17.11.11

Un día de tantos

Hay días en que uno quisiera una buena noticia…

Salí del colegio un poquitín tarde, caminé una cuadra para ir a tomar el colectivo, crucé la calle por el lugar que corresponde, DE ESQUINA A ESQUINA. Un animal al volante giró de repente y frenó a punto de rozarme la pierna. Sentí que me temblaban las piernas.

Subí al colectivo, en el camino subió otra compañera (a quien no vi hasta el momento en que se bajaba) la saludé sorprendida, unas cuadras más y subió otra compañera y me senté al lado de ella y nos pusimos a charlar. No sé si habíamos transitado unas 10 cuadras cuando el colectivo frenó bruscamente. Fueron unos segundos y vi como los pasajeros que tenía enfrente se precipitaban de un lugar a otro. Un joven dobló un caño de sostén con el cuerpo, se le desarmó el celular, pero mi mirada se centró en una joven que cayó de espalda y se golpeó la cabeza con los escalones que están a la mitad del colectivo. Se quedó quieta, creí que no se iba a reponer, grité “¡Esa chica! ¡Esa chica se golpeó la cabeza!” Mi compañera me dijo que me había puesto blanca. Una joven temblando nos preguntaba si se habría lastimado el brazo enrojecido y que le dolía bastante, un joven nos pidió que le miráramos la espalda porque le dolía (tenía una mancha roja virando a morado unos cinco centímetros arriba de la cintura). Llamaron a emergencia, la joven del golpe en la cabeza decía que se sentía bien y que tenía que ir a trabajar… Tenía la mirada perdida, le explicamos que el accidente camino al trabajo se podía tomar como accidente de trabajo, que la ART, que los peligros del golpe. Le dijimos entre varios que esperara la ambulancia y que se hiciera ver, lo mismo le repetimos al joven del golpe en la espalda, el que se había golpeado el brazo y se le había desarmado el celular nos saludó y se fue. Pensé si la joven tendría trabajo en blanco, si la cubriría la ART o el seguro del colectivo, una mujer se quedó al lado de ella. Le dije a mi compañera que no había mucho por hacer, que todo quedaba en manos del servicio de emergencias y me fui. Necesitaba caminar, cambié de transporte. Tomé el subte. Llegué a casa me había subido la presión y todavía me sentía conmocionada… Almorcé poco. Pocas horas después volví al colegio, cuando estaba por cruzar la calle se adelantó un colectivo y otra vez sentí que las piernas me temblaban…

Cuando regresé mi marido me dijo que habían encontrado al chico de la ciudad de Lincoln, estaba muerto. En los noticieros de la noche repiten una y otra vez la noticia, se rumorea esto o aquello, que el padrastro no se llevaba bien con Tomás ni con la mamá, que la mamá no le dejó ver al hermanito de Tomás, que si las cámaras fueran monitoreadas, que si esto o aquello… Y Tomás ya no está. Entonces, imaginé a la mamá. Sentí escalofríos. Mi día había sido una tontería, después de todo. Pensé, pienso en Tomás, en el porqué de su muerte absurda con toda una vida por vivir, en la mente retorcida de quien lo pudo haber matado.

Hubiera estado bueno escuchar que Tomás había cometido una travesura (se fue con un amigo), hubiera estado bueno que se fuera con el papá, hubiera sido bueno que pasaran tantas otras cosas y no lo que pasó.