16.2.09

VACA – CIONES


Ocho días es poco, poquísimo, diría yo, pero ¡PIOR ES NADA!

De vuelta a la ciudad, al ruido, a si hago esto o aquello… Que los horarios, que si me pagan lo atrasado o no, que si la suplencia se terminó, que si llamo o no, que si les digo: “hasta aquí llegó mi amor, mi paciencia...” ¡En fin!

Como para empezar a ponerme en la rutina subimos al ómnibus que nos traía de regreso y un par de niñas se sentó en la primera fila del piso de arriba, sin ponerse los cinturones y, como si fuera poco, paradas mirando hacia atrás. No pude con mi genio y les dije que era peligroso, que si el micro frenaba se iban a ir contra el parabrisa. Vino la mamá y les dijo algo por lo bajo, supongo que era “no le hagan caso” y dijo en voz alta “este lugar está buenísimo, hasta me voy a quedar yo” (por supuesto, que esos asientos no eran los que les habían adjudicado). Las niñas se pasaban de una fila a otra por arriba, corrían de adelante hacia atrás y a la inversa, soplaban un “pito” que tenían en el borde de la boca, una frenada y se lo tragaba. A estas alturas no di recomendaciones, recordé que en otra línea de transporte pasaban un video y el asistente de viaje pasaba revisando que todo estuviera en orden. ¿Los choferes? ¡Bien! Gracias que manejaban entre 95 y 100 km por hora, cuando la máxima velocidad permitida es 90 (¿por qué puedo precisar la velocidad del transporte? Porque a mi maridito le regalaron un GPS y lo podía usar tranquilo por 1ª vez). En un momento una de las niñas se cayó del asiento y se lo comunicó a la mamá diciendo que no había llorado y se había largado a reír, la mamá le festejó con un “Así me gusta. Diviértanse”.

Las niñas se ponían pesadas, yo deseaba que subieran los verdaderos ocupantes, bueno, 60 kms después, así fue. Pero en el manejo de los espacios, en el comportamiento de esas preadolescentes y la intervención de los padres se me pegoteó un sabor amargo.

Cuando subió la pareja a la que correspondían los primeros asientos, las niñas se hicieron las distraídas, salieron porque les dijeron “A ver si se sientan en sus lugares, estos son nuestros”, pero ellas se sentaron en la 2ª fila, justo delante de la nuestra (tampoco eran sus asientos).

Comencé a arrepentirme de haber optado por el último horario del transporte, quisimos aprovechar el domingo hasta última hora y pretendíamos dormir en el micro. Quería hacer con las niñas un amasijo. Subió una nueva pareja y miraban de aquí para allá buscando sus asientos, hasta que les preguntaron “Ustedes ¿con quién están? ¿Sus padres? Y las niñas como si nada, esperando que las dejaran allí, hasta que le preguntaron por sus pasajes y la madre hizo una seña para que se fueran al fondo.

Terminado el episodio de las niñas el ronquido de un pasajero era como un par de sierras cortando troncos en una selva…

Así, de un cachetazo, se terminaron ocho días hermosos de sol y playa.

¿Y lo de Vaca – ciones? ¡Ah! Eso es porque comí más de la cuenta, eso que no fui a la chocolatería ni a comer en restaurante.