25.9.10

Más allá de los límites de tu casa…

fuera de la caverna

Desde hace algunos años veo como crece el consumo de alcohol entre los más jóvenes. Comenté hace unos años con algunas personas lo que veía, pero me dijeron que era una percepción pesimista, que era exagerada, que los hijos de ellos y que mis hijas estaban muy lejos de lo que yo estaba diciendo, que eran más los chicos que no abusaban del alcohol que los que sí y blablabla.

Cuando tiempo después leí las estadísticas, que se publicaban en los diarios, volví a referirme al tema, más allá de que esos adolescentes no sean mis hijos, que el 55% consuma alcohol en exceso es como para preocuparse, aunque alguien dirá “no hay que preocuparse, sino ocuparse”. Y me pregunto ¿qué puedo hacer?

Como docente a nivel secundario trato de insinuar el tema en las clases que puedo, pero sucede que ni bien deslizo un comentario sobre los efectos del alcohol es como si bajaran una persiana. ¡Claro! ¿Cómo una vieja mojigata puede entender lo divertido que es darse vuelta consumiendo alcohol los fines de semana? (los fines de semana + los días de vacaciones + los días de festejos x o zetas o los que den la excusa para beber).

Ni qué contar de los papis “pata” o “piolas” o pendeviejos, amiguitos de los hijos, permisivos al mango que los alientan en el consumo de alcohol. Y esto no es nuevo, a fines de los ’80 me alejé de una mesa donde un papá invitaba a las compañeritas de 5º año de su hija para que vayan a su casa, él prepararía los tragos como lo hacía siempre. Era la cena de egresados, no podía creerlo, era la única tonta que no estaba de acuerdo con la invitación y no podía abrir la boca, porque eso no era de mi incumbencia. No podía darle clases al padre de cómo comportarse con las compañeras de su hija.

Y mucho cuidadito con insinuarle a los papis que su hijito aparece con resaca en el colegio después de la previa, la reunión y el after.

En marzo del 2009, los festejos del fin de las vacaciones regados con mucho alcohol parecieron encender la voz de alarma, en Rosario. En una nota periodística (que guardé, gracias la lectura del diario vía Internet) leí “la preocupación de muchos padres y docentes, refuerza el recurrente debate sobre los límites y la responsabilidad de las familias”.

Según declaraciones del rector de un colegio religioso a la prensa la cuestión se deriva de “que los adolescentes no encuentran límites. Cualquier situación es motivo de festejos, y en esas celebraciones es infaltable la presencia del alcohol".

Y agregó:

"Esto es un problema de la familia y no de la escuela. Si yo le permito a mi hijo no dormir y pasar la noche bebiendo, como papá estoy haciendo poco. Debe haber responsabilidad de nuestro proyecto de vida. Por la mañana, es nuestra responsabilidad, pero durante el resto del día, es problema de las familias"

Escuché hoy a la tarde, en un programa de radio de la ciudad, a una médica que decía que los “boliches” que tienen capacidad superior a las mil personas deben contratar un servicio médico de emergencia y bomberos de guardia, además de contar con un médico que permanezca durante toda la noche en el local (esto se dispuso después del incendio y de las víctimas de Cromañón).

Presté atención y la médica en cuestión –psiquiatra ella- dijo que los casos de comas alcohólicos en adolescentes aumentan con las fiestas de egresados, que los chicos entre 14 y 18 años deberían ir con la credencial de la prepaga y llevar el número de la casa en el celular para poder comunicarse con los padres. Ella presta servicio en uno de los boliches de la ciudad.

Comentó que si se mandaban todos los chicos que tenían problemas derivados del alcohol y de las peleas al sistema público de salud, este colapsaría.

Agregó que muchas veces llaman a los padres y no obtienen respuestas, alguna veces se trata de padres de chicos de 14 años –en algunos casos- hay padres que preguntan “¿Es imprescindible que vaya? o señalan que no tienen dinero para ir, o no tienen el auto (textual del reportaje).

¿Y dónde beben alcohol los menores, si está prohibido venderles en los boliches?

La doctora señaló que en el trencito donde pasean antes de ir al boliche, algún hermano mayor o un padre -de esos que se dicen “piolas”- es el encargado de llevarles la bebida. La ingesta de alcohol en tan corto lapso hace que el hígado no lo soporte y las pruebas al canto a partir de lo que una profesional explica al periodista de La otra pata ­- radio Mitre- por la tarde.

De andar de lectura en lectura me viene a cuento un relato de Doris Lessing: “El Motivo” y me duele el final, esto no es ficción. Si no estoy viviendo en el fondo de la caverna esto es real y no creo en las sombras que se proyectan. Más allá de los límites de mi casa hay otras historias, historias que un día se mezclan con la mía y me duelen ellas por lo que son y por lo que me toca.

….

¿Qué habrá sido de tu vida Martín?