8.3.07

Versión corregida

La ayudanta

Sir William

Emily fue la última en acercarse al ataúd. El silencio de los presentes creaba una tensión digna de una escena de Hitchcock. Despidió a su padre con un leve roce de labios en la frente fría. Su mirada se posó en los ojos de Emma, que desvió la vista. La escena no tuvo desenlace; la tensión se disipó cuando Emily salió primera a esperar el cortejo. La gente la abrazaba, la saludaba. Se compadecía. Ella se vistió de silencios.

A partir de ese día viviría con su hermano, su cuñada Emma y sus tres sobrinos. Siendo menor de edad no podía decidir, aunque al día siguiente del entierro habló con su hermano y le dijo que quería salir a trabajar. El hermano la miró incrédulo, pensando que lo único que sabía hacer bien eran las tareas domésticas. Y eso era lo que Emma pretendía que hiciera mientras conviviera con ellos, y él se lo hizo saber. Emily no dudó. Contestó que quería independizarse, que le faltaban pocos meses para la mayoría de edad y que quería, en cuanto pudiera, irse a vivir sola. No le dijo lo que había escuchado a Emma decir a sus hermanas y a la madre: “...como si fueran pocos los gastos, ahora tenemos que alimentar y vestir a la parásita de mi cuñadita”. El hermano hablaba, ella lo miró y concluyó que viviría ahí hasta que se acomodara un poco y cumpliera los dieciocho, en junio. Tenía dinero en una caja de ahorros que le había abierto el padre, y que ella iba nutriendo con los trabajos que hacía en arreglos de ropa y cuando cocinaba para las vecinas del barrio. Una de ellas, Enriqueta, era modista y en una época le había dado costuras sencillas.

Iba a ir a verla.

No esperó demasiado. Enriqueta le explicó que tenía poco trabajo, y encima no era sencillo. Emily le explicó secamente: “No quiero depender de mi hermano. Usted sabe que puedo cocinar, limpiar si es necesario”. Quedó en contestarle. Al otro día, Enriqueta la llamó diciéndole que aceptaba. Una enorme casualidad fue que justamente la mucama se había enfermado y pronto se iría a su pueblo. Una dura sonrisa se dibujó en el rostro de la adolescente.

Esa noche Emily ayudó en la cocina a Emma, tomó apenas un poco de caldo y se fue a dormir, tras el cuchicheo de su hermano y su cuñada. Tenés que comprender, vivió con papá hasta hace poco”. Al día siguiente se levantó temprano, tal como lo haría en adelante, evitando así ver a su actual familia. Caminó las veinticinco cuadras que la separaban de la casa de Enriqueta, con un bolso que contenía un pedazo de pan, un mate y un termo. Imitando a su madre dijo en voz alta: “Cuida los centavos que los pesos son más difíciles de que los gastes”. En su primer día, observó dónde estaba cada cosa, preguntó sobre la rutina, la forma de hacer la limpieza y la libertad que tenía para modificar algo. Recordó las indicaciones de la odiada profesora de administración: “ubicarse e informarse del estado de situación, hacer mentalmente una evaluación de qué se tiene, cuál es el objetivo y trazar un plan”. Había tenido demasiados problemas con esa profesora, al punto de quedar libre por una discusión, pero, no había duda, algo había aprendido. Tenía que organizarse, administrar recursos y tiempo como lo hacía en la casa de su padre. Comenzó por la limpieza. Salió a barrer la vereda y, en ese momento, llegaron un par de vecinas. A través de la ventana, escuchó que le contaban a Enriqueta que se casaba la hija de una de ellas y querían vestido para la novia, las madrinas y un par de tías. Entró apurada, dejó la escoba y las atendió amablemente. Emily supo estar a la altura de las circunstancias: les sirvió té y les preguntó brevemente sobre el acontecimiento. Ella sabía que a esas mujeres había que dejarlas hablar, se sentían felices de decir, bastaba una pregunta, una sonrisa y una mirada atenta. La modista calculó el tiempo que tenía para hacer los vestidos, le pidió a Emily que se quedara hasta la noche, que le daría el dinero para el colectivo, que al día siguiente viniera desde la mañana hasta la tarde, que iba a almorzar y merendar con ellos. Ella pidió solo una hora de descanso después del almuerzo y de limpiar la cocina. A partir de ese día, Emily tomó las riendas de la casa. Se ocupó de la comida, las compras, de tener lista la ropa de toda la familia, de ir a pagar las cuentas antes del vencimiento. La modista, la miraba sorprendida, era tan joven y manejaba todo como una experta en tan poco tiempo. Cuidaba cada elemento como si fuera propio y sabía dosificar los elementos de limpieza para que rindieran más. La comida que preparaba era sabrosa, sana y económica. Por la tarde siempre había pan, bizcochos o budines caseros. Las clientas elogiaban el servicio de té con que Emily las recibía y mitigaba la espera de probarse los vestidos; ir a casa de Enriqueta ya era una salida social, más que ir a ver a una modista. Y para muchas de ellas, la capacidad de escuchar de Emily les proporcionaba una sesión de terapia gratis y provechosa.

Dijeron, en tono de sana envidia, que era mucha suerte conseguir a alguien tan eficiente y educada. Emily se había convertido en una suma de detalles bien calculados. Por ejemplo, la manera de hacer el té. Nada de un saquito por cada taza: había puesto en uso la tetera. Cuando Enriqueta le cuestionó el método, Emily le hizo un rápido cálculo de lo que economizaba por mes, por año. Y ni que hablar sobre los otros gastos. Hasta aprovechó las frutas de los árboles del fondo para hacer dulces frescos.

A la casa de su hermano volvía entrada la noche, pero no cenaba. Ayudaba a sus sobrinos con la tarea y, después de tomar un té, se iba a dormir. Emma la miraba pasar y cada vez sentía más rabia; también por los comentarios de ciertas vecinas que ponderaban la labor de la ayudanta, como ahora la llamaban. La joven no compartía con ellos ni siquiera los almuerzos dominicales. Prefería ir a la plaza a estudiar, llevando su termo cargado de caldo.

Los primeros días de Junio, Emily le pidió tres mañanas libres a la modista porque tenía que ir al colegio. El último día llegó sonriente y dijo simplemente: “terminé la secundaria”. Enriqueta la miró con temor: en ese momento se dio cuenta de que Emily se había convertido en alguien indispensable. No sólo ayudaba en las tareas de la casa –cocinaba, compraba, limpiaba, planchaba y ordenaba todo como si tuviera en sus manos una varita mágica- sino que era la maestra particular de los chicos, cada vez era mejor costurera, y nunca perdía la sonrisa cuando trataba con las clientas, por más pesadas que éstas fueran.

Un buen día decidió que no dormiría más en la casa de su hermano. Se lo comunicó, y aparte le pidió la mitad del alquiler de la casa paterna. Caín y Abel en un desierto de palabras. Pelearon. Él adujo estar mal por las deudas contraídas por la enfermedad de su padre y Emily le explicó con detalles pormenorizados que la enfermedad del padre estuvo con todos los gastos cubiertos por la obra social. Y el sepelio fue solventado por un seguro.

- Papá dejó todo arreglado. No se debe un peso de servicios o impuestos de ninguna de las dos casas. Ni de ésta –señaló el techo y las paredes- en que vivís y que quedó a tu nombre, ni la que vivía él, que está a nombre mío. Así que si lo pensás bien, me tenés que dar todo el alquiler de mi casa. Y de esto está al tanto el abogado de papá. –finalizó. Guardó sus pocas pertenencias en un bolso y salió sin derramar una lágrima.

Arregló con la modista quedarse cama adentro, con un sueldo y los domingos libres. Cuando venció el alquiler de la casa de su padre, se ocupó de administrarla. Cada día que pasaba se la veía más amable y más concentrada en las anotaciones de su cuadernito.

- Estoy estudiando –fue la respuesta tajante cuando le preguntaron que anotaba.

Al cabo de cuatro años, Emily le dijo a Enriqueta que se buscara otra ayudanta. Se iba a su casa y había terminado su tecnicatura. La mujer la miró espantada. ¿Qué iban a hacer sin Emily? Desde que ella había venido el trabajo había aumentado mucho, sin embargo “todo” estaba más que en orden y a tiempo. Le rogaron que se quede. Ella les soltó que nadie es indispensable. Tornillos reemplazables.

- Perdí a mis padres y tuve muchos pequeños duelos por pérdidas voluntarias o no, y seguí viviendo. Han pasado más de cuatro años ya. Terminé mi carrera, es hora que haga algo diferente. Aparte, están por terminar los arreglos de mi casa, que voy a convertir en hospedaje para estudiantes. Eso da dinero. Además, terminé de pagar el departamento que también pienso alquilar. Le agradezco todo lo que hizo por mí – y siguió limpiando la casa como el primer día.

Años después, Emily comentó en un entrenamiento dirigido a jóvenes emprendedores “Mi madre me dijo antes de morir que las Emily son flexibles, hábiles para infiltrarse e imponerse. Muchas veces son violentas y muestran un aspecto de ser superior. No sé si es verdad, pero desde entonces decidí ser fiel a ese mandato. Tal vez pueda ser que el resentimiento sea mi estímulo para cobrarme los malos tratos de la vida. Si algo puedo aconsejarles que reflexionen qué camino quieren seguir”.


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Gracias Sir!!!!! Pero me gustaría ver su estilo. Es un ejercicio, en mi caso no me pude despegar de muchas influencias evidentes, aunque de repente me parece que se agregan otras menos visibles.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Yo sabía que si alguien te lo corregía, en este caso Sir W, lo ibas a volver a publicar.
Es largo pero me gustó igual...ahora voy a volver a leer la versión sin corregir para ver bien las diferencias =)
SAludos

la peque

09 marzo, 2007 10:04  
Blogger Amy said...

Totita! Cómo estás? te encuentro más en el blog que en otro lugar. Besotes

09 marzo, 2007 20:10  

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