Línea de frontera Cap. X
Notas al final del cuaderno
Desde muy pequeña escuché que en los libros sagrados y en recopilaciones de tradiciones orales muy antiguas en el principio de todo, en los orígenes del universo “existía el verbo”. Verbo viene de Verbum = palabra. Para los judíos y cristianos Dios, creador del cielo y de la tierra, ordenó el caos y dijo:“hágase la luz”, “y la luz fue hecha”. Tal vez de aquí arranque mi pasión por la palabra, por esos puentes entre seres conscientes de su “separatidad”.
Así que coincido plenamente con quien escribió:
“No importa quiénes seamos, no importa donde vivamos, o lo que hacemos en nuestras vidas diarias, todos nosotros dependemos del uso apropiado de las palabras, para transmitir nuestros pensamientos y sentimientos. Cuanto más acertados y sabios seamos en el uso de las palabras, más eficaces seremos en la sociedad.
Cualquier actividad que elijamos realizar, puede ser mejorada si somos capaces de dominar la habilidad de comunicarnos bien.
Y diría que, en cualquier rol que cumplimos, la palabra dicha es como una piedra o una flecha que arrojamos y no podemos parar. Y me hace tener esperanza quien desde el islamismo escribió:
Las palabras pueden ser armas. Pueden herir, pueden humillar y pueden infligir mayor dolor que la violencia física. Pueden usarse las palabras para inflamar las pasiones, despertar el enojo, declarar la guerra y destruir. Pero tan poderosas como armas, las palabras también pueden sanar las heridas y pueden ser mediadoras de paz. Las palabras bien escogidas tienen un poder y una belleza que pueden proyectar el bien más allá del tiempo de una vida.
Por segunda vez en mi vida, como convidado de piedra, asistí a un volcán de pasiones, el dolor hizo expulsar lo peor de cada uno de los contrincantes. En la esgrima de palabras hubo heridas y aunque quise calmar los ánimos, terminé abrazada por cada brasa de esa lava quemante que fluía de la boca de un hombre y una mujer. Pero toda palabra puede encerrar mucho más, puede contener la insidia de (un) otro(s) escondido(s) en su propia escoria.
Bien escribió O. Paz: ¿Pero realmente hablamos nuestra lengua? Más exacto sería decir que ella habla a través de nosotros. Y hay quienes sostienen que somos seres definidos por el lenguaje, y no hablamos una lengua sino que somos hablados por ella. Hoy más que nunca creo que sería bueno tener la buena memoria del olvido y en lugar de mirar hacia atrás debo mirar hacia adelante.
Desde muy pequeña escuché que en los libros sagrados y en recopilaciones de tradiciones orales muy antiguas en el principio de todo, en los orígenes del universo “existía el verbo”. Verbo viene de Verbum = palabra. Para los judíos y cristianos Dios, creador del cielo y de la tierra, ordenó el caos y dijo:“hágase la luz”, “y la luz fue hecha”. Tal vez de aquí arranque mi pasión por la palabra, por esos puentes entre seres conscientes de su “separatidad”.
Así que coincido plenamente con quien escribió:
“No importa quiénes seamos, no importa donde vivamos, o lo que hacemos en nuestras vidas diarias, todos nosotros dependemos del uso apropiado de las palabras, para transmitir nuestros pensamientos y sentimientos. Cuanto más acertados y sabios seamos en el uso de las palabras, más eficaces seremos en la sociedad.
Cualquier actividad que elijamos realizar, puede ser mejorada si somos capaces de dominar la habilidad de comunicarnos bien.
Y diría que, en cualquier rol que cumplimos, la palabra dicha es como una piedra o una flecha que arrojamos y no podemos parar. Y me hace tener esperanza quien desde el islamismo escribió:
Las palabras pueden ser armas. Pueden herir, pueden humillar y pueden infligir mayor dolor que la violencia física. Pueden usarse las palabras para inflamar las pasiones, despertar el enojo, declarar la guerra y destruir. Pero tan poderosas como armas, las palabras también pueden sanar las heridas y pueden ser mediadoras de paz. Las palabras bien escogidas tienen un poder y una belleza que pueden proyectar el bien más allá del tiempo de una vida.
Por segunda vez en mi vida, como convidado de piedra, asistí a un volcán de pasiones, el dolor hizo expulsar lo peor de cada uno de los contrincantes. En la esgrima de palabras hubo heridas y aunque quise calmar los ánimos, terminé abrazada por cada brasa de esa lava quemante que fluía de la boca de un hombre y una mujer. Pero toda palabra puede encerrar mucho más, puede contener la insidia de (un) otro(s) escondido(s) en su propia escoria.
Bien escribió O. Paz: ¿Pero realmente hablamos nuestra lengua? Más exacto sería decir que ella habla a través de nosotros. Y hay quienes sostienen que somos seres definidos por el lenguaje, y no hablamos una lengua sino que somos hablados por ella. Hoy más que nunca creo que sería bueno tener la buena memoria del olvido y en lugar de mirar hacia atrás debo mirar hacia adelante.
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