22.9.08

190.224.111.x sin nacionalidad identificada

No podía creerlo, consultó el saldo y sí, era ese. Esa cuenta le pertenecía. Dudó. No recordaba haber abierto esa cuenta. Sintió un extraño malestar. Preguntó por el gerente del banco le informó que los fondos venía por transferencia desde otro banco que a su vez… Volvió a preguntar ¿Cuánto hace que tengo esta cuenta? No podía creerlo. Era más o menos la cantidad necesaria para la compra del departamento para su hija. Desde un lugar inexplicable sentía el deseo de decir “Hay una equivocación. Esta cuenta no me pertenece”. Dijo que quería indagar sobre el origen de los fondos. El gerente la miró con una sonrisita que le hizo más evidente su malestar ¿Cómo tenía una cuenta con cien mil dólares y no sabía de dónde venían? Además, el dinero le era depositado rigurosamente todos los meses desde hacía más de un año.
Volvió a su casa, se miró al espejo. Algo no estaba en su lugar. ¿Estaría loca? ¿Qué tornillo se le había aflojado? ¿Cómo podía ser que hubiera abierto una cuenta y no se acordabacuándoniporquélahabía abierto? ¿Quién depositaba nueve mil dólares en esa cuenta todos los meses? ¿Ella no estaría vinculada con los...? ¡No! Ella ni drogada podía llegar a algo así. Le mostraron un papel con su firma registrada, no había error en el número de documento. Salió aterrorizada.
Sin demora marcó el teléfono de la psicóloga y le pidió una cita con urgencia. La psicóloga trató de demorar la consulta. Ella rogó. Acordaron una cita a las once de la noche de ese día. Se tomó un té de tilo fuerte, no le alcanzó; fue hasta la farmacia y compró un ansiolítico de venta libre. Tenía ganas de fumar. Hacía quince años que había dejado el cigarrillo. Pasó por el quiosco y compró una cajita de chicles. Masticó hasta que le dolieron las mandíbulas. De vuelta en su casa se puso las zapatillas y se fue a correr. Hacía mucho que no lo hacía. Cansada se sentó en el pasto. En su vida había aparecido un tiempo no registrado ¿sería una de esas ausencias de…? No, no era eso. Estaba segura.
Cuando llegó al consultorio Susana la hizo pasar. Estaba seria, distante, la miraba como queriendo decirle “no hables”. Le contó lo de la cuenta. “Lo peor es que llegó a la suma para comprar el departamento para mi hija; es lo que había pedido para el crédito, pero no me atrevo a hacer la operación. Tengo miedo. Mi desesperación por el departamento me lleva a olvidarme de lo otro, de cómo abrí la cuenta, cuándo. Casi ni me importa si se trata de una ausencia, si tengo algún problema psicológico o neurológico serio…”
Susana se movía demasiado en el sillón, Ella se dio cuenta y preguntó ¿Pasa algo? Susana respondió “No. No. Estoy cansada nada más”. Pero con el dedo le hizo señas que callara.
Le aclaró que iba a hacer una interconsulta, que no sabía lo que le podía estar pasando. Que no podía decirle más, que lo irían averiguando paso a paso.
Le pidió la tarjeta de la prepaga y miró el número, le hizo firmar la planilla de la consulta y le dijo que seguirían el miércoles de la semana próxima. Iba a protestar, pero Susana volvió a hacerle un gesto de silencio. Le dijo que la iba a acompañar hasta la puerta de calle porque el portero ya no estaba.
En el pasillo le aclaró “estoy bajo vigilancia, hay algún aparato en el consultorio por el que se enteran todo lo que allí sucede. Sos una de las personas vigiladas, quieren implicarte como informante. Tu identificación es 190.224.111.x -sin nacionalidad- coincide con tu tarjeta, transferí el dinero, comprá el departamento y desaparecé por un tiempo. No escribas, no digas algo que te pueda comprometer.”
Ella dijo simulando estar disfrutándolo:“Es como estar dentro de 1984, el Gran Hermano, el ojo que todo lo ve, me vigila”. Susana preguntó qué era eso del Gran Hermano, ella sonrió. No entendía porqué le había tocado a ella. ¿Qué tenía que ver si decía o escribía algo? Después de todo ¿quién leía sus insulsos textos? ¿A quién había molestado con eso? Seguro que se trataba de una equivocación. “El ser está en la palabra, el ser es en el lenguaje. Ella sólo era un entramado de palabras, una existencia de lenguaje.” Tal vez, solo tal vez, la utilizaban para atemorizar a los que sí eran peligrosos e inasibles.
Llamaría al escribano para que hiciera los papeles, le diría a la empleada de la inmobiliaria que le habían otorgado el crédito. Pediría escritura inmediata y se iría. No sabía bien donde, pero debía ser lejos. Tal vez no tuviera tiempo, tal vez terminaría como el personaje de Brazil ausentándose dentro de un chaleco con muchas tiras.

.....
Continuará

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