20.3.07

La amistad tiene un sorprendente poder curativo

Tal afirmación la hizo Goleman, en parte, a partir de un caso cercano, el de un amigo que padecía cáncer y que luchó con la enfermedad por más de diez año.

Goleman dice: A pesar de que nadie pudo probarlo nunca, sospecho que uno de los muchos ingredientes que contribuyeron a su longevidad fue ese flujo de gente que lo quería.

Su amigo era de esos profesores que los ex alumnos los recuerdan con cariño y lo visitaban dándole muestras de afecto.

Según parece (aún cuando la sicología es continuamente desacreditada por los temerosos de enfrentarse con sus propios males) hay una fuerte conexión entre las relaciones afectivas y la salud física; así quien está felizmente casado o en pareja, tiene amigos o participa de grupos amigables de actividad laboral o religiosa se recupera fácilmente de las enfermedades y vive más.

Creo que en algún otro post mencioné las “neuronas espejo”, “una clase de células cerebrales ampliamente dispersas que operan como "redes neuronales inalámbricas" (las mencioné dando fe a lo que los científicos dicen, la medicina es otro de los tantos terrenos que ignoro. A pesar de mi ignorancia sobre su poder para curar, siempre me inclino por agregar técnicas alternativas a la alopatía). “Las neuronas espejo rastrean el flujo emocional, el movimiento e incluso las intenciones de la persona con la que estamos, y reeditan en nuestro propio cerebro el estado detectado, al alborotar en él las mismas áreas que están activas en el de la otra persona”.

Contagio emocional

Las neuronas espejo ofrecen un mecanismo neuronal que explica el contagio emocional, esto es, la tendencia de una persona a adoptar los sentimientos de otra, particularmente cuando éstos se expresan de manera vehemente. Esta conexión de cerebro a cerebro también puede funcionar respecto de los sentimientos de compenetración que, según los descubrimientos de investigaciones, dependen en parte de sincronizaciones extremadamente veloces de la postura, el ritmo vocal y los movimientos de las personas mientras éstas interactúan.

En resumen, estas células cerebrales parecen permitir la orquestación interpersonal de cambios fisiológicos.

Semejante coordinación de emociones, reacciones cardiovasculares o estados cerebrales entre dos personas ha sido estudiado en madres con niños, en matrimonios e incluso entre gente que se reúne.


Y si no entendí mal, así como mi buen ánimo puede beneficiar al que tengo cerca, mi hostilidad puede hacerle subir la presión sanguínea o contribuir a que le caiga mal la comida si lo ataco antes, durante o después de la misma. O sea, “potencialmente, somos los aliados o enemigos biológicos de los otros”.

El sugerir, aunque sea de manera remota, que estas interconexiones tienen beneficios para la salud generará, sin duda, revuelo en los círculos médicos. Nadie puede jactarse de contar con información sólida que demuestre un efecto médico significativo de la interrelación de las psicologías.

Al mismo tiempo, ya no hay dudas de que esta misma conectividad puede ofrecer un consuelo emocional con bases biológicas. Más allá del sufrimiento físico, una presencia curadora puede mitigar el sufrimiento.

Un caso significativo es el estudio por imágenes de una resonancia magnética funcional de una mujer que esperaba un electroshock. Cuando soportaba su aprehensión sola, subía la actividad en las regiones neuronales que incitan las hormonas del estrés y también la ansiedad (…), cuando un extraño le sostenía la mano mientras esperaba, la mujer encontraba poco alivio. Cuando su esposo le sostenía la mano, no sólo ella se sentía calma, sino que sus circuitos cerebrales se tranquilizaban, revelando la biología del rescate emocional.

Así es que: cuando no vamos a ver una persona que está enferma se suma en ella el sentimiento de sentirse rechazada y la privación de los beneficios del contacto cariñoso. La visita sirve aún cuando no sepamos qué decirle. Y esto me afecta personalmente por algo que no estoy haciendo en función de mi propia salud. En las relaciones con los otros, a veces, tenemos alivio y posibilidad de sanar. Pensando en la contracara barajo la posibilidad de que frente a individuos pesimistas, malhumorados, insatisfechos, caracúlicos empedernidos, rígidos recalcitrantes, con complejo de superioridad o inferioridad, agresivos empedernidos y las etc. nos enfermemos, perdamos el deseo de vivir una vida feliz. Ciertas posturas extremas en los comportamientos de algunas personas que se autodesprecian, inconformistas a ultranza, retorcidos incapaces de disfrutar de los simples placeres de la vida trasladan toda bronca hacia el “otro” y lo enferman. En más de una oportunidad he tenido la sensación de estar frente a vampiros que absorben la energía de quienes están a su lado, lentamente uno de los que conforma la pareja se va poniendo gris, pierde el buen humor, deja que el otro lo maltrate, que le niegue esto o aquello.

De todo esto sería bueno ponernos a pensar en contagiar buena salud a través de nuestro ánimo y evitar que nos enfermen aquellos que, enojados con la vida, nos tiran su basura.

Así que, como práctica de buena salud, invito a quien lea estas líneas a que se tome unas cuantas grajeas de buen humor, se rodee de los mejores afectos (esto no implica abandonar a aquellos que por ahí tienen un episodio de tristeza repentina). Sonría, no se trata de una filmación de control en alguna institución que quiere protegerse de robos, se trata simplemente de la vida.

Escrito a partir de un artículo en La Nación (on line) 15/10/2006

Daniel Goleman - The New York Times
Daniel Goleman es el autor del libro La inteligencia emocional