10.7.07

Brrr!!! ¡Qué Frío!

Para mí, los 9 de julio tienen sabor a fundación de un pueblo con reminiscencias fosforescentes reflejadas sobre el río Negro, nací en Choele Choel (nombre derivado del mapuche que significa fantasmas).

Cuando vine a Baires se convirtió, además, en el cumpleaños de Victoria Argentina, una compañera de pensionado, luego mi amiga, que hoy vive muy lejos. Nació el día de la Independencia Argentina, como si fuera poco en la placita al lado del monumento del Cid Campeador (no llegó a la clínica, se apresuró a nacer y el padre recién recibido de médico la trajo al mundo)

Ayer, el 9 de julio, fue el día de la nevada en una ciudad que no tiene por costumbre cubrirse de nieve.

A la hora de la siesta hacía frío, estaba húmedo, podía llover y caer agua nieve. Así fue, mientras hacíamos dormir a Nicolás, sentí que los sonidos se atenuaban. Recordé que cuando era chica, y vivía en el sur argentino, cuando empezaba a nevar se producía algo así como silencio. Le dije a Celes: “Se atenuaron los sonidos, empezó a nevar”. La persiana estaba baja y no veíamos lo que pasaba. Nos avisaron que había empezado a nevar, Nicolás ya no quiso dormir. Veíamos la gente festejar, salir a la calle. Los miré por la ventana. Debo ser una aguafiestas empedernida. No me salió ir a jugar o festejar.

Cuando tenía 15 años disfruté de una gran nevada en mi pueblo, con mis amigos salimos a hacer un muñeco más alto que yo (para ese entonces yo medía 1,70- ya perdí 2 cm.). Empezamos con una bolita y la hicimos rodar, se hizo gorda y pesada. Sobre ella pusimos una más chica y luego otra más pequeña para la cabeza. Con cantos rodados le hicimos los ojos, los botones de su traje blanco, le colocamos una bufanda y un sombrero. Jugué todo el día en la calle. Por la noche empecé a toser, fue uno de los tantos ataques de tos que no me dejaban respirar.

Ya no tengo 15 años, hace poco estuve con tos, no me dieron ganas de salir, pensé en el frío, en la gente sin comodidades, en el frío del sur.

Cuando era chica solía ser normal ir al colegio con 12 grados bajo cero, al respirar me dolía hasta el esófago, el aire se convertía en un cubito helado que me llegaba a los pulmones, mis manos se entumecían y mis pies se convertían en torpes adormiladas extremidades que me sostenían dificultosamente. Pegaba saltitos para que no se me congelaran, los guantes tejidos eran inútiles, las bufandas me ahogaban, los abrigos me convertían en una ridícula bola de trapo.

Vi nevar otras veces, llegué a ver copos del tamaño de mis manos (que no son muy chiquitas).

Miré por la ventana y pensé si al día siguiente estaría todo barroso y patinoso como en mi pueblo, la nieve es simpática cuando no se sufre la contra cara. Pensé en una villa, en el aire helado ingresando por las hendijas de una casa de chapa, recordé mis 13 años, la casa circunstancial que habitamos en esos días, era fría y desagradable por donde se la mirara.

¿Quién podía entenderme? Supongo que solo aquel que haya pasado por algo parecido. Vi la nieve en Bariloche en un viaje con alumnos, ellos la disfrutaron, yo no. Fui para ser niñera. Era una experiencia que quise vivir para saber qué hacían en los viajes. Mis ojos, mis oídos, mis sentimientos se dedicaron a desocultar otros significados. Todo armado, un paquete iniciático preparado para hacer reír, llorar, emborracharse, sexo… y bue, restos tribales que persisten y que adultos y jóvenes no se animan a afrontar como tales.

Y quedaran de esta nieve en Baires algunas fotos, algunas sonrisas en las que me vi involucrada. La maravilla de un fenómeno es sólo eso, apariencia. Soberbia humana sobre el conocimiento y el disfrute de los sentidos, la cosa en sí ¿podremos verla alguna vez?

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