23.8.07

El sentido inútil

La mujer no sabía cómo ni porqué tenía esas intuiciones sobre vida y muerte de cierta gente. No quería decirlo a viva voz porque ya se sabe, algunos creerían que tenía poderes sobrenaturales, otros dirían que era una chapucera o tal vez dijeran lo peor, que era una embustera (dicho sea de paso esto último también es un adjetivo semejante al chapucera, pero que no es lo mismo, porque decir chapucero suena a cosa hecha de manera tosca y sin demasiadas artes; decir embustero lleva a pensar en el decir disfrazando la mentira con artificio). Supongo que la mujer temía que le dijeran que era supersticiosa, ignorante, primitiva o pagana. Ella tenía un complejo de inferioridad más grande que su persona.

Recordaba a menudo que cuando era muy chica fue a ver un tío, salió enseguida de la habitación y fue al patio debajo de las parras, se sentó seria y silenciosa, la hermana le preguntó: “¿qué te pasa?” y ella fue sincera, le explicó que sentía frío, que sentía que el tío se iba a morir pronto, que el color de la cara era el de la muerte cercana. La hermana la miró con ojos incrédulos y le respondió “Andá, ahora también creés tener poderes de adivinación”. Ella sintió la crítica y le perforó el oído ese “también”, era parte del reflejo de cómo se llevaban. Se fue de allí muy triste, al día siguiente el tío murió. Ella no dijo nada, la hermana tampoco. La mujer recordó que no había sido la primera vez. Había en los gestos, en lo no dicho mucha más información que en las circunstanciales palabras. Tal vez, la mujer estaba transformando todo en signos con inefables lecturas. Ella dijo bajito “tal vez todos pueden entender lo mismo que yo, la cosa es que acepten esa información”.

Cuando su madre se sintió mal la llamó por teléfono y le dijo “tenés que hacerte a la idea” y ella sabía que su madre estaba mal, hacía tres meses que de repente la miró y se dio cuenta que ella iba a morir pronto, pero no quiso aceptar lo evidente y le gritó “Te estás rindiendo sin saber lo que tenés”, ella sabía que ambas sabían. Antes del diagnóstico final ella le dijo al hermano: “tiene el color de los que no van a vivir”; el hermano se enojó y gritó “¡ya la estás condenando! Si no tenés esperanza, todo está perdido.” La mujer miró el rostro cansado de su madre y supo que no podía hacer nada, ya estaba todo dicho y fue así que soñó hasta el día en que su madre moriría. La mujer sabía y no podía decir, tal vez no quería decir porque el dolor de esa despedida era más grande que su pecho.

Pasó el tiempo y cada tanto un encuentro, un ir a despedirse de alguien la inquietaba, ella sabía que después de esa despedida no volvería a ver a esa persona. Cierta vez fue a visitar al padre de un conocido y no pudo estar más que unos minutos en la habitación del hospital, supo de inmediato que la persona ya estaba muriendo aunque hablara y dijera que pronto iría a su casa para estar tranquilo, aún cuando no se lo veía mal y los médicos dijeran que se repondría.

Después la mujer de ese hombre enfermó, todos creían que ella iba a morir, la mujer fue a verla al hospital y la miró. Se sentó a lado de la cama y cerró los ojos. Sintió muy fuerte que iba a vivir, no había signos de muerte. Y fue así.

Ese diagnosticar por la mirada, por el color de la piel, por vaya uno a saber qué fue muy duro cuando vio que su padre iba a morir. En esas vacaciones se sintió mal, llegó a enfermarse y el médico que la atendió le dijo que ella estaba muy triste. ¿Cómo podía explicarle al médico el origen de su angustia? Ella para calmarse pensó: “este año voy a viajar más seguido para estar con mi padre” y no tuvo tiempo, su padre vivió sólo un mes más.

Y fue así que la mujer vio a uno de sus vecinos muy mal, vio el color de su piel, la forma en que caminaba y supo que tenía cáncer. La mujer se quedó tiesa ¿por qué carajos tenía esas visiones? Se repuso rápido, pero no antes que el vecino la viera y la saludara. ¿El hombre se habría dado cuenta de la forma en que ella lo miró? Ella le contó al marido “el vecino de la planta baja está mal, tiene todos los signos de tener cáncer”-¿Cómo sabés? ¿Quién te lo dijo? -No me lo dijo nadie, tiene todos los signos. Y fue así que dos meses después volvió a ver al vecino y ella que no tenía buenas migas con él, lo saludó con una sonrisa, feliz de haberse equivocado, se lo veía saludable. El vecino se acercó y le contó que lo habían operado un tumor en el pulmón (Glup! era cáncer no más). Ella disimuló su impresión y le dijo que se lo veía bien, que su buen ánimo lo iba a ayudar. La mujer se dijo ¡Ay! ¡Carajo! ¿De qué me sirve ver esto si no puedo hacer nada?

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Inquietante e inexorable.

Lo que más me gusta.

Abrazo.

23 agosto, 2007 20:45  
Blogger Amy said...

Sir, surgió después de leer su cuento + algún adicional de lo real y esa bendita frase que me envuelve "el hombre es un ser para la muerte". Cariños.

23 agosto, 2007 22:01  

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