16.3.12

La lectura como consuelo

Hay golpes en la vida, tan fuertes... (…) como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

[Y volvemos] (…) los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
[volvemos] los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... (…) [como el fantasma del síndrome de Dravet golpeando nuestras puertas y ventanas. Y no hay nana de cebollas, ni de manzana, ni bombón para mi nieto que me cure la angustia y comienzo a doblarme por el peso que me aplasta. ¡Qué cosa curiosa! Nacer no pedimos, vivir no sabemos ¿y morir?

Hay golpes Don César que ni la lectura de sus poemas me pueden consolar.]

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Me mal desperté esta mañana (de lo mal que dormí) y mientras recordaba algo de El momento más grave de la vida + la traba de no llorar ni decir para no involucrar a los demás (porque lo "correcto" es no preocuparse, ni hacerse pelota antes de tiempo, ni por lo que no se puede solucionar), escuché a alguien leer un poema de César Vallejos por sus 120 años. Y sí, hay días de triste tristeza, que me pregunto ¿para qué sirven? Yo no sé... Es que entre mi cerebro y mi corazón hay kilómetros de distancia o, tal vez, sea mi pobre inteligencia, tal vez, mi mal aprendizaje sobre cómo "debería" vivir.