6.3.12

GRRRR!!!! ¡Qué día!

Entre ataques a los docentes... el paro, los inconvenientes de la comunicación con los demás, cercanos o no...
Iba a escribir sobre la incomunicación de la "comunicación..." (¡Ufa! ya sé. Demasiados puntos suspensivos, es mi costumbre...) Entonces volví a algo que escribí hace mucho y prefiero desahogarme con un texto de ficción que con uno envuelto en teoría.
(Talveznotengovenanigenialidadparaescribiralgodecentequenohierasentimientosajenos)

El célebre César Pablo García Osberg

Cuando hablan de escritores célebres no puedo dejar de recordar a Don César Pablo García Osberg.
El viejo está, en mi memoria, como la primera vez que lo vi, con su figura imprecisa dibujando a muchos hombres y con la mirada perdida en laberintos y bibliotecas.
En ese encuentro Don César me contó:
-Cierta vez dije “He roto muchos papeles”, de inmediato me dijeron “¡Qué buen comienzo!”. Creyeron que ese era el principio de algo que les iba a leer. De esa confusión pensé que la no razón podía ser válida para escribir.
Después de hurgar en un montón de papeles, Don César cacareó:
-Fi-fi-fijesé, me-me venía a las manos escribir cebollas y me salía espuma, cuando escribí espuma se entendía roca. Mi historia es la consagración de un fracaso.
Suspiró -¿Consagración? (en ese instante creí que dudaba al preguntarse)
Miró hacia ninguna parte y con una mueca de placer murmuró: Eso tiene que ver con lo eterno y lo profano.
Se quedó en silencio y no me atreví a tan siquiera respirar. Él continuó:
-Volví sobre las cebollas y se entendió tomates, me decidí por los tomates y leyeron cebollas. Entonces volví a las cebollas para que entendieran tomates, si entendían cebollas yo las negaba.
-Detrás de la solemnidad –agregó- ¿Qué es eso de escribir al hígado, al congrio o a la cebolla? ¡Eso es triste! – río.

Don César estuvo en silencio, no recuerdo cuánto tiempo. Miraba sin ver al duende que ataba a los aburridos, al duende que ponía punta de alfileres en los ojos de los oyentes para que despertasen y abrieran sus oídos, al duende en el cuerpo de la bailarina como viento en la arena, como canto de sirena.

Al final dijo:
-No, triste es la historia de aquel que buscaba la palabra justa, que luchaba contra el adjetivo banal y logró un estilo. Aún hoy, algunos, dicen que de él prefieren al hombre y no al escritor, eso le habría herido profundamente. Le creyeron en la cumbre, de noche él no podía dormir, lo shoquearon diez veces, cansado se olvidó de sus adiós las armas, eligió una y disparó a su cabeza. Estaba solo, muy solo. Había roto demasiados papeles.

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Escritos en un taller. 1989
Consigna: Un escritor célebre