28.2.12

¿Viejos son los trapos?

Recuerdo que en mi niñez una mujer cercana a los 50 años era una anciana. A esa edad se jubilaban, algunas tenían nietos grandes, vestían colores oscuros, nada de escote ni faldas cortas, lucían sus canas, su maquillaje era más que discreto... Generalmente tendían a ser gorditas, salvo algunas cuya delgadez reflejaba otras cuestiones. Había excepciones, por supuesto. Eran las “viejitas” fuera del molde.

He pasado holgadamente los cincuenta -62 para ser más clara-, resulta que algunos definen la tercera edad a partir de los 65 o sea: aún no soy anciana. ¡Ja! ¡Qué chiste!

Ahora se habla de la tercera edad, de la gerontología, de que “viejos son los trapos” y las etc. eufemismos para no reconocer la crudeza de la evolución natural de los seres humanos. Algunos luchan denodadamente contra el proceso de envejecimiento, tratamientos médicos, cirugías, cosmética y se niegan a decir la edad…

Por otro lado, está el promedio de vida, la cantidad de personas censadas en mi país mayores de 80 años, el grado de lucidez una Rita Levi-Montalcini (102) o su fallecida prima Eugenia Sacerdote de Lustig (101) es un aliciente para pensar que las mujeres de mi edad pueden tener, por lo menos, alrededor de una década de sobrevida tranqui. Digo sobrevida dado que mis madres murieron a los 54 y 57 años.

En este fin de semana una anciana de más de 80 años me hablaba, me contaba que caminó hacia la iglesia desde el lugar en que estábamos. La miré, le dije que ese lugar está muy lejos, que no fue así, que para llegar había que caminar por la ruta porque las banquinas están llenas de pasto y acequias… me siento mal porque privilegié lo que su sobrina me contó. La anciana calla, su mirada me atraviesa y está más allá de mí. Aún ahora me pregunto sobre el sentido de aclarar sus confusiones, miro su ropa, su delgadez extrema, su tozudez, reparo en sus malos modales y contestaciones con la sobrina.

Las palabras de una mujer que trabajaba con gerontes aún resuenan en mi memoria, a pesar del tiempo transcurrido, “No es que los viejos se convierten en (…) De jóvenes se les notaba menos. De viejos se desinhiben.”

En ese espejo que se agranda veo a la mujer, me veo, recuerdo mi fantasía sobre el tipo de anciana que quería ser. Cuando era joven miraba a ciertas mujeres de más de 60 años (quizá estaba viendo a mi bisabuela paterna) que me parecían encantadoras y me imaginaba delgada, serena, con mis canas sin una gota de tintura, con mis arrugas y una sonrisa agradable. Casi siempre me veía caminando descalza a orillas del mar o trabajando en un jardín. En este punto de mi camino espero no ser una carga para nadie. Tal vez, lo único que deseo es un “pacto honrado con la soledad de la vejez” asumiendo que no solo los trapos pueden ser viejos.