12.4.07

Memoria olvida el olvido

“Alguien ha muerto. ¿Qué ha ocurrido? Tal vez nada y tal vez todo. Tal vez se trate sólo de dolor de unas pocas horas, días o quizás meses, y luego se tranquilice todo y continúe la vida anterior. Tal vez se desgarre en mil retazos algo que en otro tiempo pareció unido., tal vez pierda de golpe una vida todo el contenido soñado en ella, o tal vez florezcan nuevas fuerzas de nostalgia estériles. Tal vez coincida algo, tal vez se construya otra cosa, tal vez no ocurra ni lo uno ni lo otro, tal vez ocurran ambas cosas. ¿Quién sabe? ¿Quién puede saberlo?
Alguien ha muerto. ¿Quién era?

Para algunas era "el más pintón" de los docentes de su colegio, para otros "un grandote bonachón", para los más íntimos "un gran compañero de su esposa", pero para todos era fundamentalmente "un tipo solidario".

Es que Carlos Alberto Fuentealba, de 40 años, casado, dos hijas de 14 y 10 años, siempre se preocupaba por la situación de sus alumnos y de la educación pública, según comentaban sus compañeros. Era el delegado gremial del colegio secundario del barrio Cuenca XV, una humilde comunidad en la barda del oeste de la ciudad de Neuquén.

Quizás hoy sea uno de los argentinos más conocidos, logró serlo después de una muerte que esperemos no quede impune.

Escuchar el discurso de los políticos (sobre todo el de los responsables del hecho) puede dejarnos indignados, en otras ocasiones nos quedamos pensando ¿cómo puede seguir hablando con esa soberbia?

Le dijeron al gobernador de Neuquén que la gente lo acusaba de asesino. Cuando le nombraron a la acusadora respondió más o menos así “He admitido mi responsabilidad política, en lo demás no tengo responsabilidad. Si “x” considera que soy un asesino es su deber hacer la denuncia. Si no lo hace es una charlatana.”

Cierta vez le dije a un abogado que no quería que lo que estaba sucediendo quedara impune, se sabía cómo habían sido los hechos, hasta habían sido reconocidos, en parte, por los responsables ante todos los que nos hallábamos presentes. La repuesta del sofista actual fue: “¿usted es de las que piensan que si no se juzga como usted piensa: no hay justicia?” Y me cerró la puerta en la cara. ¡Que tarada y grandota al cohete! ¡Creer que hay justicia! Meses después debí renunciar a mi trabajo. Dos años después me encontré con alguien de mi antiguo trabajo y me dijo que teníamos que hablar, respondí que todo se había dicho, se me llenaron los ojos de lágrimas, salí de la sala porque hay personas que mejor es dejarlas con su conciencia. ¿La tendrán los legisladores que deben votar el juicio político al gobernador de Neuquén?