31.8.08

Una Emily sin flores

A Emily, en oposición al significado de su nombre, todo lo que le decían parecía dolerle por años. Aunque, cierta vez, intento darnos otra pintura de sí misma. Fue cuando discutimos sobre el futuro, dijo:“ustedes se duelen porque les va a faltar el porvenir; piensen, sin embargo, que anteriormente a ustedes hay un tiempo infinito. Al nacer, por ejemplo, ¿nos importa el tiempo del origen del mundo, de las Pirámides, la caída de Troya o la fundación de Cartago? Hemos perdido el infinito pasado ¿por qué sentir dolor por el infinito futuro? Creo que era una cortina para no decir lo mucho que le dolía la incertidumbre del futuro, sobre todo el de su descendencia. Hay un par de anécdotas que nos dan una idea clara de quién era esta mujer entre tantas otras. Estaba harta de que la catalogaran de rígida, cerrada, escrupulosa, obsesiva de la limpieza, metida, consejera sin que se lo pidieran, etc. etc.

Una vez, alguien estaba haciendo una torta y ella le aconsejó “hablandá la cobertura porque te va a quedar muy dura para…”. No llegó a dar las razones de su consejo que la otra persona le respondió “la torta la estoy haciendo yo”. Se calló y salió de la cocina, sin decir una palabra. Cuando llegó el momento del postre la cobertura de chocolate se había endurecido como correspondía y la torta, rellena de frutas, se desarmaba por la presión que se hacía con el cuchillo. Por supuesto que ella no dijo nada, le pidieron auxilio para cortarla y lo hizo con maestría, sumergió el cuchillo en agua caliente cada vez que cortaba un trozo.”El silencio –decía- es la mejor manera de decir ¿Viste? Yo tenía razón”.

La otra cosa que recuerdo es la discusión de lo que va arriba y lo que va abajo. Ella sostenía que lo que se apoyaba en el piso no debía ponerse en los escritorios, mesas, mesadas, etc. Decía: “Sobre todo en una ciudad grande donde la gente pisa las veredas sucias con caca de perro y luego contamina todo con la suciedad pegada a los zapatos, deberíamos aprender de los japoneses, etc. etc.” Un día un conocido le dijo “no sé como te aguanta tu marido”. Ella se guardó de contestarle “porque es lo suficientemente abierto como para entender mis razones”. Calmada le pidió en mi casa no pongas la mochila en la mesa; en la tuya, hacé lo que quieras”.

Tiempo después, estaban en la casa del susodicho. Todo el mundo ponía bolsos, carteras, mochilas sobre la mesa. Y lo que más aborrecía era que el gato se paseara lo más campante por todos lados, sabía que cualquier observación que hiciera sobre el tema le iba a valer un mordisco de comentarios y calló. Cuando llegó la hora de comer, ostensiblemente el dueño de casa limpió la mesa y puso un mantel “para que no se contamine la comida”. Emily no dijo nada y se quedó al lado de la mesa ojeando un libro, mientras una de las mujeres fumaba en el balcón y hablaba por teléfono. Cerca de la mujer estaba el gato de la casa, revolvía el tacho con las piedritas, según ella las piedritas estaban bastante sucias por cierto. El gato entró, se subió a la mesa y saltó al mueble cercano. El dueño de casa trajo pan, salame y los platos; puso todo sobre el mantel. Emily iba a decir lo del gato, pero se calló. No aceptó comer el pan ni el salame que le ofreció (eso que a ella le gustaba mucho un sándwiches de salame). Cuando le estaban haciendo bromas sobre sus rarezas entró la mujer del balcón y gritó ¡el gato subió a la mesa con las patas sucias de caca!

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1 Comments:

Blogger El Mostro said...

Pobre Emily, debe sufrir bastante.

Besos mostros.

02 septiembre, 2008 14:43  

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