4.3.07

La ayudanta

Este cuento es largo, pegajoso, desde hace mucho tiempo tengo el tema rondando en mi cabeza, creo que desde que vi El Sirviente (con Dick Bogarde, adaptación de la novela de Pinter) hace como cuarenta años atrás. Hace bastante que no escribo en el blog, la otra cuestión que me ronda es las imágenes de dos sueños. Uno fue una noche, al día siguiente tuve otro que completó el primero. Me molestó bastante. Quise hacer “catarsis”, purgar mi espíritu de malos pensamientos, por diferentes razones, a como diera lugar. Quiero pensar en escribir otra cosa. Si es posible. Así la ayudanta salió primero.

Sir… hagamos un juego, usted toma un par de tijeras amputa este engendro, lo reescribe y yo me siento feliz… quería escribir una página, pero Emily fue creciendo, la veía claramente, quizás no me animé a hacerla bien jodida como el personaje de la película, como alguien que parece someterse, es de muy buenos modales y con el tiempo se convierte en el dominante del otro, en el amo de la casa. Quizás no pasó así porque tiendo a mirar desde otro lado. Cuando la gente dice “hijo de la Malinche”, la que traicionó a su pueblo, me enojo y grito ¿Por qué? ¿No fue ella primero vendida, maltratada, entregada como una cosa? ¿Qué vínculo tenía con su pueblo?

Así mi Emily, no llegó a ser lo que quería que fuese.

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La ayudanta

Emily despidió a su padre con un leve roce de sus labios en la frente. En perspectiva miró a Emma, su cuñada, parecía una escena de Hitcoch, todos los elementos presentes auguran el desenlace. Bajó la cabeza, ni una sola lágrima descendió por sus mejillas. Se frotó los brazos desnudos, en gesto de tener frío aunque era cálido verano. Sus ojos estaban acuosos y enrojecidos. No dijo una palabra. Salió a esperar el cortejo. La gente la abrazaba, la saludaba. Ella se vistió de silencios. A partir de ese día viviría con la familia de su hermano, así se lo habían dicho. Era inevitable, era menor de edad. A su alrededor corrían sus tres sobrinos, ella los quería, aún cuando los niños no la trataban bien. Cierta vez dijo que era por influencia de Emma.

Al día siguiente del entierro habló con su hermano:

-Voy a buscar trabajo. No lo hice hasta ahora porque alguien tenía que cuidar a papá.

El hermano la miró incrédulo. De qué iba a trabajar. No estaba calificada para un buen trabajo y eso era un problema en épocas de desempleo. No había terminado la secundaria, por su forma de ser había dejado pendiente seis materias; solo sabía hacer bien las cosas de la casa y cocinar. Emma estaba buscando una muchacha para que la ayudara en la casa, se lo dijo. Emily contestó que quería independizarse, que le faltaban pocos meses para la mayoría de edad, prefería vivir sola. No dijo una sola palabra de lo que había escuchado a Emma decirle a sus hermanas y a la madre: “como si fueran pocos los gastos, ahora tenemos que alimentar y vestir a la parásita de mi cuñada”. Ellas no la vieron. El hermano hablaba, ella lo miró y concluyó: “viviré aquí sólo hasta junio, hasta mi cumpleaños. Tengo dinero ahorrado en una caja de ahorro, que me abrió papá, y de los trabajos que hacía en arreglos de ropa y cuando cocinaba para las vecinas del barrio. Enriqueta, la modista me dio trabajos sencillos para hacer. Iré a verla.”

No esperó y fue a ver a Enriqueta, pero ella le habló de la crisis de la que no había escapado, tenía muy poco trabajo, no iba poder pagarle mucho porque ella no sabía coser bien. Emily le explicó secamente: “no quiero depender de mi hermano. Usted sabe que puedo cocinar, limpiar si es necesario”. Enriqueta aceptó, justamente la mucama se había enfermado y pronto se iría a su pueblo.

Esa noche Emily ayudó en la cocina a Emma, tomó un poco de caldo y no pudo comer más. Se fue a dormir tras el cuchicheo de su hermano y su cuñada. Él dijo “tenés que comprender, vivió con papá hasta hace dos días”. Al día siguiente se levantó temprano, tal como lo haría en adelante, evitaría ver a su supuesta familia. Caminó las 25 cuadras hasta su trabajo, no quería gastar ni un centavo, no sabía dónde iba a comer, por las dudas se llevó un pedazo de pan, el termo y el mate. Imitando a su madre dijo en voz alta: “Cuida los centavos que los pesos son más difíciles de que los gastes”. Primero observó dónde estaba cada cosa, preguntó sobre la rutina, la forma de hacer la limpieza y la libertad que tenía para modificar algo, recordó las indicaciones de la odiada profesora de administración: “ubicarse e informarse del estado de situación, elaborar aunque sea mentalmente una evaluación de qué se tiene, cuál es el objetivo y trazar un plan”. Por esa mujer no había terminado quinto año, tenía demasiadas faltas, le contestó mal, la suspendieron y quedó libre, pero no había duda, algo había aprendido. Tenía que organizarse, administrar recursos y tiempo como lo hacía en la casa de su padre. Cuando estaba empezando a limpiar la vereda, llegaron un par de vecinas, se casaba la hija de una de ellas, querían vestido para la novia, las madrinas y un par de tías. Emily supo estar a la altura de las circunstancias, las atendió amablemente, les sirvió té, les preguntó brevemente sobre el acontecimiento. Ella sabía que a esas mujeres había que dejarlas hablar, se sentían felices de decir, bastaba una pregunta, una sonrisa y una mirada atenta. La modista calculó el tiempo que tenía para hacer los vestidos, le pidió a Emily que se quedara hasta la noche, que le daría el dinero para el colectivo, que al día siguiente viniera desde la mañana hasta la tardecita, iba a almorzar y merendar con ellos. Ella pidió solo una hora de descanso después del almuerzo y de limpiar la cocina. Emily tomó las riendas de la casa, se ocupó de la comida, las compras, de tener lista la ropa de toda la familia, de ir a pagar las cuentas antes del vencimiento. La modista, la miraba sorprendida, era tan joven y manejaba todo como una experta en tan poco tiempo. Cuidaba cada elemento como si fuera propio, después de una semana se dio cuenta que la casa estaba más limpia y que había gastado muy pocos artículos de limpieza. Se lo dijo, Emily le respondió que lo había aprendido de su madre, no hacía falta gastar demasiado para respirar el lujo de una casa limpia y ordenada. La comida era sabrosa, sana y económica. Por la tarde había pan, biscochitos o budines caseros para comer. Las clientas elogiaban el servicio de té con que Emily las recibía y mitigaba el tiempo de probarse los vestidos, hasta les parecía una salida divertida ir a casa de Enriqueta. A ninguna se les escapaba la capacidad de escuchar de la ayudanta, como habían comenzado a llamarla, la habían convertido en una isla de tranquilidad en sus vidas. Dijeron, en tono de sana envidia, que era mucha suerte conseguir a alguien tan eficiente y educada. Emily se había convertido en una suma de detalles bien calculados. Había puesto en uso la tetera y no un saquito de té para cada taza, cuando le preguntaron por qué lo hacía detalló: se usan cuatro o cinco saquitos menos por día, solo los días que vengo yo suman100 saquitos menos al mes igual a 2 cajas de 50, al año son 24 cajas menos. Si te fijás en los otros gastos de esta forma, a fin de año te vas de vacaciones con ese dinero.” En el jardín trasero había un par de árboles frutales, ella convirtió las frutas en dulces frescos que todos disfrutaban. Plantó hierbas aromáticas, como las que tenía en la casa de su papá. Llegaba cansada a la casa del hermano cuando ya era de noche, saludaba tomaba un té, ayudaba a sus sobrinos con alguna tarea escolar y se iba a dormir. Emma no disimulaba su fastidio, se había enterado de lo bien que Emily estaba llevando la casa de la modista. La joven no compartía con ellos las comidas ni siquiera los domingos, prefería irse a la plaza donde la veían leer sin descanso y hacer apuntes en papeles sueltos, compraba fruta, se llevaba un termo con mate o caldo. Los primeros días de Junio, Emily le pidió tres mañanas libres a la modista porque tenía que ir al colegio. El último día llegó sonriente y dijo simplemente: “terminé la secundaria”. Su familia adoptiva enmudeció. Si Emily había terminado el colegio era posible que se fuera. Ella no agregó palabras, se había convertido en indispensable, no sólo ayudaba en las tareas de la casa –cocinaba, compraba, limpiaba, planchaba y ordenaba todo como si tuviera en sus manos una varita mágica- era la maestra particular de los chicos, día a día aprendía sobre costura, tomaba medidas, ayudaba a probar, hacía terminaciones, tenía acaparada la hechura de las prendas más sencillas, entregaba los trabajos a domicilio con una tierna sonrisa.

Junio llegó y decidió que no dormiría más en la casa de su hermano. La casa de su padre la habían alquilado, le pidió la mitad del alquiler al hermano. Fue el primer roce, la primera piedra como si fueran Caín y Abel en un desierto de palabras. Él le dijo que había contraído deudas por la enfermedad del padre, que se tenía que recuperar. Emily le pidió que le rindiera cuentas. Fue terminante “Papá tenía obra social, los remedios los cubría con su jubilación, no tuviste necesidad de enfermera porque lo cuidé las 24 horas durante todo un año, lo mismo fue con mamá. Los gastos de sepelio los cubrió el seguro. Papá dejó todo arreglado. No se debía un peso de servicios o impuestos. La casa en que vivís quedó a tu nombre, la que vivía él, al mío. No me pertenece la mitad del alquiler, sino todo.” El hermano la miró con dureza. Ella le aclaró “ya hablé esto con el abogado de papá”. Ni una sola lágrima se deslizó por las mejillas de Emily cuando puso todo en una bolsa y se fue a vivir a la casa de la modista. Le ofrecieron una habitación con baño al fondo del jardín, viviría sola. Ella pensó en que eso estaba bien. Seguiría trabajando allí mientras estudiaba. Nada dijo en la casa. Solo aclaró que cumpliría horario de 8 a 12 y de 15 a 19 todos los días incluido el sábado, que por ese trabajo le pagaran un sueldo y que ella pagaría el alquiler de la habitación. Quiso todo por escrito. Se sabía que Emily tenía dinero ahorrado, el hermano intentó averiguarlo, pero no pudo llegar muy lejos en su búsqueda. A las 19 Emily partía a pie con un cuadernito y una bolsa en su mano. Regresaba cerca de medianoche. Así pasaron los días y las noches. El hermano le dio la mitad del alquiler hasta que se terminó el contrato. Emily había sido tajante “Cuando hayan pasado los dos años de contrato, MI casa la administro yo”. Cada día que pasaba se la veía más amable y más concentrada en las anotaciones de su cuadernito. Lo único que mencionó fue “estoy estudiando”. Una vez cada tres o cuatro meses pedía alguna tarde o mañana, que luego compensaba con el horario de descanso o con algún domingo. Todos prestaban atención a si salía con alguien, si se compraba ropa o si iba a algún lado. Emily, parecía siempre vestir la misma ropa, los mismos zapatos, el mismo corte de pelo, la misma figura delgada. Pasaron cuatro años y Emily le dijo a Enriqueta “Voy a dejar de trabajar; me voy a mudar a mi casa dentro de uno o dos meses. Tiene que buscar una nueva ayudanta”. La mujer la miró espantada. ¿Qué iban a hacer sin Emily? Desde que ella había venido el trabajo había aumentado mucho, sin embargo “todo” estaba más que en orden y a tiempo. Cuando lo comentó con el marido y los hijos le dijeron “Ofrecele el doble de dinero, no le cobres el alquiler. Vas a ver que se queda”. Emily se mantuvo firme y aconsejó “busque a alguien sin ambición de cambios y tendrá una ayudanta permanente. Nunca dije que me quedaría para siempre. Soy como un tornillo en el engranaje de esta vida, en su casa; puedo ser reemplazada en cualquier instante. Suponga, me muero. Ustedes van a seguir viviendo. Perdí a mis padres y tuve muchos pequeños duelos por pérdidas voluntarias o no, seguí viviendo. Han pasado más de cuatro años ya. Terminé mi tecnicatura en administración hotelera, es hora que haga algo diferente. Están por terminar los arreglos de mi casa, la voy a convertir en hospedaje para jóvenes extranjeros. Eso da dinero. Además, terminé de pagar el departamento que también pienso alquilar. Le agradezco que me diera un lugar, pero es hora de partir.”

Tres años después Emily comentó en un entrenamiento dirigido a jóvenes emprendedores “Mi madre me dijo antes de morir que las Emily son flexibles, hábiles para infiltrarse e imponerse. Muchas veces son violentas y muestran un aspecto de ser superior. No sé si es verdad. Desde entonces decidí ser fiel a ese mandato. Tal vez pueda ser que el resentimiento sea mi estímulo para cobrarme los malos tratos de la vida o de las personas. Si algo puedo aconsejar es que: ustedes deberá reflexionar sobre qué camino quieren seguir”.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Amalia: Me halaga que haya pensado en mí para "tocar" este cuento. Desde ya le digo que lo copié en un Word y solamente como un ejercicio trataré de darle otra forma. Pero quiero que sepa que no voy a poder dejar de lado la sensacion de estar manipulando la creacion de otro, sin poder ponerme en el lugar ese de su cabeza de donde salio Emily y su entorno. Deme tiempo.
Saludos

05 marzo, 2007 17:46  
Blogger Amy said...

Sir...y yo que no me pude desprender de la "influencia" de EL SIRVIENTE???
Vi esa película antes de venir a Bs.As. o sea antes de 1969. La vi una sola vez y más que la historia completa me quedé con lo emocional. Dos reglones lo definen. La manipulación del "otro" en manos de personas amables. El nombre de Emily tiene su historia, hace bastante observar a una persona teriblemente manipuladora me impactó. Me pregunté cuánto de ella hay en mí y como escribió un físico, que se convirtió en escritor, uno escribe con sus fantasmas. Cuando vi que el cuento era "lungo" pensé ¿cómo lo escribiría S.W? Cariños

05 marzo, 2007 18:21  

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