14.2.07

Cuando los padres quedamos huérfanos de los hijos

(Texto adaptado a mi experiencia)


Hay un tiempo en que los padres quedamos huérfanos de nuestros hijos. Ellos crecen independientemente de nosotros.

Crecen sin pedir permiso a la vida. Crecen alegres o un poco tristones y, a veces, con ruidosa valentía. Pero no crecen todos los días, crecen de repente.

Un día se sientan cerca de tuyo y con naturalidad increíble te dicen algo en que te das cuenta que tu "bebé" ¡creció! Ya no usa más pañales, no lo ves con una simple bombachita a orillitas del mar haciendo lomitas de arena, no va al jardín, ni a la escuela primaria, hace tiempo que dejó la secundaria y por ahí está en la facultad, se casa, te da un nieto/a, te habla distinto.

¿Cuándo creció? ¿Dónde quedaron los cumpleaños en los que te enredabas en preparativos del cotillón, la torta, los saladitos, los disfraces, la animación, la piñata hecha en una caja de galletitas (disfrazada de payaso), los títeres, la atención de los invitados, los niños que se peleaban? ¿Y las idas a la plaza? ¿Las vacaciones en familia? (Un mes en carpa en un balneario que pocos conocían y disfrutaban) ¿La mesa para todos? (hoy nos queda gigantesca).

Los chicos crecen con el uniforme de su generación y sus incómodas y pesadas mochilas en los hombros, el celular hasta en la sopa, el MP3 (o como se llame) la tele en colores, los amigos diferentes, las relaciones informales y la computadora más Internet (no hablemos del blogs y los foros).

También estamos nosotros, con canas y arrugas, con ese dolor en la cintura que no se sabe cuándo empezó. No sabemos si tiene que ver con las malas noticias y la dictadura de las horas o una cuestión biológica de la cual renegamos.

Ellos crecen observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos. Sobre todo con los errores que esperamos no repitan.

Es en este tiempo en que vamos quedando huérfanos de los hijos.

Ya no más llevarlos a la casa de los amiguitos, a la práctica de algún deporte, al curso de música o de cine, al taller literario (donde una de ellas le dicta a la coordinadora -que queda espantada- “prohibido prohibir” y tiene solo seis años) ya se pierden en la memoria las clases de ballet (en que la profesora decía que tenía pasta de bailarina), ¿y natación?, y las etc. Mis hijas salieron del asiento de atrás del auto y se sentaron en la parte de adelante para conducir sus vidas, unas más rápido otras con demoras, pero se marchan inexorablemente mezcladas en la sana costumbre de su independencia.

Entonces, las ausencias, ¿extrañamos el baño hecho un desastre, el desorden del comedor o la cocina, las peleas en el auto? ¿quién quería la ventanilla? ¿quién protestaba porque le tocaba ir en el medio?
Atrás quedaron las conversaciones, las risas o los llantos porqué sí y las no confidencias que marcaban las diferencia entre amigos y padres, los silencios de la distancia que crece, la habitación revuelta, las zapatillas sucias, las calcomanías en el vidrio de la ventana, los afiches en la pared, agendas coloridas, las cartitas para el comienzo de las clases y la música con ritmo propio.

Y fue así que se fueron a sus propios territorios pero seguimos mirándolas, diciendo algo a lo que responden “¡Pero mamá! ya tengo 30 años" (o "estoy casada", o "ya soy grande ¿no?"). Y, quizás, más de uno se plantea lo que no hizo, lo que hizo y no cree que estuvo del todo bien. Las preguntas surgen ¿Por qué no hice esto o aquello? ¿Qué hubiera pasado si la hubiera tratado diferente? ¿Y ahora puedo hacer algo? Sí, mamá tenía razón, debí enseñarles la bondad del orden, del mismo modo que ella me enseñó, pero ya no sé si hay tiempo posible para el cambio. Y por ahí alguien te dice "ya perdiste este tren, tu hija/o tiene vida propia".

Los padres nos exiliamos del territorio de nuestros hijos y esperamos que sean libres, aunque las ausencias en la mesa y los mimos nos traigan recuerdos, las discusiones han emprendido otros caminos y escuchamos atentamente a esta personita que nos deslumbra con conocimientos y sentimientos separados de los nuestros.

Entonces esperamos el momento de los nietos. Y como dice mi hermano: "su nieta es un sol" es la vida que lo reconcilia con la propia, es aquello que ni siquiera pensó o hizo con sus propios hijos. Y aquí estoy pensando en Nico. Entre sus primeros pasos y pañales, en su independencia desde chiquito. Quiere andar gateando y no quiere Upa. Cuando llego y está en el corralito me tiende los brazos, pero es transitorio, un recurso para que lo ponga en el suelo y sale a investigar. Cuando puedo le acerco un libro, trato de instalar en él el sano vicio de la lectura.

Y en el libro de la vida comenzamos a escribir otra historia, la de ser abuelos.

Y deseamos que no se repita la historia, pretendemos aprender a serlo antes de que la vida se nos pase.

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Si tienen hijos pequeños ¡qué los disfruten! Si ya crecieron ¡bienvenidos al club!

Una huérfana, con un solo nieto.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Algun dia charlaremos Amalia, tengo una hija de 16...
Tengo sensaciones. Los hijos van entiendase bien "muriendo" en cada etapa. La bebé desapareció un día y apareció (¿nació?) una nena. Y al tiempo esa nena mutó en una adolescente, que es una persona diferente a las otras dos, por mas que la escencia sea la misma. Nos alcanzan, nos superan, nos enseñan ellos a nosotros. Nunca voy a saber si fui un buen padre: solamente me conformaré si veo que mi hija va siendo buena persona, de buena madera.
Que se yo.

PD: ¿vio que no tengo tanto poder de sintesis?

14 febrero, 2007 20:05  
Anonymous Anónimo said...

Ayer, justamente, mientras limpiaba mi placard, encontré una caja de zapatos atadita con un una cinta azul. Adentro he ido guardando distintos mensajes cartas dibujos y secretos que me ha regalado mi nena durante estos casi 15 años. Fui viendo el pasaje mío a través de sus años; de ídola total, de ser la más linda, la madremás bella, la más dulce,de ser el mundo entero para mi chiquita, a ser la más ridícula, más tirana e incomprensiva. Mientras los miraba y leía me sonreía para mis adentros recordando cuando se ponía mi ropa mis aros y mis perfumes y me imitaba frente al espejo montada en tacos que la llevaban como canoa, y recordaba cuando el otro día con una sonrisa y mirada muy divertidas me dijo: "ni muerta me pongo tu ropa". Por suerte nos hemos reencontrado en esta relación de madre e hija adolescente después de tantos desencuentros y alaridos. Nos reencontramos justamente ahí, en el lugar que correspondía Yo como mamá y Ella como hija (las negociaciones y amistades en esta época son poco recomendables) y desde entonces vamos más juntas que nunca disfrutándonos la una a la otra matizando con alguna que otra tormenta propia de la circunstancia tratando de aprovecharnos lo más que podamos durante estos 3 años que quedan hasta que ella emprenda el viaje detrás de su sueño, de sus proyectos...y yo empiece a quedar huérfana de hija
Como siempre, me conmoviste

17 febrero, 2007 09:02  
Blogger Amy said...

Sir, es cierto crecen todos los días. Me doy cuenta de cómo Nico cambia semana a semana, pero me costó más darme cuenta con mis hijas. Víctor me decía "mamá gallina" porque siempre quería a mis pollitos cerca. Una vez fuimos en el tren de la costa, había tanta gente que nos separamos. Mis hijas eran grandes y, sin embargo, sentí mucho miedo.
Carola: me encantó lo que escribiste, sobre todo porque sé que tu relación con Paulita no ha sido fácil. Mi en hora buena mujer! Que te lo merecés.

17 febrero, 2007 10:47  

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