2.8.07

Nuevos vecinos

Entre obiectus, proiectus y subiectus

(lo arrojado, lo representado y ¿lo sometido?)

Un día de tantos hice el mismo recorrido en auto hacia la casa de mi hija Celes.

En un momento dado transité la misma “S” -al llegar a Rivadavia- que hacen los colectivos o los autos en que viajo, miré los edificios y me pregunté si eso que yo veía era lo mismo que verían los demás. Me separé un instante de eso que parecía conocido, rutinario y me pregunté por los detalles que se me escaparon, se me escapan y escaparan, por la intensidad de los colores (¡Cierto! No hay colores), también ciertas distorsiones oculares llevan a percibir de manera diferente las formas… entonces no podía calcular las diferencias, ni las similitudes de mi percepción. El ponerles “nombre” (una palabra) no es más que un procedimiento de un código que cada quién le da sentido.

Recordé que cierta vez alguien me dijo que teníamos que aceptar la “realidad” y, ni lerda ni perezosa, le pregunté de qué realidad estábamos hablando, me respondió: “aquello que no se discute, por ejemplo, esto es una naranja.” Lo que se estaba por comer, sin duda, era algo que en castellano llamamos “naranja” y me pregunté sobre la seguridad de la percepción de lo “real” de mi interlocutor. Si le decía algo sobre la relatividad de la percepción o del lenguaje, seguro que me iba a mandar lejos o tal vez me diría que estaba cada día más loca. Además, no venía a cuento dialogar cuando él otro piensa que ciertos temas son una pérdida de tiempo.

En el pequeño viaje seguí metida en el laberinto de lo que “proyectaba” hacia esas figuras (se me enredaban con algo que había leído). Eran figuras quietas o móviles, olorosas y texturadas que llamaban mi atención, pensaba en mí cuando era niña ¿cómo?, ¿cuándo proyecté mis intuiciones básicas de espacio y tiempo hacia fuera?, ¿cómo aprendí a distinguir los olores? ¿los sabores? ¿los nombres que a veces se me confunden? En un juego hacia fuera y hacia dentro fui “percibiendo” objetos (que no serían tales) si yo no les prestara atención.

Recordé la visita a una mujer ciega. Llegamos juntas a la casa. La persiana estaba baja, la luz apagada, era el reino de la penumbra, ella caminaba sin chocarse con los muebles. Reparó en el detalle y me dijo “Perdón, no debés ver nada. Encendé la luz”. Le dije que en realidad lo notaba porque afuera había mucha luz, pero me adaptaría (me sonreí pensando en el prisionero de La Caverna) y no me ocupé de buscar la llave de luz. Entre sombras vi que la anfitriona iba hasta el baño y buscaba un lápiz de labio, estuve a punto de decirle que no iba a ver para pintarse y me di cuenta a tiempo de mi estupidez.

Salimos, nos fuimos a tomar un café. Me contó su historia. No era ciega de nacimiento, había perdido la vista lentamente, pero eso no le había impedido estudiar psicología y en ese momento hacer locución para radio.

Pensé en René, la joven que acompañé una vez -cuando el colectivero se pasó de parada y ella no sabía volver hasta el club- para practicar bala. En el trayecto me contó que iba a participar en las próximas olimpiadas para discapacitados.

Y no es raro que me haya acordado de dos personas ciegas al volver y revolver sobre mis deseos de recuperar un poco el asombro en la percepción de lo “real” (con todo lo que puede significar “asombro” hasta llegar al estupor o la estupidez), puesto que quien ve con los ojos no necesariamente ve más.

Supongo que muchas personas andan seguras por la vida con que esto es “ESTO” o “AQUELLO” y “no me vengas con pavadas de que algo es y no es”.

Así alguien dice “dinero” y podemos percibir o acordar que se trata de “un medio de pago de aceptación general que puede adoptar la forma de monedas metálicas o billetes de papel, etc., etc.” Para otros puede ser un elemento que le calme los nervios, les cumpla los deseos, le sirva para tener poder o para cierto estatus social. Los signos significan (¡Basta! Eso lo dijo Jung, no es necesario aclararlo, en el afán de aclarar uno puede oscurecer.)

Sucede que lo que me ocurrió el día del pequeño viaje hacia fuera y hacia dentro es común en mí. Preguntarme sobre lo que está frente a mí, sobre mis condicionamientos para ver que me ocultan otras posibilidades de ver (mis pro-iectum) y las formas en que me ven (cuando los otros me transforman en sujeto y proyectan sus categorías en mí).

Así, mi nueva vecina dijo “¡Ah! Se conocen muchísimo” al enterarse que los anteriores vecinos y nosotros habíamos vivido 15 años en el mismo edificio.

Y con la misma estupidez que me caracteriza, en lo referido a la precisión del lenguaje (no digan nada, en otras cosas también tengo la misma cualidad) le arrojé un “no”. Un poco más y me pongo a explicarle que en mi diccionario personal (bastante adaptado al DRAE) los encuentros casuales con una persona (aunque sean diarios y en el trabajo) no implica “conocerla” y ni qué contar de mi confesión “soy poco sociable” que asustó a mis nuevos vecinos. Supongo que debí aclarar que entiendo como sociable a una persona “naturalmente inclinado al trato y relación con las personas o que gusta de ello”, porque yo dije “poco sociable” y no “insociable” que sería: “huraño o intratable, o que no tiene condiciones para el trato social”. Hasta donde yo sé saludo, respondo a las preguntas cortésmente, sonrío de vez en cuando, pero no insulto, ni les grito, ni me como crudo a ningún vecino. Bueno, bueno. Todo es cuestión de percepción de la realidad. ¿Con qué ojos me habrán visto ellos? ¿No?

6 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ser poco sociable (o nada, como es mi caso) va de la mano con la pecepción de los demás que tenga uno...(Ja!)

02 agosto, 2007 17:21  
Blogger Amy said...

Sir, perdone que le corrija, si fuera "nada" sociable no se reuniría ni una vez en La Peca ni en otro lugar con otros blogger. Nos hemos encontrado más de dos veces en un año y sé que se ha encontrado con otras/os bloggers otras veces... Cariños.

03 agosto, 2007 01:49  
Blogger MIB said...

Amalia, este tema SIEMPRE, o al menos desde que soy adolescente, me ocupa la mente...
El concepto de REALIDAD es para mí una red de infinitos tejidos (y si tenemos en cuenta que existen infinitos más grandes y más pequeños, ya empiezo mal)... Y ni te cuento de la palabra definitivo... tiene para mí demasiado peso...
La cuestión de espacio y tiempo... con la que se puede jugar para descubrir que lo único cierto es lo que ya ha pasado... y hacia adelante... la muerte...
Estoy con Cortázar y Pizarnik en estos momentos... y es probable que me influyan... pero como le decía... desde pequeña que pienso esas cosas...
La percepción de la realidad es tan diferente para unos y otros.. incluso para nosotros mismos en diversas circunstancias... que eso me salva de muchas discusiones... paso de convencer a otro de creer mi percepción de las cosas... lo que no significa que me cierre a conversar, argumentar o discutir... pero siempre sabiendo que lo que digo y lo que dicen los otros viene desde quien habla.... y no es definitivo, siempre cierto, ni verdad absoluta..

Otro gran tema la mirada del otro... a nivel social y psicológico también me fascina este punto... que creo que nos define en muchos sentidos... a algunas personas más que a otras... pero es increíble la cantidad de pequeños actos que realizamos inconsientemente y de acuerdo a prescripciones sociales y juzgadas por la mirada del otro...

A veces me canso...

usted no se cansó de leer mi comentario? es un poco largo verdad?

Muchos abrazos!!!

06 agosto, 2007 13:01  
Blogger Amy said...

Hola MIB, tanto tiempo!!!! El Comentario no me pareció largo, porque uno de mis defectos es la falta de síntesis.
Te cuento que lo definitivo tiene sus cuestiones, pero el infinito me producía insomnio cuando tenía unos 7 u 8 años. Me acostaba y veía que mi cama que caí en una especie de cartón que se rompía, y luego caía en otro, en otro. Eran cartones de colores fosforescentes y alrededor todo estaba negro (era mi infinito grande). Entonces encendía la luz. El tarrito de Royal era otra "porquería" porque yo sabía que aunque no lo viera siempre podía haber un tarrito dentro de otro hasta el infinito pequeño. Y la cuestión de la mirada del otro… sobre todo el “ojo que todo lo veía”, Dios. Ese “panóptico” vigilante que me impedía hacer cualquier cosa “mala”, que bueno, luego se traslada a los no yo de carne y hueso (mis semejantes).
Mejor dejá a Alejandra de lado y buscate algo más alegre no sea que tu mirada se vaya por la alcantarilla y que un barco parta de ti sin que puedas saber a qué orilla va (ja!) y ni qué contar de la niña dormida. La poesía de Alejandra es terriblemente triste, diríamos depre, salvo cuando dice que la rosa de Gertrude es la rosa, la rosa y la de suya no sabe. (Son cosas que me acuerdo de lecturas hechas hace algunos años) Cariños

07 agosto, 2007 00:08  
Blogger Loca xq sí said...

tal vez la mejor frase hubiera sido "no, no teníamos muchas cosas en común"; pero bueno, te lo dice una persona poco correcta política/socialmente hablando, no sé...

yo también a veces me cuelgo con el tema de la percepción, ahora veo de dónde me viene

20 agosto, 2007 15:21  
Blogger Amy said...

Decir "no teníamos muchas cosas en común" implica tener cierto conocimiento sobre mis antiguos vecinos, no sé si no teníamos muchas o pocas cosas en común, tal vez no teníamos la misma percepción del mundo, el mismo gusto por el trato social, el hablar o referirnos al mundo desde otra perspectiva, quizás, fue nuestra mayor distancia.

21 agosto, 2007 12:56  

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