2.11.09

Linea de Frontera. Cap. IV

Ivana no podía concentrarse en lo que debía hacer, murmurando andaba de aquí para allá. Como una adicta sentía necesidad de escribir, pero para poder hacerlo antes tenía que leer. Leer, no mucho. Un párrafo, una frase, un verso. Si lo que leía era disparatado, tanto mejor. Se producía una explosión en su cabeza, la palabra por sonido, grafía o significado le desencadenaba múltiples de asociaciones. A veces, abría un libro y saltaba de página en página buscando a tientas algo que la reanimara.
Nuevamente sentía la imposibilidad de decir “al pan, pan y al vino, vino.” Escribir le ayudaba a sacar esa sensación pegajosa que la envolvía, es posible que tuviera todo claro, pero no se animaba a expresarlo.
Después de revolver en su biblioteca encontró el método para que el enredo desatara las palabras , se entusiasmó y dudó entre escribir o leer. Leyó y mezcló lo leído con sus propios sentimientos; escribió: “sin duda no soy muy inteligente: en todo caso las ideas no son mi fuerte, tampoco la creatividad o la consistencia de los enunciado que emito. La opinión que se me opone me hace titubear. Me pregunto sobre la validez de mis ideas y sentimientos y si debo sostener mi opinión. Cada vez más siento la penosa inconsistencia, la fragilidad de lo que puedo comunicar. Mis rosas no florecen en un poema, mis jabones no hacen espuma en un relato. De todas maneras, para reemplazar la palabra ausente, tengo que balbucear, al menos, sobre mi relación con las cosas, con lo que me rodea…”
Un mensaje en su celular la había sido el disparador, sobretodo dos palabras de las que allí figuraban le molestaban: “ayudáme y hermana.”
El arte de amargarse la vida no es para cualquiera. Algunos tenemos predisposición para quedarnos aturdidos frente a un pedido y sentirnos mortificados ante la posibilidad de responder: No. Si me piden esto o aquello, me resulta difícil arrojar un no y liberarme de culpa. Lo peor es pensar si no me estaré cobrando aquello que percibí como ofensa o como deuda hacía mí. De nuevo escucho la frase de Juan y mi relación con el resentimiento, no puedo liberarme del sabor amargo que me produce cuando se acuerdan de mí solo para pedirme ayuda - la más de las veces material-. Muchas veces censuré mi NO por temor a que sientan que en lugar de corazón tengo una piedra (digo, metafóricamente hablando, porque ya se sabe: todo está en nuestra cabezota, el corazón y los pulmones trabajan juntos para llevar oxígeno a los tejidos del cuerpo. Esto debe ser algo de lo poco que recuerdo de anatomía. ¿A quién se le habrá ocurrido poner los sentimientos en medio de nuestro pecho?)

Y ahora de nuevo ¿a quién le pregunto para que me aconseje si debo contestar o no? ¿Debo mentir: "No se qué le pasa al celular, algunos mensajes no los recibo?" ¡Total! Tantas veces me respondieron eso. Por lo menos podrían llamar preguntarme ¿Cómo estás? Es verdad, yo tampoco llamo. Desde que me mintieron descaradamente no volví a llamar o a escribirles. Saben que no estoy bien… ¿les importará? Debería ir a psicoterapia y dejar de jugar con esta entidad, de tres dimensiones, llamada palabra. Tal vez, el nombrar me de el poder sobre lo que nombro.
De todos modos, voy a borrar el mensaje no vaya a ser que la tentación sea tan fuerte y respondo.
De todos modos, sentir que mi opinión y mi forma de actuar hoy es más válida que lo que solía hacer (el callarme la boca), me parece tan absurdo como afirmar que el rebuzno de un burro es más honesto que el canto del zorzal que anida en mi balcón.”

Ivana sonrió, ella creía en la terapia de la risa, creía que con solo una mueca bastaba para mandar una señal al cerebro y que su animo mejorara.
“Tal vez mañana logre ordenar este decir que se desdice y me perdone mis broncas, mis exabruptos y mis ganas de mandar al palo mayor de la nave al autor del mensaje. Sí, tal vez mañana la memoria recuerde el beneficio del olvido.”