16.10.07

Epidemia

Hace un tiempo desapareció el nombre de mi blog del margen de otros blogs. Fue un indicio pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro, que cobran existencia y me miran desde el blanco de la pantalla. ¿Será posible? ¿No hay palabra que no me sugiera otra y otra, y otra, y otra hasta vaya uno a saber dónde? ¿Por qué tuvo que aparecer el comienzo de un libro leído a mis trece en el momento que escribí “pequeño”? En verdad pensé en liviano y partir de allí asocié menudo, ligero, frágil, sutil, tenue, incorpóreo, blando, algodonoso.

Toda palabra es signo ¿o más de un signo? ¿No es que cada una remite a un significado? ¿Se trata de asociaciones paradigmáticas o de intertextualidad? ¿Intertextualidad = cita, alusión o plagio?

Vivimos atravesados por los signos y el lenguaje. Hacemos uso de ellos sin reflexión alguna. Salvo los buenos escritores, casi todos actuamos como conductores torpes e insensibles, superponemos códigos en un horizonte que impulsa hacia el vacío de sentido. ¡Basta! no era de esta sensación de vértigo que me producen las nuevas tecnologías, la comunicación, la sinonimia y las etc. de lo que quería escribir.

Decía que tuve la leve sospecha de la fragilidad de mi existencia. De ser un nombre registrado en algún lugar del ciber espacio, blogosfera o “lu qui” sea.

Cada día sentí un poco más esa cuestión de que ese nombre en un blog era un texto, un texto semejante a la lapicera de la discusión en esa clase que trazó un línea divisoria en un antes y en un después. Pero ¿todo empezó allí o a comienzos de los ’80? Esa primera vez en que escuché “somos como un coro polifónico repitiendo las palabras de lo que leímos, lo que nos dijeron y lo que escuchamos por azar.” Miré fija a mi interlocutora y me sentí una página mal escrita, tenía ambiciones de llegar a más. No tenía aún claro lo de ser como la lapicera.

¿Qué que estoy diciendo? Aclaro, en una clase de se semiología o semiótica (resulta que el primer problema en esa materia ya era el nombre que la designa) se pusieron a discutir sobre lo que era un texto. El profesor tomó una “birome” y dijo “esto puede ser considerado un texto”. Debió de ser provocativo porque empezaron a discutir. Yo miraba como si tratara de un partido de tenis, confieso no sé nada de tenis, movía mi cabeza de un lado para otro, sin entender cómo se suman los puntajes o cuando se fuerza un error o un punto a favor.

Hurgué en mi diccionario mental, me dije “texto remite a tejido, tela, trama, enlace, encadenamiento. Por lo tanto, todo encadenamiento de signos = significante/significado es un texto”. Escuché que uno de los presentes dijo “textos lingüísticos”, otro mencionó lo de “textos no verbales” ¡Lotería! Estaba entendiendo el sentido de estar allí.

Prisionera del fenómeno textual sucumbí a la transtextualidad, intertextualidad, paratextualidad, metatextualidad, hipertextualidad, arquitextualidad y otros entramados de signos. Como el fugitivo del cuento de Bioy no quería prisión perpetua ni la eternidad, simplemente quería saborear la vida y ser algo más que un conjunto de caracteres que conforman un nombre.

Me había convencido de ello hasta que me tropecé, en realidad me hicieron tropezar, con un relato autobiográfico en que el narrador es un texto, un texto que quiere vivir.

Mientras leí ese encadenado de signos me di cuenta que hace un tiempo escribí a SW2 que al no encontrarme en el margen de su blog sentí que no existía.

Cuando leo que el texto literario implora por su vida, mi computadora cerebral recurre a la memoria permanente y transcribe: “el locutor (o emisor, enunciador) organiza su discurso en un juego de relaciones entre él y el alocutario o receptor decodifica y responde”.

Este virus textual se expande, el final del cuento que leo es mi propio final o mi propia existencia. En el momento en que alguien lee el blog: existo, en el momento que llegan al punto final yo también habré dejado de existir.

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Suelo mirar el contador que informa sobre las visitas. Ayer hubo 17. ¡Caramba! Hace como 5 días que no escribo. Me conmueve el saber que alguien lee mis botellas al mar y en muchos casos no sé quiénes son. Pensar que este blog surgió porque mis textos por mail eran largos; una de mis hija “me sugirió” que abriera un blog para que los afectados por mis mails lo leyeran cuando quisieran.

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El cuento al que hago referencia es Relato autobiográfico de Germán Amatto. Me lo hizo llegar SL (mi 5ª hija) Pueden buscarlo en la web. http://axxon.com.ar

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

El tema es poder perdurar después del punto final.

¿Usted cree que no lo consigue?

16 octubre, 2007 17:23  
Blogger Amy said...

Hola, Sir! no sé si es solo lo del punto final, tal vez estoy cruzada por La invención de Morel (más todo lo que sentí mientras lo leía)mezclado con que esa que está transcripta en el blog "es solo una parte mía", tal vez sea un artificio de palabras, nada más.

(Un alumno me pidió que le recomendara un libro y le recomendé el libro de Bioy. Hay algo en ese personaje que me lleva a interrogarme sobre el sentido de la vida y la muerte. Lo voy a volver a leer.)

Cariños.

16 octubre, 2007 22:33  

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