23.7.12

Mi querida Peque:



Cuando naciste comencé a escribirte para cuando fueras grande y luego dejé. Hoy las circunstancias me lo recuerdan, cierro los ojos y veo tus dos hoyuelos en las mejillas cuando sonreías tan  a menudo. Ahora es difícil verte sonreír, cuando vi la grabación de tu crisis no podía soportar verte de esa manera.
Los días pasan y recuerdo cuando tu otra abuela me dijo “los dos chicos tienen lo mismo” y se me estrujan las palabras; no es metáfora si te digo que el dolor se me hace pecho, es como un puño  aplastándome, hundiéndome en un mar sin esperanzas. Por momentos una chispa en alguna de tus sonrisas me ilusiona, nos ilusiona y de un plumazo todo cae como castillo de naipes.
La razón se me escapa,  no entiendo, no sé cómo se puede hacer algo, no está en mis manos; no sé si la chapucería médica puede hacer algo. No tenemos un Dr. House que se dedique a indagar o que venga con su descarnada ironía a decirnos “No hay nada por  hacer”.
La vida de Pupú y la mía se tejieron alrededor de ustedes en este último tiempo, no nos atrevemos a maldecir, a descreer, a insultar a lo que sea por lo que les está pasando, ni tan siquiera preguntamos ¿Por qué nos tenía que pasar a nosotros? Simplemente esperamos que todos estén equivocados y ustedes vuelvan a sonreír y nos iluminen con sus ojitos felices…
Estamos tiesos,  nos duele el alma y el cuerpo. Pupú casi no se puede mover por dolor en la espalda y yo por ahí ando, tanteando el mundo de “lo real” o  lo intangible; repito un mantra como si me deslizara en una cinta sin fin, quisiera  desconectarme, ser diferente… Me digo “Así  no sirve. No ayudás en nada”.

Tal vez, para que todo sea diferente debamos tener fe en aquello que no califica como razonable.