11.2.10

Línea de frontera Cap. XII


Revisé el cuaderno de notas de Ivana. Ella me encontró con el cuaderno en la mano. Me miró digustada. Debí decirle que si lo dejaba a la vista de todos era una tentanción...

Para evitar justificarme, le pregunté si había olvidado que habíamos compartido el aprendizaje de la escritura en los mismos lugares, con los mismos maestros. Le recordé los consejos de Eve y de Ana sobre tomar notas, el escribir aunque más no sea sobre la imposibilidad de hacerlo y el de leer buenos libros.

Ivana sonrió y agregó: Tal vez, siguiendo los consejos de los maestros leíste el diario por aquello de dar a leer, de compartir los borradores como para recibir algún comentario que haga crecer nuestra escritura. Dar a leer a un lector adecuado, ese que esté más allá de la envidia, de la ignorancia…

-¿Por qué no la palabra de un ignorante? Una bella ignorancia es tan buena como cualquier otra. Cierta vez me dijeron que no sabía nada porque dije que me gustaba Borges y no García Márquez. Lo bueno es que el acusador no ha leído ni una sola línea de alguno de los dos. De Eve y Ana me quedó la falta de creencia en la “inspiración” o en las musas, la confianza en el trabajo, en las influencias. Pero reconozcamos: se necesita cierto talento, sino yo ya habría escrito un libro. Aunque Eve ironizó con aquello de que “cualquiera podría escribir tomando unas frases de aquí y de allá, de cualquier libro”, pero a mí ni así me sale. ¿Lo podés creer?

Eve y Ana se parecían, el taller era un medio de vida, las dos hacían comentarios mordaces sobre los “estúpidos” que concurrían al lugar para mejorar su escritura… -Bueno, no eran las únicas- Eso sí, tenían la delicadeza de hacerlo cuando no estaban los talleristas. Escuchaba sus comentarios y me preguntaba qué dirían cuando me iba. Una era manipuladora y seductora, tanto que la gente pensaba que era una buena persona; la otra se mostraba cada tanto como era y espantaba a los sufrientes aprendices como quien se espanta las moscas. ¿Se habrán conocido? Una vez, solo una vez, deseé que Eve fuera mi madre. Fue en esos arranques de adolescentes (a destiempo) en que uno se trata de liberar de la imagen de la madre y busca los opuestos. Aunque mi madre nunca se enteró, me sentí culpable ante ella.

Creo que fue en el contacto con ellas que renuncié a la escritura; empecé a devorar libros hasta que me di cuenta que no podía con el secreto del sentido o el sentido del secreto en el texto, no podía leer sin interpretar e interpretar me costaba, necesitaba siempre de un traductor culto que develara la filosofía escondida, la información faltante.

Ivana me extendió una hoja suelta con algunas notas inconexas (no sé si lo eran, pero eso sentí al leerlas)

“En mi más de medio siglo he hecho unas pocas cosas, ganado poco dinero, quizás pude ser mejor, pero nada se puede hacer cuando no se "pertenece a cierto ambiente", cuando no se es inteligente. Solo unos pocos salen de la infancia del arte.”

De inmediato le pregunté

¿Qué significa en la tierra "inteligente"? ¿Vos leíste en algún lado lo de las inteligencias múltiples?

Ivana se sentó y siguió tejiendo la alfombra con retacitos de tela y sonrió: “ahora te sigo con lo de freegan. Ya ves, el que mire esto verá colores sin sentido, pocos entenderán lo que es ser freegan, a nadie se le ocurrirá buscar la figura en el tapiz. En este momento estoy tan en la oscuridad como siempre lo estuve, aunque me he acostumbrado a la confusión del que no sabe. Aunque alguien dijo o escribió que todo texto es fatalmente autobiográfico ¿quién podrá decir que lo mío es sobre letras; sobre la vida? Me siento presa de mi incultura.


Pero, ¿Ya no te lo dije?: Una bella ignorancia es tan buena como cualquier otra.


-“mis carceleros se han ido con la llave, mis ideas son superficiales, dentro de la cultura "light" me siento cautiva en un calabozo sin saber la razón de ese estar allí”. ¿Será esa vaga noción de un ser para la muerte?


Mientras tanto sigo tejiendo en una floja urdimbre en el límite de cada letra, de cada palabra, de cada página, en el borde de los años, de la intuición por la que algunas diminutas verdades aparecen escondidas en la mentira.”