12.4.06

La Grieta

Jac había leído que una novela era una realidad cifrada, pero para ella toda literatura era una realidad cifrada y, quizás, la realidad era una cifra vacía. Para ella la literatura era la posibilidad de soltar la imaginación con un piso de memorias y olvidos, era el cable a tierra que podía sanarla. Los relatos eran selección de acontecimientos que daban la posibilidad de ser “creador”. Ella sostenía, sin embargo, que para ser considerado creador debía partirse de la nada. Sabía que era imposible, que toda escritura estaba contaminada de realidad y que la realidad transcripta estaba mediada por las palabras y que las palabras tenían historicidad, carga semántica social e individual… bla, bla, bla. Pensó: “y todo esto ¿de qué me sirve en esta casa? ¿Podría garabatear algún relato sobre las paredes que la rodeaban?” Sonrió “al techo le hace falta otra mano de pintura”, en realidad a la casa le hacía falta un tratamiento completo de renovación.
Miró la casa poniendo distancia, quería jugar a ser una perfecta extraña que llega por primera vez al lugar. Una grieta profunda estaba en el dormitorio donde murió la madre de la familia, todo estaba descuidado desde las habitaciones, la cocina, el baño y el jardín. El taximetrero había dicho “¡Ah! Usted va a la casa pobrecita”. No pudo seguir, los sentimientos se le enredaron; deseó tapar esa grieta como fuera. Había demasiada literatura sobre casas que se derrumbaban cuando la madre moría. La desaparición de la madre equivalía a la desaparición de la familia y era algo que no podía soportar. “Por lo menos la casa”, “Salvemos la casa” se repetía una y otra vez.
Trató de poner parches, pensaba en las familias, en las tradiciones… y se dio cuenta que todo esfuerzo era inútil.
Dijo “voy a hacer un último intento, sólo uno por devolverle a la casa parte de lo que fue, para que el último morador de la familia viva en condiciones dignas”. Era tal su objetivo que no se dio cuenta que había corrientes subterráneas que deseaban la casa como propia y que ella ya no pertenecía al lugar. Se había quedado sin raíces, sin familia arcaica. Todos le eran realmente extraños. Era una invención de pertenencia ese juego de querer “estar allí aún”.
Acarició la grieta tapada toscamente, no andarían por allí las hormigas. Miró el color amarillo girasol con que pintó las paredes de la cocina. Se veían las paredes limpias haciendo juego con los azulejos, reflejaban luz como hacía muchos años atrás; pensó en su madre, cuando cocinaban juntas para la extensa familia. La última reunión habían sido veintitrés a la mesa en un cumpleaños festejado un día antes. Ella había leído que los cumpleaños nunca se festejaban antes de tiempo, pero aceptó que no tenía razones frente a la mayoría, porque ella era simplemente supersticiosa. Fue el último cumpleaños de su madre. Recuerda algunos comentarios, algunas ironías de ese entonces y el presentimiento de un nuevo adiós forman una nueva masa que se desarma y no admite ser alimento de nadie.
La casa de los abuelos había sido vendida y ya nada quedaba de su anterior fisonomía, cuando la visitaba le parecía recordar algunas cosas, pero era un puzzle al que le faltaban los elementos principales. A sus tías no les había importado el esfuerzo del abuelo, los recuerdos. Lo mismo pasaría con la casa de sus padres.
Miró la pila de barro a un costado y las razones por las que dijeron que derribaron el rancho. No hubo consultas, nadie dijo ¿A vos qué te parece? ¿Esto está bien? Se daba por sentado que ella no reclamaría nada.
Y le dolió que la ignoraran como si no tuviera nada que decir. Después de todo, eso había sido de su padre. Ella sentía que tuvo padre y madre. No había venido de un repollo, agradecía a quienes le habían dado la vida, pudieron negársela o dejarla abandonada o vaya a saber qué, pero no fueron padres abandónicos; aún cuanto tuvieron muchos defectos como los tenía ella, sabía que entre sus padres y ella había un entretejido de distancias, desencuentros y dolores, pero sentía esa casa más allá de lo material aunque nunca hubiera vivido allí, aunque una de sus hermanas renegara sobre todo del padre y le dijera “tu padre, porque mío no fue”. Entonces volvió a tantear la grieta y tenía muchas ganas de explicarles que no era porque había sido construida sobre el sótano del negocio del abuelo que la casa hacía el trabajo de querer caerse. Allí pasaba algo más profundo. Era como si la casa tuviera decisión propia, sentimientos de no ser herencia. “Un observador minucioso hubiera podido descubrir” algo más que una grieta. Una apatía fija, un agotamiento gradual la iba ganando, no estaba el estanque profundo y corrompido situado a sus pies y que se cerraría triste y silencioso sobre las ruinas (como en el cuento de Poe). Fue así que simplemente aceptó el largo adiós de algo que había creído real y ya no era.

3 Comments:

Blogger MIB said...

EL paso del tiempo.... los viejos recuerdos... no quiero imaginarme cuando visite la casa de mis abuelos en la que pasé 20 de mis veranos... donde viví tantas experiencias y sentí el amor de mi abuelo, la alegría de mi abuela... un vago recuerdo de mi bisabuela... la compañía de mis primos, el placer de mis padres y tíos... mil historias y creaciones... Ahora la han vendido... ya nadie iba... y no era segura... puedo sentir el dolor de mi abuela... pero sobre todo... el cierre de mis recuerdos... construyo una caja con esos recuerdos de felicidad, por si algún día me toca abrirlos como la viejita del post anterior... y sacar de ella los momentos más felices de mi vida..

un beso grande Amalia!

12 abril, 2006 13:50  
Blogger Loca xq sí said...

creo que uno pertenece a los lugares donde el corazón lo lleva, más allá de que otra gente te eche de esos lugares (y digo en plural, porque creo que se puede pertenecer a varios lugares); la herencia no es sólo algo material, sino los recuerdos, y si no se conserva lo material me parece que es porque tampoco se quiere recordar lo que pasó (no, no es una justificación a que me la pase juntando "basura").

y a veces las cosas tienen decisión propia; si la casa se quiere caer (y vos sabés que yo hago fuerza mental para que lo haga) es porque nada de lo que está adentro vale la pena; o sea, a mí me daría pena volver y no verla, pero tampoco quiero verla deteriorada; prefiero volver en mis recuerdos, prefiero verla llena con gente que ya no está (porque no está en este mundo o porque cambió tanto que ya no son las mismas personas)

ésa es la herencia que yo quiero, esas fotos, esos recuerdos (la primera nevada -confundida con plumas de gallina-, la hamaca del fondo, el zoológico personal del abuelo, los panes con manteca y azúcar, la enredadera y la parra, el galpón con telarañas, los recortes de diarios, el pato peleador, las gallinas ponedoras, las comidas multitudinarias), esos olores (a pastas y salsas recién hechas, a frascos sacados del fondo de la mesada), esos sonidos, esos calores insoportables de verando que nos obligaban a estar despiertos y jugando en la plaza de enfrente hasta la 1 de la mañana...

y esa herencia no tengo que pelearla con nadie, es mía, toda mía, y nadie me la va a quitar jamás

18 abril, 2006 10:00  
Blogger Amy said...

Snif! ahora vos sos la que hace que se me piante un lagrimón.

18 abril, 2006 13:53  

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