29.10.07

Un centón de silencio

Había una vez una mujer que gustaba de hablar. Cierta vez un conocido circunstancial le sentenció: Solo los locos dicen todo lo que piensan. La mujer no sabía si tal afirmación era verdadera, no discutió. Tenía en mente aquello de “los niños, los locos y los borrachos son los únicos que dicen la verdad”, era consciente de que no era niña ni alcohólica, pero decía que tenía mucho de loca. La mujer pensaba que era importante decir, comunicar el mundo interior al mundo externo. Sabía que había formas y formas de decir. Por ejemplo, el cine era una forma de decir. Una película de Akira Kurosawa, Rapsodia en Agosto, le enseñó que se puede conversar en silencio. Tal vez, ese era un modo de recuperar el sentido desusado de vivir, habitar en compañía de otros o de tratar, comunicar y tener amistad con otra u otras.
Los retoños de su vida habían perdido el valor que había aprendido, cuando niña, sobre los ancianos. Todo había cambiado. Miraba a la gente y no los entendía del mismo modo que ellos no la entendían. Había cortocircuito entre ella y los jóvenes. Los valores como el respeto hacia el otro, el trabajar para participar de la obra creadora de Dios, el estudiar para aumentar las entendederas y no sólo para hacer dinero, escuchar a los mayores, el aprender de quienes tenían experiencia eran obsoletos, casi tanto como las máquinas que cambiaban todos los días con botones y funciones diferentes. La mujer anciana percibía que la cultura de los objetos se había trasladado a las relaciones entre las personas. Lo descartable era aplicable tanto a las personas como a los envases, las jeringas, los vasos, los cubiertos, la ropa y todas las otras cosas.

- Perdone usted que corrija, pero ¿no conviene abreviar y utilizar la palabra etcétera?
- Sí, es probable que tenga razón, pero a mí me gusta más la traducción, el significado ¿sabía usted que dentro del propio idioma se puede traducir?
- No tengo totalmente claro lo de la traducción porque todo traductor puede ser traidor.
- Sí, sí. Dejemos eso para otro momento. Yo estaba contando sobre una anciana que creía que debía comunicarse con el mundo.
- Siga usted.

Así la mujer fue prestando cada vez mayor atención a lo que la rodeaba, ella decía no comprender los signos. Quizás, no era así. Conjeturo que ella no quería aceptar lo que veía, le costaba no juzgar con dureza la conversión de los seres humanos en una especie de zombis o de máquinas a control remoto. Le costaba moverse en la permanente elección entre una manteca condimentada con especias, con sal o sin sal, con grasa o sin grasa animal, de primera o segunda marca. Porque ella decía que ir al supermercado era un laberinto de productos que demandaban un esfuerzo intelectual producto de la manipulación de especialistas. Era otro de sus problemas de comunicación, la humanidad había vivido siglos sin tanta chuchería ¿no sería bueno compartir con los que no tienen en lugar de las orgías del derroche?
Ella quería ir comprar lo elemental y regresar a su casa, saborear la sencillez de la vida y de un pequeño jardín de aromáticas y verduras en el fondo de su casa. Recordaba al señor Palomar observando el césped y la descripción de cuidados y la combinación de variedades de pasto que había que sembrar. Ella no tenía ese problema. Ya no explicaba a nadie porque no cultivaba flores, si le hacían la pregunta sólo sonreía. Se fue dando cuenta que esa cuestión era solo parte de la función fática del lenguaje y no eran niños los que la hacían, no tenía sentido contestar.
La mujer fue saboreando cada día una pizca más de silencio hasta perder el gusto por hablar o escribir. Creyeron que se había quedado muda, pero uno de sus vecinos dijo que le escuchaba tararear una canción que le habían enseñado cuando niña.
No podían precisar cuando dejó hasta de saludar. Los ¡Hola! ¡Buenos días! O ¡buenas tardes! ¡Qué tiempo loco! ¡Nos vemos! y “hasta mañana” se transformaron en un movimiento suave de su mano, en una sonrisa triste, en una mirada acuosa.
Dejó de lado los cacharros de la cocina, apenas si lavaba frutas y verduras para comer. Ella que gustaba de cocinar para sus amigos o familia dejó de regalar sus panes, sus tortas o sus dulces. Alguien le preguntó por una receta de cocina y le acercó un viejo cuaderno escrito a mano. El gesto fue de ¡llévatelo! Salió de la casa, arrastró una silla hasta el jardín de las aromáticas y verduras, la colocó en el centro y allí se quedó para siempre como si fuera una más.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muchisimas veces, nuestro jardin (real o no)es el mejor de los mundos posibles.


Me gustó mucho.

29 octubre, 2007 17:22  
Blogger Amy said...

A mí me gustó encontrar el título, el resto es provisorio, debería trabajarlo más, pero...

29 octubre, 2007 23:22  
Blogger fractal said...

Ah, inigualable silencio del reino vegetal!!
Realmente, el título es magnífico.


Significativo hoy, el silencio y el recuerdo a C. Fuentealba.

30 octubre, 2007 07:19  
Blogger Amy said...

Hola, Frac. Hay veces que el silencio es lo único que puede llenar el espacio que no se puede con palabras. A mí me cuesta ser breve. La palabra "centón" me gustó porque se la puede "traducir" en tres sentidos más el juego fonético de su homófona.

30 octubre, 2007 16:29  

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