8.12.11

Noticias de aquí y allá

¿Quién narra?

Quién narra los acontecimientos (que alguno denomina hechos o sucesos, solo es cuestión de matices) se planta en algún punto de vista y discurre sobre el “algo” reflexionado.

Así nuestra historia argentina está llena de esto o aquello, condimentado por ocultamientos, preferencias, aborrecimientos, indiferencias, disimulos, demarcaciones de acuerdo con modos de interpretación. Lo dicho no nos hace originales, compartimos los dimes y diretes con nuestros vecinos y países más lejanos en costumbres y espacio.

Así, desde el detalle ínfimo al fundante de una tradición, te dicen un día que el dulce leche es argentino, que se presentaron ante UN para pedir que se considere parte de nuestro patrimonio cultural (culinario) el asado, las empanadas y el dulce leche. Del dulce leche escribieron que nació del descuido de una esclava de Rosas –dejó en un cazo cob leche azucarada largo rato sobre el fuego-, más otros aducen que hay pruebas de la existencia del dulce de cuando se Rosas fue para Choele Choel en la campaña de 1835 (¡Uy! ¡Dio! ¿Y cómo fue que en mi pueblo no quedó ni un resto?). Mientras que V. E. Ducrot nos cuenta que el “majar” vino de Chile, pasó a Tucumán y de allí a Buenos Aires para la época en que estaba Liniers y su estimada Perichona, o sea antes de 1810, antes de 1835.

También los uruguayos reclaman la autoría del invento del dulce de leche… y de lo simple del relato cotidiano a lo complejo de la política, los países de este sur (que para algunos no existe) hemos compartido sinsabores y maldiciones. Así nos encontramos con los años ’70 del siglo XX. Desaparecidos y muertes al otro lado del río, al otro lado de los Andes y aquí: treinta mil. (Algún día contaré el relato de una uruguaya en una época de vientos necios y naufragios que me dejó muda, enojada y con los ojos llenos de lágrimas.)

Después de ’38 años el motivo de la muerte de Pablo Neruda (Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto) es puesto en tela de juicio. ¿Muerte por enfermedad o envenenamiento? Cuando don Pablo murió una compañera sentenció “debe de haber muerto por tristeza”. Y no sé si fue su tristeza, la mía o la vecindad de mi tierra, las largas horas en que escuchaba las emisoras chilenas en mi adolescencia sureña, sentí pena por la muerte del poeta, sentí pena por lo que ocurría en Chile.

Recuerdo que un verano estábamos en Mendoza; entusiasmé a mi marido y a dos de mis hijas para cruzar a Chile, quería conocer Isla Negra. Comí congrio rememorando la “Oda al caldillo de congrio”, me llené de mar, de imágenes, de sonidos… a partir de la poesía de don Pablo. Si el poeta partió de este mundo porque le obligaron, por tristeza o porque oyó el llamado de la lengua de la muerte buscando muertos,
la aguja de la muerte buscando hilo
yo no lo sé.

Porque como él lo dijera

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos,
la muerte está en la escoba,
(...)
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

Así don Pablo o el poeta de muchos nombres se define por su poesía:

"Si ustedes me preguntan qué es mi poesía, debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella, les dirá quién soy yo".

Y si quisieron callarlo, no pudieron, no pueden porque él seguirá diciendo a través de sus versos.