1.5.06

Día del Trabajo

Un miércoles a las 12.30, en la línea B de subterráneos, en la estación Pasteur había un cartel que decía “Línea B circula con demora”, pasé el molinete con fastidio pensando en la falta de monedas para el colectivo. Ya había pasado mi tarjeta, tenía que decidirme por seguir o comprar algo en el quiosco para procurar las monedas necesarias para un boleto de colectivo. En pocos segundos decidí seguir adelante y me estacioné cerca de la escalera fija. Mientras esperaba que el subte lleguara observé a una nena jugando en la escalera fija. Le sonreí y nos pusimos a hablar.
- ¡Hola! ¿Cómo te llamás?
- Marcela.
-¿Qué es lo que hacés en el subte? ¿Estás sola?
- Estoy con mi hermana, vendo estampitas o lapiceras, ya se me terminaron.
- ¿Quién te da las estampitas o lapiceras?
- Mi papá.
- ¡Ahhh! Y… tu papá o tu mamá ¿no trabajan?
- No, mi mamá cuida a mis hermanitos.
- ¿Tenés muchos hermanitos?
- Sí, somos diez.
- Marcela ¿vas al colegio?
- Sí, a segundo.
- ¿Sabés leer?
- Sí.
- ¿Podés leer esto?
(Marcela reconoció las letras del título del libro que yo estaba leyendo, pero no pudo “juntarlas” para leer, pensé en la ironía del significado etimológico de leer.)
- ¿Dónde vivís Marcela?
- En Rafael Calzada.
- Es lejos, ¿No vas a comer a medio día?
- A veces como aquí, sino en el comedor de la plaza.
- ¿Qué plaza?
- La de Calzada, hay un comedor allí.
- Marcela… ¿Vos hablás con cualquier persona? ¿Sabés que eso es peligroso? ¿Qué pasa si yo fuera una mala persona? ¿Y si te quiero hacer mal?
- Mi papá me dijo que puedo hablar con la gente. Lo que no… No tengo que ir con las personas. Mi papá me dijo “te pueden lastimar, te pueden hacer mal”.
- Sí, me parece bien que no vayas. ¿Cuántos años tenés?
- Ocho
- ¿Cuántos hermanos más grandes tenés?
- Cuatro.
- ¿Ellos trabajan?
- Las tres más grandes no porque tienen que cuidar a su bebé.
- ¡¿Sus bebés?! ¿Cuántos años tienen?
- La más grande 19, la otra 16 y la otra 15. Bueno una no. Mi sobrinito se murió. Se asfixió con el cordón.
- ¿Qué cordón?
- El del ombligo.
- ¡Ah! (Dije sorprendida por una nena de 8 años que hablaba de la muerte de su sobrinito con la mayor naturalidad)- ¿Te gusta venir a trabajar?
- ¡Sí! Yo junto como treinta pesos por día. Es mucho, se lo doy todo a mi papá.

Mientras habló conmigo, Marcela, jugaba con un lápiz labial rosa claro, pintaba sobre los cartones de los pases del subte, tenía los labios pintados del mismo color. No se mostró para nada tímida. Su sonrisa dejaba ver una blanca dentadura. La vi saludable, el hermoso pelo negro lacio (un poco sucio) le llega hasta los hombros y el flequillo le tapa toda la frente. La pequeña tiene cara redonda, las mejillas rosadas y sus ojos redondos oscuros. Mira de frente, parece una muñecota, trato de recordar a mis hijas a esa edad.
Marcela me trajo otra imagen, un viernes salí de la oficina alrededor de las 19 horas, fui a tomar el colectivo, frente a un cine una nena de unos doce años aplastaba latitas de aluminio que sacaba de unos tachos de basura, frente a ella: tres chicas de más o menos su misma edad, eran la contracara. Celular en mano, hablaban con una cuarta chica que estaban esperando. La niña cartonera las miraba con los ojos brillantes y siguió aplastando con furia una nueva tanda de latitas que le acercó un señor mayor y las guardaba en una bolsa de plástico. Ese día pensé en qué podría pasar si esa nena no tenía esas latitas para aplastar.
Miro mi propia historia, mi primer trabajo fue a los once años, durante unas vacaciones. Cumplía ocho horas de trabajo, debía barrer la vereda del negocio, limpiar los vidrios (que hasta hoy me siguen pareciendo inmensos), barrer el local con aserrín mojado en kerosén, colocar la mercadería en las estanterías y atender a la gente. Después de esas vacaciones, mi papá se quedó solo en el negocio y seguí trabajando, pero sin sueldo. ¿La diferencia? Tenía a mis padres cerquita mío, trabaja al lado de ellos, almorzaba con ellos. Y para mí y mis padres lo más importante era la escuela.
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El trabajo suele ser un derecho, a veces un obligación.
Recuerdo siempre unos extensos artículos de José Martí (publicados en el diario La Nación de Buenos Aires, y era una maravilla que así fuera en un diario como ese) sobre el drama de Chicago a fines del siglo XIX en relación al día del trabajo y los mártires de Chicago.
Si en la pérdida del Paraíso, el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su frente, esperemos que muchos puedan sentarse a la mesa a disfrutar de su pan producto de su trabajo. Quizás unos cuantos disfrutan de más que pan y no precisamente porque lo consiguieron honestamente, en casi todos casos los que acumularon riquezas es por explotar y engañar a sus semejantes.

2 Comments:

Blogger MIB said...

el trabajo!... qué diferente es para muchos... cuántas realidades tan profundamente dispares... Me hacés reflexionar... Los niños de la calle, me dan ternura tristeza, bronca y temor.
Me da miedo perder esa conciencia de pobreza, esfuerzo e inseguridad que vivía en argentina... Acá hay gente que vive en la calle... pero te puedo asegurar que en muchísimo mejores condiciones que allá... no se ve tanta gente pidiendo, ni niños trabajando.... no sé cómo es la cosa... pero me da para pensar que se puede cambiar... podremos sacar adelante a nuestro país?
me dejaste triste.

03 mayo, 2006 19:52  
Blogger TOTA said...

Bueno, mi microemprendimiento no es un "trabajo" porque no todos lo días hago cosas.
La verdad la historia contada por vos sobre Marcela, la inocencia. Por momentos decis "No tienen que trabajar, tienen que disfrutar de su infancia" ¿cuál? Sino trabajan no pueden ayudar a sus familias y hay veces que las consecuencias son fuleras...suena a un circulo vicioso, que da escalofríos. Hay una solución? Quiero creer que sí aunque no vea la luz =)

04 mayo, 2006 18:38  

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