22.7.08

Pedacitos de tiempo

- Fui al médico…
- ¡Ah! ¿Y qué te dijo?
- Que tengo poco líquido amniótico, que va a adelantar la fecha de parto. Voy a cesárea…
Y continuó con ello mi “niña”, aunque ya no importa que esté terminando la década de los ’20, en el tono de la voz y en algo de lo que decía se notaba angustia y tristeza mientras volvía sola a su casa en el colectivo.
(…)
- ¿Querés que vaya a hacerte compañía?
Qué no, que no sé, que más o menos… cortó, volvió a llamar, cortó. Volvió a llamar ¿qué querés que haga? (Porque si voy, así como así, de sopetón, me convierto en madre invasiva. Pero, entonces, me siento que doy imagen de distancia, de no decir, de convertirme en un cubito de hielo o de nada). Volvió a cortar y volvió a llamar ¿Querés venir a tomar unos mates? Ya estoy llegando. Y salí corriendo para el otro extremo de la ciudad. (Bueno. ¡No tanto! 7 kilómetros nos separan, nada más, o sea = 70 cuadras.) Busqué un par de cosillas para hacer durante la tarde, tenía que corregir y llenar planillas, abrigo, dinero y un paraguas, en 15 minutos estaba lista. Cuando llegué a la puerta de calle llovía bastante fuerte, la calle llenita de agua de vereda a vereda. Los taxis parecían no existir, el remisero de la esquina ¡Bien! ¡Gracias! Seguro que no tenía ganas de mojarse.
Así, a las corridas, un poquito mojada llegué unos cuarenta minutos después a ver a mi hija que estaba en la casa de la abuela de su marido (Mau, como dice Nico). Estaba la abuela, más una tía, luego en distintos tiempos vino la mamá de Mau con Nico, el abu Hugo, el abu Pupú, la prima Yamila… hasta que llegó el futuro papá y partimos de regreso.
Hoy acompañé a mi niña de nuevo al médico, sonrisas, angustias, mieditos… la dulce espera continúa, fecha límite 14 de agosto, cesárea programada para ese día. ¡Epa! Ese día cumplimos con el abu Pupú un montónazo de años juntos. Mi niña dijo “me voy a ahorrar el regalo de aniversario” y reímos.
Escuchamos el corazoncito de la gorda, late a toda velocidad… El médico le dijo que tiene que descansar, que no vuelva a trabajar. Almorzamos juntas en el centro de la ciudad y volvimos a la casa de la abuela Alicia.
Ella estaba contenta de tener a su nieta política en la casa. Siento que mis dos hijas la quieren como a la abuela que no pudieron disfrutar. Ella había preparado manzanas al horno que le ofreció a media tarde (porque una mamá tiene que estar bien alimentada), luego le sirvió la merienda con leche y galletitas… Ella, la bisabuela de Nico, la abu Alicia, la que estuvo en la guerra (relato que fue mechando entre las tareas de la casa y mis preguntas). La abu Alicia que supo del hambre de una guerra, en un pueblito cercano a Salerno, le ofrecía con una sonrisa mimos y cuidados a mi hija.
Esa imagen fue un cierre perfecto para abrir las puertas de mi sonrisa.

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