12.9.10

Una mujer común

Ella era algo así como del montón, o quería pasar entre el montón. Se peinaba con el pelo tirante sujeto en un pequeño rodete, los pelos que se le piantaban desobedientes los sujetaba con hebillas o algún producto para tal efecto. Era como si en el peinado sujetara la rebeldía que no mostraba

Le gustaba cuidar a los retoños de su familia, hacer las tareas de la casa, por sobre todo cocinar; planificaba los recursos familiares como para que rindieran el doble, tal vez el triple (en comparación con lo que hacían otras personas).

No iba a hacer gimnasia porque prefería hacer ejercicio ocupándose de la casa, decía que era un logro triple, por un, lado gastaba algunas calorías, por otro, disminuía el colesterol y ahorraba la cuota del gimnasio. (Verdaderamente resultaba odiosa, cuando hacía este razonamiento)

¿Era una mujer de esas que califican como ama de casa?

Tal vez, pero a ella también le gustaba leer, estudiar, ir al cine, ver un poco de tele, escuchar música, también trabajaba fuera de la casa…

Más de una vez sentía que su manera de ser irritaba a algunas personas, tal vez alguien le disparaba un “¿por qué no vas a hacer algo que te guste?” (el ataque venía por el empeño en ocuparse de la casa).

- A mí no me molesta hacer las tareas de mi casa, a veces hasta me siento más que bien pudiendo hacerlas. El día que no pueda limpiar mi propia mugre, ese día no me voy a sentir tan bien- respondía.

Lo más irritante de esa manera de ser era esa “agresividad” pasiva, ese no contestar en el mismo tono que otros.

A veces intentaba compartir el “cómo hacía tal o cual cosa”; solo lograba que los otros se molestaran. Cierta vez alguien le contestó mal porque dijo:

“Dejé de fumar el día que vi a otra persona pitando un cigarrillo tras otro. Me pregunté ¿quién fuma a quién? Aplasté el cigarrillo que tenía en la mano en un cenicero y no volví al vicio. No quiere decir que no haya querido volver a fumar. Al principio sentía que si tocaba un cigarrillo iba a claudicar. Cuando empecé a sentir diferente el gusto de las comidas, el sentir más fuerte los olores… Esto y el ahorrar me ayudaron muchísimo.”

- Vos no sé que te crees, pero ni ahí que creo que fumaras.

- Sí, dos atados por día.

Era difícil de creer, tanto como otros ínfimos detalles.

Más de una vez le habían propinado: “Vos te crees perfectita ¿no?”

Era consciente de sus defectos (algo más para no creerle), decía que entre sus defectos el peor era que re-sentía todo. "Guardo en los archivos de la memoria esto y aquello, lo que me dijo, lo que no me dijo, lo que hizo y lo que no".

Y en los enredos de palabras pensó y dijo en vos alta “mejor me tomo un tiempo para hacer “x”, es mejor que crean que tengo cierta dificultad, no quiero que se enteren de cual es mi capacidad para hacerlo".

Parecía que no quería “mentir”, pero sintió que –a veces- era más saludable.

Escribió:

La sonrisa es el mejor maquillaje para una mujer, manda una señal saludable al cerebro.

Ella sonrío, mientras se dormía tranquila. Había transitado un largo día.