2.9.10

Y los días pasan...

Y ya pasó un año. Y te recuerdo, y me enojo porque no estás. Tal vez pudiste seguir entre nosotros, si te cuidabas un poco más, si hubieras podido pasar a palabras la angustia, la bronca, lo que tenías adentro y no pudiste decir. Hay tantos si hubieras y tal vez ninguno resolviera el hecho de que tuvieras que partir.

Como siempre, concentré mi angustia en la garganta, en mi respiración y somaticé a más no poder, a este primer aniversario de tu ausencia se sumó el estudio de mi pequeña nieta, de la descompostura de Nico –descompostura que en otro es un detalle- en él todo se complica porque tiene que tomar sí o sí el remedio, no hay otra vía. ¿Resultado? Antibióticos, reposo y hacer visible mi tristeza.

Llamé a Nati, me dijo que la nena y ella estaban superando una bronquitis. Debe ser de familia esto de bajar las defensas en determinados momentos.

Recuerdo que alguien me dijo lo que sufrías por tu nietita y te comprendo, tanto como te comprendí antes. La peque sigue adelante, hoy me atendió por teléfono. Me sonreí ¿quién hubiera creído que llegaría a los siete años? Y va a seguir muchos más.

A veces, se me ocurre pensar en el final de una novela donde una generación entera paga los errores pasados, desecho la visión y prefiero pensar en que todo va a estar bien.

Respiro, me duele el pecho, me duele la intangible alma (si es que existe, digo alma para colocar en algún lugar eso que me achica el cuerpo y entorpece mi andar; aún cuando sepa que el dolor no se transforma en algo productivo, se siente y punto).

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Leo los diarios, veo alguna imagen sobre los 33 enterrados vivos. Pienso en la convivencia a oscura, en treinta y cinco grados de temperatura, en humedad permanente que ataca la piel… ¿Y cómo será todo eso? ¿Y cómo terminará?

Pudo impedirse, los mineros tenía el presentimiento de que iba a derrumbarse; la mina “llora mucho” dijo alguien (lo leí en algún lado, en referencia a los desprendimientos de rocas), “no quisiera estar en el turno en que vaya a asentarse”, dijo otro (y estuvo, necesitaba el dinero de un lugar donde otros no querían ir a trabajar).

Como en muchos otros actos se manipularon los datos, faltó una escalera para salir por una chimenea, faltó responsabilidad de los dueños, del personal jerárquico, de un gobierno que hasta se floripondió guardando la noticia hasta que pudiera darla el presidente en el campamento de familiares (cerca de la mina), y hasta gritó: ¡Viva Chile! ¡Carajo!

Por parte de los dueños se oyó: "no es hora de culpas", "una mina cerrada no da ganancias y puede quebrar". Si quiebra, se cierra; si cierra, mucha gente queda sin trabajo...


Entonces ¿no se cerró la mina llorona por una cuestión de ganancias? La vida de la gente ¿no cuenta en el lado positivo? ¿Es que somos descartables?


Y si son héroes o no ¿les importará a los mineros que están viviendo en esas condiciones, para que otros se apropien de su trabajo?

Y la vida es esto: un día la felicidad te hace creer que estás en el cielo, otros: el llanto, otros días: la risa, otros: nostalgias por los que no están, otros: las broncas, otro: un milagro nos devuelve la esperanza y otro: ya no estamos aquí.