15.7.09

Un día de sol

Suelo sentir que cuando todo está bien es un día de sol, cuando las cosas se ponen tristonas digo o pienso “día de lluvia”. Me puse a pensar en que a mí no me disgusta la lluvia, además siempre reconocí la ventaja del agua de lluvia como lo que favorece las cosechas. Viví mi niñez en un lugar donde el río desbordaba por deshielo y no por lluvia. Recuerdo que aspiraba con placer el olor a tierra mojada, era un alivio para la tierra reseca, para mis pulmones, para las amas de casa que se desesperaban ante el viento que invadía las casas con fina tierra.
Y poco a poco ciertos días de lluvia se asociaron a recuerdos tristes y en un curso de calidad de vida me regalaron “mensajes para los días de lluvia”.
Y de esto y aquello, uno se nutre de marcas que quedan almacenadas y clasificadas en un archivo inconsciente.
Y de “pálidas” de un lado y del otro, el lunes llamó mi hija más pequeña y noté en ella el llanto. Le pregunté alarmada qué pasaba y me dijo “mataron a un compañero del trabajo, el fin de semana. Acabo de venir del entierro”. Luego me contó que se llamaba Sebastián, que era un buen tipo, que ella hablaba y bromeaba con él durante los descansos en que podían cruzar palabras más allá del teléfono. Lo atacaron cuando llegaba a su casa con la novia, tiró la llave dentro de la casa y cerró la puerta. Los ladrones al ver que no podían entrar lo mataron. Todo hace suponer que quiso salvar a la familia.
Y nos juntamos en casa, sin decir palabra sobre el hecho y poco hablamos de otros temas que nos sacuden. Una a una se sumaron las cuatro hijas y los dos nietos, hice bizcochitos y dulce, tomamos la merienda. Nos dimos un abrazo, hablamos de esto o aquello.
Imaginé que había subido a un tren y uno a uno había ido tirando los paquetes que me pesaban. Un martillito golpeaba mi cabeza una y otra vez con “disfruta el día”, “disfruta el día”, “disfruta el día”. Una sonrisa, una imagen que llega a mi cerebro y que parece cambiar la química de mi ánimo. Y no fue para mí sola. Al día siguiente una de mis hijas me mandó un mensaje de texto que decía “¡qué hermosa tarde pasamos ayer!”. Ya no miré si había nubes o si había sol, simplemente sentí el calorcito y la luz que me faltaba cuando estaba en la oficina hace ya más de cuarenta años.
Acostumbrada a ver la luz del día por la ventana, cuando empecé a trabajar en una oficina que daba a un hueco entre dos edificios ni me enteraba si había sol, si estaba nublado o si llovía porque el aire acondicionado o la calefacción determinaban que las ventanas estuvieran cerradas.
Mi amiga Victoria, ante mis comentarios sobre el agujero en que me confinaba la empresa de capitales italianos, me llamaba por teléfono y me decía “salí a comer o andá a la plaza. Hay sol”
Y me iba con un sándwich y un yogur a pasar una hora en la plaza, de espalda a la avenida miraba las palomas, las palmeras y fantaseaba que estaba en otro lugar.