” Cerré aquello con que no opinaba igual, que para llegar a esa opinión me había llevado años y que probablemente no era una cuestión cerrada, que si tenían ganan buscaran en otro lado porque yo no tenía ganas y me fui a cocinar. Las cacerolas y yo nos llevamos bastante bien y el resultado se traduce en algo satisfactorio para todos.
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Aprendizaje VII ¡¡¡han sido un montón!!!
El número siete (también sus múltiplos) y yo nos llevamos bien. Nací un día 7 del antiguo mes siete a las 21 horas, me puse de novia con Víctor un día 21, me casé un día 14, mi primera hija nació un día 21... Viendo que ya no tengo más escrito sobre mi aprendizaje los dejaré de lado... Aunque todos los días sigo aprendiendo de las personas, aún en aquello que no debo hacer. Mis alumnos son una fuente permanente de un libro que no deja de escribirse al igual que todos aquellos con quienes me pongo en contacto. Una palabra, un gesto, un dato... Creo que esto no es privativo de mi persona. Mi profesora de semiología dijo una vez en clase "somos como un coro polifónico. A través nuestro hablan todos aquellos que nos dejaron su voz, sus palabras".

3 Comments:

Blogger MIB said...

Me gustan tus aprendizajes.. y lo de un coro polifónico.. me gustó muchísimo! Es tal cual... pero como personas no sólo como docentes!
A través tuyo, desde el blog, han hablado muchas voces..

gracias!

y seguí!
un beso grande
Maria

28 agosto, 2006 09:35  
Blogger Amy said...

Sí María, cuando la profe dijo eso se refería al fenómeno de intertextualidad y de que todas las personas citábamos, más de una vez, aún sin darnos cuenta (hay gente que cita y no dice que eso le viene de otro aún cuando lo sepa, se "roba" la apariencia de creativo. Hay veces que escribo o que digo algo y me pongo a pensar ¿quién lo dijo? A veces vuelvo a los libros buscando una frase que leí y resulta que no está, que se transformó por el cruce de otro libro o de alguien que me dijo algo que quedó resonando.
Cariños "Petonets" (¿está bien escrito?=)

28 agosto, 2006 13:21  
Blogger Amy said...

Gracias Sir. Yo también visito su blog y muchas veces no escribo nada. A veces, mi falta de síntesis me lo impide (Por un lado porque escribo largo; por otro, miedo a no ser clara y que se entienda lo contrario). Por ejemplo, sobre la noticia de Plutón...al leer su post recordé al primo de mi marido, astrónomo, trabaja en Hawai en un observatorio yanki. Cierta vez hablamos sobre la cuestión del gasto para estudiar lo inmediato y necesario vs. lo “superfluo”. Fue interesante. Sobre todo con alguien que maneja el tema. A propósito de él, es alguien con quien, antes, no podía hablar cómodamente. Sentía que mis comentarios eran “estúpidos”, si hablábamos de literatura: él había leído muchos autores directamente en inglés o alemán… (supongo que también en francés), de música y arte en general sabía otro montón, jugando al go era de los primeros en Argentina… hasta que de repente me di cuenta que él era un ser humano con el que podía intercambiar mucho, a pesar de su postura, de sus creencias. Así que Sir, si me animé con un científico… ¿por qué va a pensar usted que sus comentarios pueden ser estúpidos?
No sé si escribí sobre Amparo, una española que conocí en un taller literario. Bellísima mujer, no sabía escribir con las formalidades de la lengua española, pero me enseñó mucho más que algunos profesores muy doctos de facultad. Creo que está demás que le diga que además de respeto por su palabra tengo por ella afecto, pero por las dudas lo explicito.
Cariños

29 agosto, 2006 01:25  

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