4.6.06

Perlita, la hija de Perla

Ivana Biforello sintió que le dolía el pecho, se repitió que era una tontería pensar en ese dolor. Entrecerró los ojos para tranquilizarse, para aplicar alguna técnica de evasión de la situación presente. No supo bien porqué, pero se encontró de nuevo en una habitación de la casa de Hebe, era el día después de la presentación del libro de su amiga Perla. Ivana sonrió ¿cuánto tiempo había pasado desde ese día? Había perdido la cuenta. La memoria era selectiva y se enredaba en asociaciones inverosímiles.
Hebe ingresó al salón donde la esperaban los integrantes de su taller de escritura. Saludó como siempre, con su aire de artista con mucho potencial y resignada a esa tarea que le procuraba dinero contante y sonante para sobrevivir.
Marcela, una de las integrantes del taller, le preguntó sobre la presentación del libro de su amiga Perla G. Hebe puso cara de mejor no hablemos.
- Contá Hebe ¿No fue una guachada? – dijo Silvia, otra integrante del taller que había estado en la presentación.
Ivana se mantuvo en silencio; le interesaba saber lo que había pasado, más por simple curiosidad que por interés en Perla. Apenas si la conocía de unas visitas que había hecho al taller. Le pareció pedante, muy cerrada en la concepción simbólica de su mundo; además habló mal de la música de Wagner que ella amaba. Perla había esperado mucho esa presentación, parecía que todo estaba bajo control, el marido había pagado a personas expertas en “eventos” de ese tipo.
Hebe se sirvió café. Carlos, el caballero del grupo cebaba mate, acordó con Silvia que había sido una guachada.
Ivana recordó a Hebe hablando sobre ciertas personas “estúpidas” en el manejo de las relaciones sociales y la poca inteligencia que revelaban algunos participantes del taller en las charlas, fue así que prefirió callarse, refugiarse en su timidez. Toda intervención “poco inteligente” serviría para que le pusieran una etiqueta, si es que ya no la tenía.
Hebe miró a Ivana y le arrojó un “menos mal que tengo hijos varones”, ella no supo qué contestar, no entendía nada.
Marcela dejó de prestar atención a la conversación y se puso a leer las correcciones que le habían hecho al texto de la semana anterior.
Carlos seguía con el mate, Silvia encendió un cigarrillo e Ivana no sabía qué hacer, aún no había llegado Beatriz, tampoco había llamado diciendo que no vendría, no sabía si Jesús seguía en el taller. Esperaba que la clase empezara rápido, se sentía culpable por ese hobby de escribir, de compartir lecturas con gente que “sabía”. Tenía la certeza que jamás iba a publicar, pero el ejercicio de la escritura y la lectura le devolvían un poco de la libertad que sentía perdida ocupándose 24 horas del marido y las hijas. La sensación de su falta de ubicación era melaza que atraía el aguijón de los insectos. Aceptó un mate, aunque le parecía antihigiénico compartirlo con gente poco conocida.
Llegó Beatriz, saludó en general. Para ella los abrazos y besos era una cuestión de desmedido afecto para una relación de taller. Se sentó, miró a Hebe y le dijo: Anoche ¡qué cagada!
Hablaban sobre la actitud de la hija de Perla, había estado molesta con el “bodrio” que había publicado su mamá; no había encontrado mejor forma que protestar poniéndose borracha.
Hebe le preguntó a Beatriz si la había escuchado. Beatriz dijo que no tenía claro porqué se inició la discusión, pero sí recordaba cuando le gritó a la madre “¡Menos mal que no soy como vos para escribir de esa forma!” Un amigo trató de sacarla de la sala pero “la Perlita” explicó que era lógico que su madre escribiera como lo hacía, era una cornuda consciente, sometida al dinero que le pasaba su padre, que no conocía más mundo que su propia casa. Para Silvia era normal que “la Perlita” se pusiera en pedo y que luego prendiera el ventilador para arrojar la mierda que tenía dentro. No entendían cómo Perla siempre era paciente con esa hija que se avergonzaba de su madre, para ellos lo que le hacía falta a “la Perlita” era un par de sacudones que le acomodaran las ideas y que la dejaran de mantener. Además, si el padre tenía dinero era porque Perla se lo había dado, en realidad ella era la dueña del negocio y, además, trabajaba como profesora en la universidad.
Ivana escuchaba los pormenores y no dejaba de sorprenderse. Perla era toda una idish mame, toda una señora… y de repente sintió el aguijón de porqué le había dicho “menos mal que tuve hijos varones”.
Ivana sintió más fuerte el dolor en el pecho, volvió a su presente; como en cascada se le actualizaron algunas frases: “Después de todo el 10% de ese título es mío porque…” “Vos siempre sos una metida”. “¿Vos nunca fuiste joven?”. “¡Ja! No me vas a decir que con lo que te ahorraste en la comida te fuiste a Europa”. Cerró los ojos y rogaba no escuchar las voces que había almacenado, quería tener memoria solo lo para lo bueno. Ivana supo que aquello era el resultado no previsto con su estúpida tolerancia disfrazada de silencios; el dolor en el pecho le iba ganando. Miró por la ventana, no tenía ganas de jugar a que adivinaba dibujos en las manchas de humedad en la pared, tampoco sentía deseos de pensar que estaba en el decorado de una comedia y soltó el timbre. Estaba harta de llamar a la enfermera del geriátrico donde había sido depositada desde que había enviudado.
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Cuentito largo como siempre, estuve revisando escritos anteriores y son más largos que este. ¡Cómo admiro a Sir William! Breve y bueno dos veces bueno, dice el refrán al que me adhiero.

3 Comments:

Blogger Amy said...

Sir, lo que leí en el blog es muy bueno. No es mi norma el halago si no lo siento.

04 junio, 2006 22:15  
Blogger Amy said...

Gracias por el comentario ¿por qué en inglés?

11 junio, 2006 17:24  
Anonymous Anónimo said...

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21 julio, 2006 07:51  

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