13.12.06

Sin pena ni alegría

Mi sobrina me mandó un obituario de hurras, escrito por un poeta conocido. Y no sé qué decir del texto, pero sí sé que: si quiero ser diferente a los genocidas creo que no es necesario festejar sus muertes. Murió como cualquier mortal. Es el final del camino que todos tenemos. ¿Hay justicia más allá? No sé. No conozco a nadie que haya venido a contarnos. Me hubiera gustado que antes de que partiera lo hubieran juzgado en la Tierra.
No sé realmente qué es la muerte, la defino por contraposición: "es lo que sucede cuando no hay vida". No quiero festejar su muerte. Quiero festejar la vida. Los antiguos Incas tenían una costumbre sensata: "quien no había realizado bien su obra como gobernante no formaba parte de la historia".
F.G. Lorca escribió que en España "nadie está más vivo que después de su muerte", el culto de recordar a los muertos... "sombra terrible voy a evocarte" escribió Sarmiento y Facundo sobresalió entre los demás caudillos. Es recordado por la memoria, la manipulación del discurso que hicieron sobre él.
Siempre digo que las personas que quise viven en mi recuerdo. Las que no, las olvido. Si algo debo aprender de unas y otras, de las buenas tomo su ejemplo de las indeseables: trato de no cometer sus errores u horrores.
Otra cosa que me sucede, es pensar si odio, si erijo a un indeseable como mi enemigo... si le doy estatus de individuo con el que tengo que polemizar ¿no le estoy reconociendo un lugar en la polémica? y ¿cuánto de él en mí hay? ¿Cuánto de mí, en él? Por las dudas, el camino que elijo es la indiferencia. Lo opuesto al amor no es el odio, es decretar la no existencia.
Gracias a la vida, gracias a V. Parra, gracias a Neruda que me dieron tanto... Un día crucé los Andes sólo para ir hasta Isla Negra. Tenía que hacer un texto reflexionando sobre la poesía de Neruda, elegí Memorial de Isla Negra y allí me fui. Lo comenté mientras almorzaba en un restaurante chileno, a orillitas del Pacífico, y algún chileno me miró torcido. Recordé ese lejano 11 de septiembre (que pocos recuerdan) y ese marzo de adioses, la pena que Pablo, el poeta, se nos fuera, supe por sus biografías que no era un dechado de virtudes... que era tan solo un hombre, pero su poesía aún vive en mí y "la tierra se llama Juan" me llevó a indagar en la inversión del nombre de Adán y dije “he aquí como la estética es ideología en sí misma, y también es bueno cantarle a la cebolla. ¡Qué tanto! Más esa lluvia finita como agujas, esa lluvia austral de Confieso que he vivido se desliza ante mis ojos. Prefiero recordar a los otros... prefiero otro volver a mi corazón, prefiero otros obituarios, aquellos que cierran duelos por los que no están.