Mi querida Peque:
Cuando naciste comencé a escribirte para cuando fueras grande y luego dejé. Hoy las
circunstancias me lo recuerdan, cierro los ojos y veo tus dos hoyuelos en las
mejillas cuando sonreías tan a menudo.
Ahora es difícil verte sonreír, cuando vi la grabación de tu crisis no podía
soportar verte de esa manera.
Los días pasan y recuerdo cuando tu otra abuela me dijo “los
dos chicos tienen lo mismo” y se me estrujan las palabras; no es metáfora si te
digo que el dolor se me hace pecho, es como un puño aplastándome, hundiéndome en un mar sin
esperanzas. Por momentos una chispa en alguna de tus sonrisas me ilusiona, nos
ilusiona y de un plumazo todo cae como castillo de naipes.
La razón se me escapa,
no entiendo, no sé cómo se puede hacer algo, no está en mis manos; no sé
si la chapucería médica puede hacer algo. No tenemos un Dr. House que se
dedique a indagar o que venga con su descarnada ironía a decirnos “No hay nada por hacer”.
La vida de Pupú y la mía se tejieron alrededor de ustedes en
este último tiempo, no nos atrevemos a maldecir, a descreer, a insultar a lo
que sea por lo que les está pasando, ni tan siquiera preguntamos ¿Por qué nos
tenía que pasar a nosotros? Simplemente esperamos que todos estén equivocados y
ustedes vuelvan a sonreír y nos iluminen con sus ojitos felices…
Estamos tiesos, nos
duele el alma y el cuerpo. Pupú casi no se puede mover por dolor en la espalda
y yo por ahí ando, tanteando el mundo de “lo real” o lo intangible; repito un mantra como si me
deslizara en una cinta sin fin, quisiera desconectarme, ser diferente… Me digo “Así
no sirve. No ayudás en nada”.
Tal vez, para que todo sea diferente debamos tener fe en
aquello que no califica como razonable.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home