18.10.07

Un día de tantos

Ayer fui al oculista para que me dieran la receta por dos pares de anteojos. Mi nieto cumplió con su labor de niño y le destrozó la patilla a los que venía usando. Antes de que la cosas se compliquen con el par viejo (rayado y una patilla doblada de tal manera que no me atrevo a enderezarla para que no se rompa). No tenía turno y me avisaron: tiene una hora y media de espera más o menos. Ya estaba allí y no iba a volverme sin mi receta, para la espera me había llevado un libro y el tejido del pulóver de Nico para cuando me aburriera de leer. Empecé a leer pero luego me hipnoticé con las noticias que pasaban por la tele. Presté atención al caso del camionero atacada por un piquetero desaforado y criminal y a lo ocurrido a Camila. Escuché los testimonios de los “amigos” de la adolescente, la reticente información por parte de la escuela, las declaraciones del padre, las notas sobre el descontrol de los chicos en los boliches. Cuando salí del hospital de ojos me fui a ver a mi nieto, necesitaba esa dulce caricia plasmada en un ¡hola! en un “ma - ma” para que me siente a su lado, en el jugar en el piso, el abrazo, sus enojos porque le doy demasiados besos.

Camila no se fue de mi cabezota, me perseguió sin tener ni idea de cómo era física y mentalmente. ¿Cuántas Camilas se necesitarán para poner remedio al promocionado descontrol? Recordé una fiesta de egresados en que escuchaba como un papá se hacía el compinche de las compañeras de colegio de su hija y aludía –como si fuera una gracia- el gusto por el alcohol de los chicos que iban al colegio. Hacía bromas, les decía que en la casa había tal o cual cosa para el festejo. No digo censurar, pero ponerse a la altura de los adolescentes, hacerse el amigo de los hijos no me parece. Cada cual en el papel que le toca jugar en esta divina comedia de la vida.

Ha pasado mucho tiempo desde ese día. No fue la última cena de egresados a la que asistí. La última cena en el colegio de Villa Celina fue en el ’91. En marzo renuncié, ni el cura representante legal del colegio ni la rectora gozaban de mi respeto. Aquella decisión fue como si hubiera saltado de la sartén directamente al fuego. En el nuevo colegio las cosas fueron peores.

Ahora cada vez que insinuó algo sobre la manipulación de los medios, el marketing y las etc. sobre los adolescente, el suicidio encubierto, el aumento del consumo de alcohol, droga, cigarrillo y algo más… los niños se ofenden, los padres si se les dice algo a los “niños” consideran toda referencia inapropiada, no hay que juzgar dicen desde otro lugar, porque se trata de “enfermedades”. Con los valores no hay que meterse.

El caso Camila me quitó el sueño, me pregunté y me sigo preguntando en cuánto soy cómplice del sistema, en las peleas que tuve con mis hijas por la puesta de límites, en la forma que las veo hoy y siento un poco de alivio de no haber cumplido tan mal con mi tarea de madre. Lo hablé con la rectora, con la preceptora que está haciendo su tesis sobre Suicidio adolescente en Argentina. Le comenté sobre las formas encubiertas de eliminación en los adolescentes, en una sociedad sin normas que genera conductas de autoeliminación, de las declaraciones del padre “ella no tomaba alcohol, tuvo un edema pulmonar, ese es el informe de la autopsia.” Al final me salió algo así como: Siento pena por la chica, pero más pena por la falta de generosidad de un padre que niega lo que hizo la hija. Tal vez si asumiera la conducta de la hija y la propia se podrían salvar otros chicos. Esto no es nuevo, este “virus” está extendido. Entiendo que no es fácil hacerse cargo de lo ocurrido.

Hoy escuché al rector del colegio (católico por cierto) e hizo referencia al comercio que se hace con los chicos, del ejemplo que dan los mayores, de los valores que se transmiten. Un periodista lo interrumpió preguntándole ¿qué se hace desde el colegio? Y remarcó: porque este no es cualquier colegio. El rector con profunda tristeza dijo “no tenemos que olvidar la responsabilidad que cabe a quienes debemos controlar, la responsabilidad que tenemos como padres.” Se lo veía mal. Me invadieron los recuerdos con alumnos y padres con problemas.

Pero el día trajo una sonrisa, un hombre de 84 años, un ingeniero que sigue trabajando con el amor y la esperanza en el tratamiento de residuos sólidos, en la recuperación de materiales, vino a dar una charla al colegio. Como parte de la campaña de marketing ecológico que estamos impulsando con alumnos de 5º años. Nos habló de la contaminación, del tratamiento que se le debe dar a la basura. Mis alumnos me dijeron “se enamoró del abuelo de Agus”. Más quisiera yo llegar con esa lucidez a esa edad y seguir trabajando como lo hace él.

La rectora del colegio se ofreció acercarme a la óptica donde iba a encargar mis anteojos mientras hablábamos del caso Camila, los alumnos en general y algunos casos en particular. En la óptica el día me dio una segunda oportunidad de conocer a alguien diferente. Una mujer que pasa sus vacaciones en pueblos indígenas. Me contó del valor de los ritos, del valor de la palabra de los ancianos, de las costumbres, de lo mucho que le costaba volver a la ciudad. Nos pusimos a charlas, nos despedimos con afecto. Llegué a mi casa liviana, dispuesta a soportar los ruidos de los martillazos sobre las paredes, los pisos, los caños, los materiales arrojados por el balcón… Aunque sé que hay una pérdida de agua y el resultado va a ser que tengan que levantar la mesada de mi cocina (con probabilidad de que rompan el granito) y cambiar los caños empotrados en el piso. Es octubre, el 31 se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Mariano y Julia, esos dos alumnos que me cambiaron la vida.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muchas, pero muchas veces se me ocurrió dejar todo lo gris, metalico e histérico de esta ciudad e irme al interior, a vivir en algun pueblito donde se pudiera ayudar a la gente que lo necesite. Cuando los afectos no me aten más a esta masa de bloques cada vez más parecida a un homiguero, las dudas serán menores.
Saludos
Sir

19 octubre, 2007 08:51  
Blogger Noelia said...

tía, hoy cuando escuché la noticia de esta piba me acordé de vos. no me preguntes x q. será x q hablaban de la responsabilidad de los colegios y tu rol como profe.

lo cierto es que este debate sobre el descontrol de los adolescentes es abosolutamente transversal a todos los adolescentes de la segunda mitad del siglo XX.

yo vivi una adolescencia feliz, y también vomité en alguna maceta, soy una adulta sana, además. creo que a los padres les asustan los hijos y son ellos (los padres) los que deberían sentarse a pensar qué de la conducta adolescente de sus hijos los descontrola. a ellos, a los padres.

lamento mucho la muerte de la piba, pero un discurso sobre la represión no me parece oportuno ni acertado.

opiniones de alguien que no tiene hijos pero sí sobrinos.

19 octubre, 2007 12:15  

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