¡¿A quién le ganaste?!
Me pregunto ¿Por qué me dejo seducir y dejo que los alumnos presenten los trabajos que realizamos en clase? ¿A quién le ganaste? (insisto) Como si la vida fuera un juego de competencias enhebradas en un hilo, como si formaran un collar con cuentas de vidrio. Chirolas de la vida, abalorio inservible al final de una escalera.
Y subí por la vida a los saltos disimulando deslices, barajando equívocos, despistándome frente a la información inadecuada. En un intento de seguir jugando la misma mamo me aterro de haber incorporado el concepto de apuesta, de juego de barajas, de timba de tahúres, al desarrollo de mi existencia.
No me animo a pedir nueva carta, porque no sé jugar, porque no sé cómo cantar nada del truco, del juego de mentiras (aunque termino mintiéndome). Las señas falsas me hacen entrar ante el que se fue de “pesca”, me achico ante cualquier baraja por ignorancia de flores, trucos y envidos. De una me bloqueo, abandono el partido.
Alguien me dio la espalda, esquivó el saludo. Debió molestarle que no estuviera lo suyo. Tampoco yo intenté un acercamiento.
Así, frente a la exhibición de trabajos en la esuela, me sentí tan fuera de lugar que añoro el perfil bajo, “jugar de callado” o irme al mazo.
En esta tarde gris, como dice el tango, lo que valió la pena fue alguno que otro reencuentro cargado de afecto. Esa niña que me abrazó y que sentí que está zafando de la muerte.
Al final me sonrió y me dijo “ahora como, estoy comiendo un maní”, ese diminuto grano, que tomó de la bandeja de la obra de teatro, para ella era algo extraordinario. Me costó imaginarla internada, recibiendo el alimento a través de una cánula y una aguja en esos brazos descarnados. Y la abracé tan fuerte que temí quebrarla, le pedí que se cuidara. Está tan pequeña, tan delgada… y sé que: salvo mi afecto, no puedo darle más.
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