10.9.07

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Ante la Ley

En estos días cierta información me llevan a pensar que: tanto la ley como su interpretación puede ser imperfecta por ser el hombre imperfecto

Hace más o menos un año discutí con una amiga y otras personas sobre la norma que impide fumar en lugares públicos en C.A.B.A. Ella estaba muy mal, supongo que por razones personales y esgrimía la cuestión de la libertad, su esposo dijo algo así como que se estaba recortando el poder de decisión, que para todo había una ley y bla, bla, bla.

Ganada por mi enojo antimarketing dije que la gente no era libre en la defensa del cigarrillo, que desde muy temprana edad había sido manipulada para tal decisión. Estaba incómoda, no podía entender como gente que se suponía con cierto grado de información (han terminado estudios universitarios – no me acostumbro a entender que eso no garantiza raciocinio alguno en terrenos emocionales) no pudieran entender que el humo del cigarrillo molesta a otros, que si se exigía lugares para fumadores ¿qué pasaba con los trabajadores? Entiendo perfectamente que los patrones acaten la orden por temor a las multas y, tal vez, por demandas de los trabajadores y presión de las ART, que en las circunstancias actuales (falta de trabajo) no se podía presionar a la gente para que trabaje en fumaderos y bla, bla, bla. Conclusión esa noche me dormí enojada.

El sábado pasado, mi amiga comentó que había ido a bailar a provincia. Una amiga de la milonga sacó el atado de cigarrillo y lo puso en la mesa. Ella le llamó la atención, por supuesto su interlocutora le respondió “estamos en provincia”. Unas horas después salió del salón de baile y volvió a ingresar, vio una nube de humo sobre la pista, sintió que tenía los ojos irritados. Cuando volvió a su casa la ropa olía a humo de cigarrillo concentrado y decidió que no iba a volver, que bien podía seguir yendo a bailar en las milongas de esta ciudad, saliendo a fumar solo dos cigarrillos y café al aire libre por noche. Entonces la miré y le dije: ¿Viste que no era tan difícil?

Lo lamentable es que la mayor parte de las veces las personas necesitamos de la “ley” para dejar de hacer algo que nos perjudica. Pero no siempre la ley es esto.

Hay una norma para que los chicos no carguen sus pesadas mochilas sobre las espaldas porque les perjudica la columna, pero hay chicos que arrastran pesados carritos cuando salen a cirujear.

Hay provincias donde las minas contaminan el agua con la excusa de que proporcionan trabajo y una ley las avala.

Hay provincias donde un intendente llama a un ex gobernador “sos un viejo mentiroso y ladrón” y, luego, agrega que lo denuncie a la justicia. El otro desconfía del resultado de tal presentación.

Hoy escuché en la radio que el estudio que defiende a Moreno, Picolotti y otros casos lastimosos de corrupción pertenece al procurador general de la nación, según parece E. Righi. Y ya hay casos de rechazo por falta de méritos.

El Procurador General de la Nación tiene su sede de actuación en la Procuración General de la Nación, donde colaboran con su gestión diversos magistrados en las funciones de dictaminar en los asuntos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuanto en los asuntos relativos al gobierno propiamente dicho del Ministerio Público Fiscal.

En la primera función, colaboran con el Procurador General de la Nación los Señores Procuradores Fiscales ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que son en la actualidad cuatro magistrados. En la segunda función, el Procurador General es auxiliado por los Señores Fiscales Generales de la Procuración General de la Nación, que son actualmente cinco magistrados.

El Procurador General de la Nación es el Doctor Esteban Righi, desde el mes de junio de 2004.

Los Procuradores Fiscales ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación son, por orden de antigüedad, los Dres. Luis Santiago Gonzalez Warcalde y Eduardo Ezequiel Casal.

Los Fiscales Generales de la Procuración General de la Nación son, por orden de antigüedad, los Dres. Marta Amelia Beiró, Carlos Ernst, Santiago A. Teruel y Ricardo Bausset.

Extraído de la página del Ministerio Público y Fiscal - Ley del Ministerio Público

¿Me pueden decir qué fiscal se va a enfrentar a su superior? (¡Je! Esta pregunta no es solo por ser una bruta desconfiada de la ley/justicia o lo que se le parezca)

Como vemos la interpretación de la ley puede ser muy personal, por otro lado, sabiendo que la costumbre es una de las fuentes del derecho diríamos HAY COSTUMBRES Y COSTUMBRES, nuestro país cada día se parece más al Cambalache de Discepolo ¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor! ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!

Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...

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Y de andar enredando textos, lo mejor es recordarles un cuento de un maestro de las letras, traducido por otro maestro.

Ante la Ley de Franz Kafka

Versión de Jorge Luis Borges, 27 de mayo de 1938 en "El Hogar"
Borges en El Hogar 1935-1958: Jorge Luis Borges. Emece. Febrero del año 2000.


"Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. 'Es posible', dice el guardián, 'pero no ahora'. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: 'Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar'. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: 'Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.' En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. '¿Qué pretendes ahora?', dice el guardián; 'eres insaciable', 'Todos se esfuerzan por la Ley', dice el hombre. '¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?' El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: 'Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla'."

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Y el protagonista de El proceso dice que la mentira se ha erigido en orden universal.

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