Como en un corso a contramano…
(Escrito hace unos días)
Tener un corso de contramano
En Roma, cuyos carnavales fueron en la Antigüedad tan famosos como hoy son los de Río de Janeiro, se añadían a los festejos carreras de distinto tipo (corsa, en italiano) que dieron nombre al corso de hoy. En él se concentran ahora los disfrazados o “mascaritas”, el desfile de carrozas, los juegos con agua o con flores, la andanada de serpentinas y de papel picado. Nada más natural entonces que asociar el corso con el barullo y la máxima confusión. En nuestro país poco sobrevive de los festejos únicamente en algunos barrios y en ciertas ciudades como Corrientes y Gualeguaychú [al que se agregó, ahora, Córdoba]. Decir que “Fulano tiene un corso de contramano” es sostener que el aludido está fuera de la realidad, tratando de remontar una comparsa de problemas. Así dice Héctor Zimmerman en Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato.
Así me siento como en un corso a contramano. ¿Por qué? Porque siento que no encajo en esta ciudad. Hoy se lo decía a mi marido. Tengo ganas de jubilarme, pero no quiero quedarme sin hacer nada.
Siempre me gustó tener una casa modesta con una quinta y un jardín pequeños. Hace un tiempo visité una chacra cerca de El Bolsón (Río Negro), sentí una terrible envidia de la dueña del lugar, me conformaría con algo más modesto (alguna vez les voy a mostrar las fotos de ese lugar, cuando alcance los conocimientos para subirlas, ya que el nuevo sistema no lo entiendo).
Para colmo una de mis hermanas me avisó de una chacra en venta al lado del Río Colorado…
Siento que el tiempo pasa y la tierra me queda cada vez más lejos (por cuestiones económicas y de la columna que no se quiere doblar), por otra parte, aquello que alguna vez pensé hacer, ahora ya no podemos.
Un día las condiciones cambiaron en mi país y nos dejaron mirando para otro lado. Era como que veníamos andando hacia un lugar, nos chocamos con un muro y, después del atontamiento, tuvimos que aprender a andar de nuevo. Pensaba que cuando nuestras hijas tuvieran su independencia nosotros nos iríamos a vivir al sur. Siempre pienso que todo puede ser peor, pero en ese seguir andando siento que camino en contra de la comparsa, en contra de la corriente. (Sí, cualquiera puede pensar con razón la frivolidad de este sentimiento frente a los dolores y males de mucha gente de este mundo, debería estar más que contenta de tener el amor de mi familia, un trabajo, comida en la mesa, una casa amplia y limpia...)
Mencioné trabajo, ya que estamos explico, cuando me paro frente a una clase y siento que me tratan como papel higiénico, me pregunto ¿qué hago aquí? Son adolescentes, me respondo. Pero a mí no se me ocurría ni por las tapas tratar a los profesores de esa manera. Sí, los tiempos cambian, los padres… bueno los padres están o no están. Hijos de padres separados a las patadas, como si fuera poco, desvalorizan a los docentes. Un chico me dijo, no hace mucho tiempo atrás, “el que es capaz trabaja en una empresa; el que no, da clases”. Después supe su historia, pero no pude tan siquiera tener piedad. Creo que él buscó que yo le diera afecto, pero no pude. No lo traté mal, pero tampoco lo quise y él lo sintió. Una tras otra, las veces de maltrato y la mofa en general cansa, críticas de un lado y del otro, tener que dar examen todos los días ante autoridades, padres y alumnos de una institución me recuerdan la piedra de Sísifo. Si en aquello de ser profesor (que bien puede enredarse con el profesar, ambas palabras tienen mucho en común) uno deja de tener afecto, fe, declaración de lo propio… creo que se llegó al momento de dar un paso al costado. Es una lástima, yo sé que estoy lejos de ser una genia dando clases, pero estaba enamorada de lo que hacía. (De la oficina, mejor no hablo. Los papeles con sus ácaros, los números que no me pertenecen, la PC y otras yerbas me angustian)
Hace mucho tiempo escribí algo así como que quería decir algo y las palabras eran espuma que se deshacían con el viento. Hoy me siento un poco así.
Además, vivir en esta ciudad cada día me pesa más, subir a los colectivos llenos de gente, los empujones, los pisotones, el rancio olor humano del verano, las personas que hablan a los gritos como si el otro estuviera obligado a escuchar sus intimidades, las frenadas del colectivero que se olvidó que, además de él, van otras personas en el colectivo, los noticieros, los no-lugares* para ir a comprar, en los cines: la gente que pone sus pies a la altura de tu cabeza, que mastica y habla fuerte en tu oreja… Entonces me cuesta empaquetar un sueño y seguir a contramano ¡tanto! que hasta el día en que se me ocurre transcribir un episodio sobre la lectura de Gabo, resulta que el muchacho vende una novela por segundo. Y así, mal escribiendo (¿pero cómo? ¿vos no estudiaste algo de eso? Se preguntaran. Respondo: Sí, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, si quiero pasar de mi masa amorfa de pensamientos a una serie de grafemas con reglas precisa, no encuentro la senda y lo que la naturaleza no da, ya se sabe, la facultad no lo presta.) Decía que mal escribiendo y andando hago lo que queda de mi tiempo, a contramano.
¡Menos mal! Mañana vuelve Nicolás de sus vacaciones en el Sur, para que yo abrace el aire nuevo del retoño que nos da vida.
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* Rodolfo Barros, en La Marca y el Deseo dice que: si definimos un lugar en relación a identidad relacional e histórica, el espacio que no pueda definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no-lugar, es decir, de lugares que no son en sí lugares antropológicos.[No olvidemos que lugareño es quien es reconocido como característico del lugar que habita, generalmente pueblos pequeños, gran diferencia con las ciudades con millones de almas que transitan como hologramas humanos] Los shoppings y los aeropuertos son los ejemplos máximos de estos no-lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos. Si bien, para mucha gente, pueden ser los shoppings no-lugares (puesto que no construyen allí su identidad ni se relacionan) hay gente que descubrió sus secretos y forjan parte de su ser mientras caminan por sus pasillos construyendo sus relaciones. Esto se puede verificar en los centros de compras de los barrios. Allí se encontrarán que, por las tardes, las mesas del café están ocupadas por las mismas personas, que muchas veces viven en el mismo edificio o en la misma cuadra. Pero en mi caso cada vez me cuesta más ir a un shopping, no tengo el talento para escribir un cuento de laberintos de ofertas, ausencia de asientos para que no deje de caminar o me vaya a sentar a uno de sus barcitos, percibo los escenarios de plásticos como partes de una cultura del artificio, y no me hallo. Me gusta el aire del campo, del mar o de la cordillera… Como si fuera poco, cuanto más aprendo sobre marketing, más avanza mi fobia sobre ese tema, yo doy clases de eso.
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2 Comments:
El mar crea adicción. Yo también he sentido esa necesidad imperiosa de verlo, de contemplarlo, de escucharlo, caminar sin zapatos por la orilla, tomar fotos. Hacerlo es una liberación, claro.
Amalia, escribir es un acto difícil, reclama mucho tiempo, y no tanto como parte del reloj, sino tiempo de la cabeza, del corazón y de las piernas; tiempo que se pierde en los no-lugares y se recupera en casa, en el escritorio, en la música que nos agrada y en la compañía de nuestros libros y seres queridos... o eso creo yo.
Si no le gusta lo que ve, cierre los ojos e imagine.
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La imaginación suele ser a partir de la memoria, esto hace que cuando voy al sur almacene imágenes para mis “días de lluvia” (de melancolía). Lo real, a pesar de todas las acotaciones filosóficas que podamos hacer, se nos planta continuamente delante nuestro irrefutable. La pequeña crónica de una tarde lluviosa fue algo que ocurrió, la alternancia de tiempo verbal, en ese texto, es la una de las pocas licencia que me tomé al escribir. En lo demás, traté de reproducir lo visto. Recordé una película ambientada en N.Y. donde la gente no se detiene frente al caído, yo era la que más lejos estaba del hombre que se cayó, un chico que estaba al lado del caído lo primero que supuso fue que estaba borracho, me acordé de las veces en que me caí en la calle, por distintas razones. Me dolió como si fuera él. Tampoco hice demasiado. En cuanto a la escritura, hace mucho tiempo descubrí que no tenía el talento que deseaba para escribir, de esa época no guardo ni siquiera un papelito. Entonces decidí ponerme a leer. Fue eso lo que me llevó a estudiar letras. No me sentía (ni me siento) orgullosa de mi escritura, por lo menos iba a intentarlo con la lectura.
Sobre los shooppings, lo malo es que a veces tengo que ir a algunas librerías que están allí por razones de tiempo.
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