22.9.12

Cuando lo sólido se desvanece

Durante diez años por la mañana él se levantaba e iba a trabajar. El empleo era  lo que le permitía dar de comer a sus hijos, el que le proveía de una cobertura de salud tan necesaria, sobre todo considerando que los dos pequeños necesitaban de atención médica permanente.

Entonces empezó a sitiarlos la palabra reestructuración, por decir que iban a modificar el plantel de trabajadores. La modificación lisa y llanamente se debía entender como "despidos programados de trabajadores". Durante un año él, periódicamente, era evaluado junto con otros compañeros y se sabía que cuando los mandaban a planta alguno no seguiría trabajando. Eran días duros, en que se deseaba que le tocara al otro...
Él sentía que todo su cuerpo sufría esos días de espera, de no saber, de fingir que todos estaba bien y por dentro masticar broncas y dolores acumulados de años.
Un día llegó a la planta y se dio cuenta que algo no estaba bien, que tal vez ese día le tocaba a él, cerró los ojos y pensó en sus peques, tal vez no quiso pensar porque el dolor le era imposible de soportar. Trató de sobrellevarlo diciendo que "todo estaba bien", pero le llamaron y le comunicaron: "diez meses de sueldo, mantenimiento de la prepaga de salud por tres meses". ¡Tres meses! Como si fueran suficiente en un mundo donde es más difícil encontrar un nuevo empleo que encontrar una aguja en un pajar.No supo qué pensar, no podía caer del lugar a donde lo habían expulsado.

 Al día siguiente le llegaría a su casa el telegrama; al día siguiente ya no se levantaría más para ir a ese lugar que no le gustaba, pero que tenía la solidez de que todos los meses el salario  pagaba su condena de trabajar allí.

y no supo más que decir, besó a sus peques y compañera de vida; pensó que tal vez mañana tendría otra oportunidad.