25.1.10

Línea de frontera cap. XI

Me cuesta escribir, lentamente el desgano como una hiedra de hojas grandes y gruesas me va tapando. Trato de cortar las raíces que me van aprisionando, me siento un árbol en que la enredadera va incrustando sus dedos y quitando la sabia.
"No te olvides, el cáncer es la enfermedad del resentimiento" me sentenció alguien; fue como para que me diera cuenta de que me puede pasar lo mismo que a mi madre y a mi hermana. Ya sé, no debo olvidarme de una de mis tías y de mi suegra.
No puedo tejer un texto novelando mi historia. Al proponerme escribir una novela familiar me parecía fácil, decía solo basta con anudar un par de recuerdos, de tejerlos o bordarlos (¡Ejem! eso porque achacan a las mujeres que escriben haciendo estas labores. Cuando las mujeres manejan un auto la mandan a lavar los platos, a las mujeres que escriben le endilgan el bordado y el tejido, no sé porqué no nos mandan a cocinar, será porque en esas lides los hombres dicen ser los mejores... Cierta vez critiqué a los políticos, alguien se sintió aludido y me contestó un correo -que no le había mandado- y con el tiempo me dijo "vos, seguí bordando").
Me pregunto qué niego, qué no quiero decir. ¿Será la bendita resistencia? Y sigo dando vueltas hasta que tropiezo con algo que escribí hace más de 20 años.

Una vez más deambulo por la casa inexistente, la luz blanca se filtra cargada de neblina, se animizan los fantasmas. La negrura de una pantalla contrasta con el tímido cursor que espera que mi mano pulse las teclas.
Acaricio las cortinas que flotan desde el techo hasta el piso, recorro las paredes, deslizo mis dedos sobre el mármol de la inútil chimenea, es hora de comenzar, digo.


La memoria tantea la forma de construir un camino,
significado primordial de ese volver al corazón
de aquello que lucha por prevalecer.
No se puede contar lo que ignoramos
tampoco aquello que nos deja sin palabras.
Tal vez, si fuera por allá, tomando cualquier atajo,
partiendo de determinado sitio,
tomar otra idea de tiempo
quizás rompa las costras del significado
y salga en esos sitios
de las puertas que no abrimos

Tal vez la muerte nos lleve a un espacio nuevo
o el lenguaje de los muertos nos devuelva el de los vivos.



Anochece. Llueve como en el sueño, como en el sueño, como aquella vez que se pierde y se acerca en el tiempo, como en en un país vecino o como en el lejano. Gota a gota la lluvia apacigua el dolor o lo expande y va hilvanando la vida.


Otra vez alguien pregunta la hora, miro el reloj del comedor, van a ser las diez. Nuevamente no sé qué hacer, revuelvo la biblioteca encuentro mi libro de geografía de primer año. El rito se cumple sin alterar los pasos. No importa la hora, sólo la lluvia.
Las hojas se desparraman en una amalgama de recuerdos, no son el relato de lo real, son esas cosas que se funden en un perfume, en una palabra, en un sonido y se libera en asociaciones. Me detengo en la hoja que marca el lugar donde dice que veinte soldados se mataron porque no soportaron la lluvia. Vuelvo a tener trece años, estoy en el colegio. Sonrío, a pesar de todo en este momento quiero no estar en este lugar.
-¿Le doy agua? me preguntan.
Asiento con la cabeza, qué más da a estas alturas.

Imagino a los soldados en otro cuento, están en otro planeta un hombre se ha muerto, de inmediato le brotaron plantas de su boca, nariz y orejas. Estoy descubriendo otra literatura de la mano de una estudiante, tengo veinte años. Me ausento del mundo en una red de palabras.


En la siesta mamá vestía de blanco. Fuimos de picnic, solas las dos por primera vez. Era la primera mañana de la primavera. A mamá no le gustaba salir de picnic; sin embargo, allí estábamos bajo los árboles. Yo podía llevarla en sueños. Ella, allí siempre tendiendo el mantel y sacando las cosas de la canasta. Creo que me vestí como a mamá le gustaba y como alguna vez quise vestir; pollera tableada blanca hasta la rodilla, cárdigan tejido del mismo color con rayitas rojas y verdes en los elásticos, zapatos abotinados y zoquetes también blancos. Era una hermosa mañana de primavera.

La lluvia comenzó a caer, menuda, tímida y creció hasta encharcarnos con violencia. Mamá se disolvía en el agua. Grité a mi hermano que jugaba detrás de la cortina de agua: “¡Vení! ¡mamá se nos muere!” Mi hermano no escucha, detrás de la cortina se ve también un alambrado, él es como un fantasma que no escucha. Nadie me escuchaba y todo mi cuerpo gritaba. Me ahogaba. No, no fue la lluvia la que me ahogó sino el llanto.

Sonó el teléfono y con el sopor de la fiebre y el sueño le contesto a mi hermano "Desde que volví estoy en cama, tengo fiebre", "No sé, decidí vos. Estoy lejos, no la estoy viendo, yo quería que viniera para aquí. ¿Qué opinan los médicos?
¿Qué puedo hacer desde aquí? Estoy lejos, tan lejos... ¿Querés que viaje?"

No volví a dormir la siesta, tuve miedo de volver al mismo sueño.
------

Y lo real fue parecido al sueño.


2 Comments:

Anonymous Sir William II said...

Amalia... Dolorosamente hermoso.
Como siempre, la leo. (A veces desde Bloglines..)

LE mando un abrazo enorme.

Sir William

26 enero, 2010 08:54  
Blogger Amy said...

Hola, Sir!
Tanto tiempo! ¿Para cuándo su libro? Ya lo puso a la venta. Tengo ganas de leerlo...
Un abrazo.

26 enero, 2010 15:16  

Publicar un comentario

<< Home