26.8.12

Nostalgias



















Foto de un paisaje de mi pueblo, sacada de la galería de fotografías del municipio.

Nostalgias como si fuera la letra de un tango, pero sin ganas de emborracharme, ni de escuchar risas locas, ni de olvidar amores que fueron flor de un día…
Ni copa, ni angustia, ni abandono, ni soledad, ni rosas muertas…
Solo un tiempo que ya no es, de seres que no están
Y como te dije mi querida Paula: quisiera que hoy estuvieran.
Me contestaste: no habría mundo que soportara que la gente no muriera.
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Y será la edad que me pone nostalgiosa, no sé, tal vez. Cada día algo me dispara los recuerdos como si fueran la madalena proutsiana  o tal vez sea un reflejo condicionado. Un sonido, el aroma de una comida, un color o una palabra hace que la memoria segregue imágines (como si fuera el estómago de un perro en un laboratorio) y me instalo en un tiempo que creí borrado para siempre. La memoria se desboca y de repente todo se mistura y me sorprende (yo que soy mala para recordar nombres o apellidos, hasta de ellos me acuerdo).
Así ayer estuve frente a mi nieto que tomaba un helado. Se lo había prometido el día anterior, el problema fue encontrar una heladería abierta y frente a él volví a tener seis años, en el jardín de la casa de mis abuelos. Mi abuelo pidió que me trajeran un helado y que lo comiera frente a él. Él sabía que me gustaban los helados, en el pueblo era un lujo. Ordenó que me sentara frente a él, porque si yo lo comía, era como que si lo comiera él. El abuelo estaba enfermo, quizás fue su último verano, no recuerdo bien. Comí aquel helado en un día de sol bajo los árboles, tenía más o menos la edad de mi nieto. Se me llenaron los ojos de lágrimas, qué pena haber perdido a mi abuelo tan pronto. Supongo, muchas cosas habrían sido diferente si mi abuelo no se hubiera enfermado.
Esta tarde le dije a mi compañero de vida,  me siento como cuando tenía trece años, cuando devoraba una novela de Corín Tellado cada día a la hora de la siesta.  Mi mamá no se preocupaba porque eran inocentes novelas románticas. Por supuesto que mi maridito me dijo: “vos no lees Corín Tellado”.- Ahora no, pero leí –le contesté. En este momento estoy leyendo este libro de F. Bonelli; me parece lo mismo, anda en esa línea.  Vos sabés, casi treinta años después de leer a Corín cursé una materia sobre géneros literarios marginales, entre ellos el de pornografía. Allí apareció la referencia a la “inocente pornógrafa” y romántica Corín Tellado. Me reí muchísimo pensando en mi madre. ¿Qué hubiera pensado si le contaba aquello?
Fuera del comentario, volví a sentir los veranos en mi pueblo, el calor agobiante de las tardes, el deseo de viento o lluvia que aliviara la sequedad del ambiente: volví  a sentir aquellos trece años cargados de tristeza, de sentimientos encontrados, del temor  a que mi madre nos abandonara… las imágenes volvieron a apelotonarse en forma caótica.
Por la noche fuimos a ver una peña, aunque en alguna oportunidad había estado en esa escuela, el ver bailar a la gente, el escuchar folklore me instaló en mi  adolescencia.  Hacía mucho que no veía tanta gente  bailando chacareras, escondidos o zambas. Los festivales de folklore en mi pueblo, el olor a choripan y empanadas, el bullicio de la gente se  confundieron del presente al pasado y del pasado al presente, hasta recordé a la señorita C. que bailaba tan bien la zamba y tenía amores con el dentista del pueblo que era casado. ¡Todo un escándalo! Pero ella no se inmutaba y seguía dando clases como si nada, a mí me parecía  alguien extraordinario. En la peña la gente bailaba, gritaba, aplaudía y me sumé en esa mezcla de sentir que estoy aquí y no en otra parte, soy el resultado de los años que quedaron atrás,  respiro y sonrío aún cuando haya tantas personas que quise y ya no están.