2.10.10

¿Qué habrá sido de tu vida Martín?


Martín era locuaz, inteligente, de mediana estatura, cabello negro ondulado. Se sentaba en el fondo del aula, hasta que llegó a quinto año. A mitad de año cambió, era más callado, parecía siempre cansado, mostraba un poquitín de malhumor.

En un retiro espiritual de fin de semana, en el campo de los curas, en el atardecer de un viernes los alumnos del quinto de Martín esperaban que anocheciera entre cuentos y canciones alrededor de un fogón. El “retiro” no era más que un fin de semana juntos vigilados por dos profesores y la mamá de un alumno. Querían estirar un poco más los efectos del viaje de “egresados”, aunque faltaban más de tres meses para que terminaran las clases y ellos fueran realmente “egresados”.

El profesor encargado de los varones no estaba, iba a llegar al día siguiente.

No se sabe bien cuando, alumnos de años anteriores habían instaurado la costumbre de ir al cementerio del convento bien entrada la noche, el chiste era experimentar un poco de miedo tipo película. Así fue que se dispusieron a esperar alrededor del fogón hasta que llegara la hora.

Martín apartado de la ronda bebía del pico de una botella de gaseosa de litro y medio, parecía gaseosa… hasta que se descompuso. Lo que había en la botella era CHACHO. Bebida, preparada con mezcla de tres licores, bastante corriente entre los adolescentes de esa época.

Allí la profe y la mamá acompañante se enteraron lo ocurrido en Bariloche, Martín tenía miedo de que algún compañero abusara de él. Los compañeros de curso dijeron que había sido un cuento, un invento para que Martín no se emborrachara, porque las “curdas” que se agarraba eran tales que al día siguiente no recordaba nada.

Martín tuvo su recaída, tal vez creyó que estando en el grupo la mamá de un compañero y la profe no le iba a pasar nada, tal vez no fue un mero cuento, tal vez sí pasó algo.

Martín estaba pálido, frío, temblaba. La profe quiso ir a buscar a los curas de la casa principal, pero los pibes pidieron que no, eso iba a provocar la expulsión de Martín del colegio. La profe asumió el riesgo, esperó a que Martín mostrara alguna mejoría, le hicieron bañar, le dieron algo caliente y le acostaron en una de las camas de las chicas, nadie durmió esa noche. La profe lloraba junto a la cama de Martín; cuando él estuvo mejor se fue hacia la habitación de los varones y antes de entrar gritó que todo el mundo estuviera vestido, entro furiosa revolvió aquí y allá; juntó todas las botellas de bebidas alcohólicas que encontró y se las llevó en una bolsa. Las puso sobre la mesa de la cocina y no sabía qué hacer, finalmente las destapó y derramó el líquido en la pileta, mientras seguía llorando en silencio. Si las dejaba llenas, temía que ni bien se descuidara cada chico se tomara más de un litro de alcohol, conjetura bastante real por la cantidad de botellas que había y (según dijeron) "ninguna botella debía volver llena".

La profe no hablaba, ojerosa y pálida pensaba que era una idiota, por no haberse dado cuenta que lo de la botella no era gaseosa y no quería pensar si Martín hubiera empeorado.

Ese curso no iba a ir al cementerio de noche, por lo menos no con ella; el sábado todo el mundo se iría a la cama temprano, el domingo a misa y a la tarde la vuelta. La tradición de la visita nocturna al cementerio se había roto, habían inaugurado otra más peligrosa: abusar del alcohol… Pasado el fin de semana, el regreso. Los alumnos la miraban inquietos se preguntaban ¿qué iba a decir cuando volvieran?

Ella solo los estimuló para que contaran el porqué de emborracharse en general y en especial ¿por qué creen que lo hace Martín?.

En la charla salió lo de los problemas en la casa, el abandono por parte de los padres, el intento de un vecino decirles a los padres sobre lo que le pasaba a Martín había agravado la relación de él con los adultos que lo rodeaban.

La profe pensó si debía decírselo a la rectora del colegio o consultar con la psicopedagoga sobre la forma de abordar el tema del alcohol en los adolescentes, sin hacer nombres, por supuesto. Lo importante era no perder la confianza de Martín. Se decidió por ir a hablar con la psicopedagoga. En la charla surgió que “para decirle algo a los padres mejor que tengas pruebas, te podés comer un sumario.”

La profe trató de que la psicopedagoga colaborara con el grupo, no dijo nada a la rectora el porqué. Martín terminó el año, se recibió con buenas notas. Tiempo después dijeron que no lo habían vuelto a ver “borracho como una cuba” (tal vez siguió bebiendo, pero ya con moderación o tal vez no).

Una alumna dijo que nunca hubieran pensado que esa profe podía ser “piola” y ayudar de la mejor forma.

La profe dudaba si lo hecho había sido lo correcto.

……….

Tres años después la profe vio a Martín en la puerta de la facultad, la miraba sin dirigirle la palabra. Ella le sonrió. Él dijo “soy Martín. ¿Se acuerda? Estoy en filosofía”.

Estaba más alto, más delgado, con la mirada tristona, la espalda algo encorvada. Intercambiaron algunas palabras, ella siguió dudando de si había ayudado a Martín. Lo cierto es que no se han vuelto a ver.