24.9.11

Los recuerdos de unas "princesitas"

Cierta vez para el comienzo de la primavera me puse a cocinar unas masitas a las que mi tía llamaba “princesitas” (parecidas a las que se ven en la foto del blog mis-recetas.org/recetas/show/5628-princesitas), estaba llorosa y recordaba la casa de mi abuela, mi tía haciendo huequitos en la masita y llenándola con dulce de leche.

En ese momento vino a casa un compañero de facultad y me preguntó porque no estaba estudiando en lugar de cocinar magdalenas (o madalenas). Le dije que se llamaban “princesitas”, que mi tía, que bla, bla, bla mientras se me llenaban los ojos de lágrimas. Me preguntó que me pasaba y le respondí “hoy es el aniversario de la muerte de mi mamá”. Se largó a reír y me dijo que hasta para eso me daban ataques literarios. Lo miré con ganas de mandarlo a freír churros, pero me callé.

Había borrado de mi cabeza el episodio cuando el narrador proutsinano enreda recuerdos de su infancia a partir de una magdalena y una taza de té, una especie de reflejo pavloviano lo llevaba a actualizar su niñez, los viajes con sus padres a la casa de una tía. No era una cuestión literaria o de intelectualismo barato, simplemente quería recuperar un pedacito del tiempo en que tenía a mi madre; mi proceso era inverso, pero no tenía sentido dar explicaciones.

Dejé de hacer las masitas, pero me quedó una terrible sensación pegajosa que se repite cada año. Cada 23 de septiembre (aún cuando no mire el almanaque) me siento triste, me veo apoyada contra una pared llorando sin importarme mi cara enrojecida, chorreando mocos y no pudiendo creer que mi madre ya no iba a estar. Mi primo me dijo que saliera del panteón de la familia, que él me iba a traer al día siguiente y no sé cuántas cosas más. Mi primo no cumplió su promesa, pero ese “volver al corazón” del comienzo de una primavera se convirtió en tiempo sagrado, deja de ser lineal y vuelvo a tener veinte años menos, tengo ganas de abrazar a mi madre, tengo ganas de decirle que la quiero… y vuelvo hacia al sueño en que me anticipé a la fecha de su muerte, y estoy allí en la ventana viendo como mi madre se va para no volver, y la lluvia finita como agujas de hielo no deja de caer y yo sigo parada mirando una casa que, lamentablemente, ya no existe.

Mi casa no es un hotel:


Llevo días repitiendo las palabras que dijo otro y tratando de desentrañar si su sentimiento se parece al mío.

Cuando me comentaron que Leo (y no se llama así, pero debo darle nombre para continuar con el relato), sigo: cuando Leo dijo “mi casa no es un hotel” traté de darle contexto a sus palabras, de ubicarlas de acuerdo con su persona, hombre joven de prominente abdomen, viste ropa de primera marca (porque si no, no habla bien de su persona, porque él tiene dinero y no sé si siempre lo tuvo su familia), no duda en mostrar desprecio hacia los demás, lo hizo (tal vez, lo sigue haciendo) hasta con la mujer con la que salía y con la que terminó casándose por…(bueno eso no es necesario escribirlo, aunque me hizo acordar de una peli italiana, pensándolo no es descabellado porque él es hijo de padre italiano). Al joven de prominente abdomen lo imaginé con otra ropa y barajé distintas lecturas, lo ubiqué en la ciudad que vive y se me ocurrió que lo dijo porque vivió y vive en una ciudad turística; cuando esto ocurre no hay pariente o amigo que se resista a ir de “visita” o insinuar “visitas de todo el día” a la casa de cada quien para tener vacaciones más cómodas, baratas, en ambiente familiar, etc. etc. Supuse que Leo estaba harto de visitas no deseadas que invadieran su casa y le di cierta razón, aunque bien podría seleccionar los cada quien visitaran su casa.

Y mirando al otro como espejo empecé a pensar en las veces que me decían “voy a tu casa” y antes de que dijera que sí o que no, estaban en mi casa y yo ni pío.

A medida que pasan los años me he puesto bastante quisquillosa, soporto menos las invasiones, las intromisiones, las cosas que me dicen. A veces, respondo con silencios elocuentes –que dicen más que si usara el diccionario de la a a la zeta- por supuesto que al silencio lo acompaño con gestos, olvidos y me animo con un “No voy a estar” o un “No tengo lugar” (y son respuestas sinceras) que en otros momentos no me hubiera atrevido a decir, habría dado la llave para que vinieran, me hubiera quedado en casa o habría regresado antes de las vacaciones para que los cada quien usaran mi casa como hotel…

En el malhumor de sesentona me di cuenta que muchas veces hacía las cosas para quedar bien, para que no me sacaran el cuero, porque me sentía obligada … cierta vez una terapeuta que trabaja con ancianos me dijo que los defectos con la edad se agravan. Pensé con qué defecto me quería poner más grave ¿con el abrir como niña buena, sumisa, generosa y resignada las puertas de mi casa?, ¿con el negarme y poner cara de repelente egoísta?

Empecé a girar en torno mío como perro queriendo morderme el rabo y terminé por pensar que los hoteles y otros negocios se reservan el derecho de admisión… Sonreí y decidí que esa sería mi elección.

En mi casa hay vacante para mi familia directa (hijas, nieto/as y yernos) y algunas personas que elijo (parientes o no) contadas con los dedos de mis manos, otras veré en que situación se encuentran. Decididamente no tengo un gramo de madre Teresa, siempre admiré a la gente que puede serlo. Mis padres eran de abrir las puertas de su casa a quien lo necesitara, muchas veces tal generosidad les trajo dolores de cabeza y al día siguiente volvían a hacerlo.

El joven de prominente abdomen no sé qué piensa, ni si es bueno o malo, si es egoísta o generoso, pero a mí me dio para pensar en Mi casa no es un hotel…

1.9.11

Hace dos años

Hace dos años mi hermana se marchó de este mundo...
Y no sé donde quedaron sus años, sus afectos, sus broncas, sus alegrías, sus dolores...

De ayeres compartidos, donde fuimos muy apegadas, pasamos a distancia tejida en espacio que se transformó en vida de "vos allí y yo aquí", en palabras no dichas, en pequeños gestos de no sé si te entendí o no nos entendimos... en un "¡Hola! ¿Cómo estás?", en respuestas de "Bien" o "Mal" de sequedad cortante, en un "no te metás", en "Dejá, yo me arreglo", en "¡Ah! yo creía" y no creíamos nada, en silencios hechos de brumosa ausencia, en peleas por el cigarrillo, en la insitencia de "Andá al médico".

Y fue un día en que se confirmó la noticia de las veces que te pedí que fueras al médico, la palabra maldita fue "cáncer", le agregaron "grado tres" y las cosas se complicaron y no tuve fuerzas para estar a tu lado y ayudar a componer los retazos que dejabas en las palabras que me repitió una de tus amigas "quisiera acostarme a dormir y no despertarme más".
Fue así, una mañana diste tu último recorrido en la casa de nuestros padres y te acostaste a dormir para no despertar...