25.8.06

Aprendizajes VI

De tan secundaria no sirve para nada...
Alumno de 5º año dice: Profesora ¿Me quiere decir para qué son cinco años de secundaria?
Profesora: Primero para que aprendas a pensar, para que adquieras herramientas que te sirvan para seguir estudiando y para que tengas conocimientos que puedas utilizar en tu trabajo o en la rutina de todos los días.
Alumno: Son muchos años. Me parecen totalmente inútiles.
Profesora: Si lo tomás como pérdida de tiempo, si sólo te interesa zafar… no dudo lo que te va a pasar cuando entrés a la facultad.

Tres años después
- Hola M… ¡Tanto tiempo! ¿Cómo estás? ¿Cómo te va con abogacía?
- No aprobé el CBC y me pasé a una privada, no me iba bien y ahora estoy haciendo el ingreso para el profesorado de gimnasia.

Varios años después, me enteré que aquel alumno había abandonado los estudios y sentía una profunda frustración.
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Ser diplomática no está demás

Hace unos días leí un mail dirigido a un grupo de docentes firmado por alguien que conocía. La persona en cuestión muy diplomáticamente pedía que la borraran de la lista. Lo hacía de la forma que siempre le admiré (quizás tuve envidia). Era elegante para decir y borrarse de los compromisos como muy pocas personas saben hacerlo y pocos perciben que detrás de esos modales basta con que te des vuelta para que te despellejen.
No sabía que ella estaba en el mismo proyecto. Recordé mi relación con esa persona en el taller literario que coordinaba. Hablaba mal de todos los integrantes y me pedía que hiciera algún comentario sobre sus textos porque no se sentía con ganas, no valían la pena, “eran un horror”. Devolviéndole el favor de participar gratis en su taller, hacía la tarea de analizar textos de otros, para disparar el intercambio, a mí me servía para poner en práctica mi anquilosada sesera, además no hay texto que trabajado no pueda ser mejorado y analizado. Por consejo de mi psicólogo dejé el taller. Años después quiso la vida reunirnos por azar, me encontré con ella a cientos de kms de donde vivimos y me comentó: “¿Sabés? Ernesto (su esposo) me hablaba de lo que fuimos a ver al galpón de empaque, pero creo que nunca le presté atención. Son esas tantas veces en que uno pone cara de escuchar y no escucha nada.” Si pensaba que esta mujer era la reina de la apariencia, ella me lo confirmaba con esas palabras. ¿Cuántas veces le habría dicho algo y ella me habría puesto cara de escuchar? ¿Sería por eso que no entendía algunas de mis demandas sobre el trabajo de mis textos? ¿Le aburrían soberanamente? ¿Eran los míos un horror o no valían la pena? Al leer el mail no pude dejar de sentir su manipulación del lenguaje.
Pero si algo aprendí de ella es que: si yo fuera diplomática de algún país, seguro que estaría en problemas permanentemente porque lo de “al pan, pan y al vino, vino” no es lo que mejor se ve.
Mi padre decía “lo cortés no quita lo valiente”.
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La razón de los locos

No hay nada que me moleste más que den la razón después que lo que predije se hizo realidad. Preferiría que guardaran un sano silencio. Cuando la Guerra de Malvinas, me sentí ambivalente por un lado un sentimiento nacionalista, acunado desde mi infancia, me invadió del mismo modo que ese puñado de soldados obligados a tomar una tierra que les era desconocida y sin los pertrechos necesarios. Por el otro, sentía que todo era una perfecta farsa. Por un lado, recuperar las tierras, por el otro: van a morir innecesariamente, son carne de cañón, nos van a traicionar, los yanquis jamás se enfrentaran con la madre que los parió. Son cortados del mismo molde, tienen intereses que se suman, mientras nosotros no les servimos sino como fuente de recursos, de negocios oscuros, de gobiernos estúpidos que firman acuerdos, que adoptan la Doctrina de la Seguridad Nacional (donde lo nacional no tiene nada que ver con nosotros y sí mucho con lo de ellos). En mi ambivalencia, puteaba contra la guerra y muchas veces me tuve que comer más de una burla por ese "zurdaje" de cuarta con que me etiquetaban. Cuando la guerra llegó a su fin alguien me dijo: “tenías razón”. Me puse a llorar, le dije "no me interesa tener la razón, me interesan los que han muerto por la sinrazón de una guerra".
Me pasó otras veces el anticiparme a los hechos, estúpidamente me hice malasangre antes de tiempo, dije lo que estaba pasando y en el primer momento obtuve la burla, el rechazo, las etc. Cierta vez, trabajaba en un colegio, le dije a mis compañeros lo que estaba pasando, la maniobra del dueño del colegio era antieducación, mis compañeritos se horrorizaban de mi falta de solidaridad, de que no me pusiera la camiseta, de los problemas que les implicaba quedarse sin esas horas. Tuve un ataque de presión y la espalda de los que creí mis amigos y del resto de mis compañeros de trabajo. Entonces en el límite de lo saludable renuncié. Unos cuantos me dijeron que yo podía hacer eso porque tenía quien me mantuviera, que era una mala persona, que era egoísta, etiqueta más etiqueta me quedé sola detrás de la línea que alguien me había trazado con "sos una irresponsable". Lo que no sabían era que yo me había “cagado” mi jubilación, con la antigüedad que tenía nadie me iba a dar trabajo, ni siquiera en el Estado y me faltaban pocos años para lograrla.
Me dolió, pero ya estaba hecho. Me fui sin indemnización, sin amigos, sin nada.
Poco tiempo después lo que había pasado se tradujo en el cierre del colegio, algunas de las personas que me habían maltratado verbalmente se vieron mezcladas en despidos, en falta de pago del sueldo, en demandas al colegio y otras yerbas.
Por esos accidentes del destino me encontré con tres personas en un colegio durante una suplencia, muy breve por cierto, en una localidad vecina a Bs. As. Una de estas personas me dijo que nos debíamos una charla, con la voz entrecortada le dije “Antes sí. Ahora ya no tenemos nada que decirnos.” Salí de la sala porque sentía ganas de llorar, yo había creído que G. era mi amiga, era algo que no podía digerir. Supe que alguna vez alguien dijo que al final tenía razón, pero ya no era importante. Durante dos años (que me parecieron interminables) busqué trabajo, encontré algo, pero nada ha vuelto a ser igual. Sé que debería estar acostumbrada, “las cosas se oxidan, se rompen, dejan de funcionar” ¿y las personas? Se van, se mueren o, lo que es peor, te abandonan o te traicionan. Era irónico había llegado a ese colegio porque trabajando 14 años con curas eran demasiado, no estaba de acuerdo como se hacía lo que se hacía. Lo extraño fue que cuando presenté mi renuncia, en la última reunión de profesores, me encontré con que otras 10 personas hacían lo mismo y que pronto se sumarían otras tantas (parecía que nos habíamos puesto de acuerdo) pero no había sido así. Cierto es que después se confirmó la falta de pago de los aportes jubilatorios, el intento de incendio por parte la secretaria, los problemas con el rector… además del trabajo con los alumnos, pero siempre se puede uno caer de la sartén directamente al fuego. El nuevo colegio donde fui a trabajar era una reproducción en pequeño del país.
Me gustaría ser completamente taoísta en este sentido: "lo que ha de suceder, sucederá, de nada sirve que me anticipe y me sienta mal". Los problemas no resueltos en las instituciones son como el agua, tarde o temprano perforan hasta las rocas. Podemos decir, pero no todos están de acuerdo y no sólo se trata de aquellas instituciones de las que podemos ingresar y salir cómodamente, incluyo a las relaciones de familia en este revuelo.

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